Desconcierto y esperanza

Los cristianos estamos desconcertados, no importa la manera tengamos de entender e interpretar el evangelio. Hubo un tiempo en el que los más piadosos y ortodoxos parecía que tomaban ventaja en saber lo que Dios quería decirnos. Sentían la seguridad en sus rezos, ritos y costumbres por encima de la realidad que les rodeaba, creyendo de buena fe que la perseverancia en lo tradicional prevalecería sobre tanto desatino, flor de un día, y que el catolicismo tradicional volvería a imponerse en la sociedad.

En paralelo, las posturas más beligerantes con lo “políticamente correcto” en la Iglesia, arriesgaron de lo lindo tratando de compaginar la solidaridad social con la audacia que Jesús mostró en los evangelios. La pena es que minimizaron la ternura compasiva y amorosa que implica la falta de éxito a corto plazo, tal como la vivió Jesús. Y entremedio, los indiferentes que en su día no lo fueron, han tratado de ponerse de perfil para no tener que pasar tantas zozobras, pero tampoco han encontrado la luz ni la paz que su prudencia -o cobardía- creyeron les iba a reportar. 

Los cristianos del primer mundo estamos desconcertados. En realidad, esto es un eufemismo porque lo que sentimos es que Dios se ha dormido como Jesús en la barca de Tiberiades mientras nos estamos hundiendo como seguidores suyos en medio de la tempestad. La realidad desde mi fe es bastante diferente.  Me viene muy bien para lo que quiero expresar una reflexión que encuentro entre algunos papeles: Hay quien defiende seguir caminando hacia delante, hacia el precipicio. Hay quien defiende caminar hacia atrás, hacia las cavernas. Pero hay quien defiende caminar en círculo para caminar indefinidamente. La tercera opción es la más difícil pero es la única verdaderamente evangélica.

¿Y qué es lo que realmente quiero expresar? Pues que si Dios es amor, y en esto creo que estamos todos de acuerdo, sus seguidores debemos seguir esta senda. Por tanto, solo la atención a los más sufridores facilita el olvido del ego y minimiza la desesperanza existencial consiguiente que nos desazonar igual que a los que no tienen fe. La actitud de “amor al prójimo”, al próximo, tiene una gran cantidad de interpretaciones que contrasta con la realidad cotidiana, donde con frecuencia se manifiesta la indiferencia, la intolerancia y la incoherencia en la aplicación concreta del “amor al prójimo” (1Jn 4, 20). Es algo que nos permite evidenciar que de la prédica a la práctica hay una distancia enorme en nuestra sociedad por exceso de prédica y falta de práctica.

Si alguno dice: “Yo amo a Dios”, y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. No admite interpretaciones. Las buenas intenciones por sí solas no tienen base cristiana. Solo cuando abrimos el corazón desde las obras, es decir, desde el cambio de actitudes tan difícil como necesario, sentimos el corazón de Dios como Buena Noticia. Lo dijo Jesús, pero  nosotros no queremos vivirlo así y por nuestra inmadurez vemos comunistas por todas partes ante cualquier intento serio y honesto por cambiar la realidad.

Superar las injusticias, superar las desigualdades, superar la fragilidad extrema... La entrega confiada al plan de Cristo de las primeras comunidades desembocó en un éxito del cristianismo. Lo que me parece es que la desesperanza y la falta de éxito aparente es por nuestra falta de fe. Mejor dicho que ni siembra por falta de suficiente ejemplo ni genera esperanza por lo estéril de nuestra actitud, más pendiente de buscar seguridades con poco esfuerzo que ser las manos de Dios para implantar el Reino.    

Falta de ejemplo, egoísmo, demasiadas seguridades y una fe a la medida dejan poco espacio a la esperanza. Todo ello nos ha llevado directamente al desconcierto. Y si tuviera que decir cuál ha sido -sigue siendo- la mecha principal de todo esto, me atrevería a decir que la falta de oración (cantidad) y la calidad de la misma, que impiden la acción rompedora del Espíritu Santo. Cualquier madurez exige sacrificio que no estamos dispuestos a realizar en forma de verdadero servicio evangélico en esta sociedad hedonista.

Dios salva integralmente y de ahí surge la alegría de la esperanza. Pero necesitamos confiar en Él, conversión, no aferrarnos a la ortodoxia formal y demás seguridades que impiden el compromiso capaz de evaporar este desconcierto. Entonces la esperanza volverá, y la alegría con ella.                             

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