Deberes pendientes

El Papa León XIV ha pedido a los fieles de todo el mundo dedicar el pasado viernes 22 de agosto a una jornada de ayuno y oración por la paz. Con la que está cayendo, parece anacrónico apelar a la oración y al ayuno, tal como se entiende la realidad en este tiempo tan convulso que lo fía todo a alejarse de los problemas y de sus consecuencias para las personas, en lugar de activarnos en soluciones comprometidas.

A las puertas de un nuevo curso, parece una ocasión propicia refrescar lo que es orar para un seguidor de Cristo, y reflexionar sobre ello en serio.

La ración es una manera de comunicarse, y toda relación requiere tiempo. Si no encontramos tiempo para orar, indica la importancia que tiene para nosotros. No requiere necesariamente un lugar ni una atmósfera privilegiada. Orar es una actitud y cuando no hay espacio adecuado, lo importante es avivar nuestra interioridad espiritual para abrirnos a Dios, o mejor dicho, para abrirnos al amor de Dios. Si entendemos la oración como una transacción aquí y ahora, a golpe de necesidad y con prisas, la frustración está asegurada. Por tanto, orar supone ejercitarse en la actitud de escucha, de apertura interior y de paciencia esperanzada: el que espera, sabe, por eso confía en el amor de Dios. Incluso espera contra toda esperanza.

Tres cosas destacan sobremanera en el día a día de Jesús. Enseñaba, fue un sanador -que es mucho más que ser un curandero- y dedicó un tiempo prioritario a orar. Lo cierto es que hizo de su vida una oración: se retiraba con frecuencia a orar, al amanecer, en momentos importantes, pasó la noche orando antes de escoger a sus discípulos, oró antes de enseñarles el Padrenuestro; oró mucho al Padre en Getsemaní y también durante su agonía en la Cruz. 

La relevancia extraordinaria que Jesús dio a la oración está lejos de la importancia que hoy le damos… y por decirlo todo, que le damos a su eficacia. No le vemos el “causa efecto”, como si orar fuese un trabajo humano cualquiera: a tanto esfuerzo, tanto resultado, olvidados de que todo es gracia, absolutamente todo es gratis y recibido por amor, por el amor que Dios nos tiene. Si queremos pedir más, ahí tenemos la exhortación a que pidamos por aquellos que nos hacen sufrir; tras la oración de acción de gracias, la oración de petición es la mejor, para Jesús…

Lo básico de la oración es un Tú-yo comunicante. Por tanto, hablar y escuchar. Pero si destacamos lo esencial, orar es amar; amar es orar. Lo que significa que el verdadero poder de la oración es que nos enseña a amar mejor si rezamos bien, aunque de pedir esto nos ocupamos bien poco en la oración.

Por último, pero no menos importante: si el Qué es importante, el Cómo resulta esencial. Orar a la manera de Jesús. Tener muy presente las insistentes indicaciones del Maestro sobre lo necesario de trabajar nuestras conductas, especialmente la humildad, para practicar la escucha, la confianza y la paciencia. En definitiva, se trata de cambiar nuestro interior, no pretender con la oración cambiar a Dios… ¡tantas veces!

En cuanto al ayuno, el término “ayuno” o “ayunar” aparece 39 veces en el AT. En el NT, en cambio, solo en 17 ocasiones.  Incluso leemos cómo Jesús condenó a los fariseos por su ayuno hipócrita (Mt 6, 16)). Misericordia quiero, no sacrificios… Pero, en general, existe una continuidad de lo enseñado en el Antiguo Testamento, en el sentido de verlo como un gesto purificador y solidario una práctica ante circunstancias complejas, propias y ajenas.

La petición de León XIV centra la importancia de una jornada de oración y ayuno como lo que es, una disciplina espiritual, en este caso colectiva de Iglesia, como intercesión ante los gobernantes que aplastan la paz de los más desfavorecidos.

Tenemos todo el curso por delante para reflexionar sobre la calidad de nuestra fe. Y ponernos deberes para mejorarla, lo cual es posible solo desde la oración tal y como nos enseñó Jesús.

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