Lo exigible y lo que es ofertable

Los cristianos tenemos un reto importante. Y ahora no me refiero al compromiso ineludible de la evangelización desde el ejemplo, apoyados en los carismas que nos han sido regalados. Me refiero aquí a una deriva en la que me temo hemos caído demasiadas veces y que afecta a la esencia de nuestra fe en la práctica.

Por una parte, está la necesidad básica de convivencia entre humanos, con nuestras diferencias culturales que dejan margen para algunos criterios de comportamiento pensando en una vida en comunidad en armonía con arquetipos universales  para la convivencia: no matarás, no robarás... De ahí salió la declaración universal de los derechos humanos (ONU) que plasman el esfuerzo colectivo para la creación de las condiciones indispensables de vida digna en un entorno de mínimos de libertad, justicia y paz para todos. El antecedente son los mandamientos del evangelio que buscan lo mismo solo que poniendo el acento en que el amor a Dios y al prójimo deben ir de la mano.   

Históricamente, los precursores “científicos” fueron los filósofos de la Hélade con sus valores éticos, algunos de ellos convertidos en verdaderas guías de referencia cuando en los tiempos de Sócrates y Aristóteles resultaba muy novedoso realizar planteamientos de categorías universales de este tipo. Podríamos decir que lo ético, tal como lo entendemos hoy, es el conjunto de estándares exigible entre humanos que recogen las conductas de mínimos que preservan una convivencia; por tanto, de necesaria aplicación en todos los niveles de la sociedad.

Otra cosa es lo que un grupo humano -en este caso cristiano- decide aplicarse a sí mismo y con los demás y que no debe exigirsea nadie por tratarse de un plus voluntario. Un ejemplo clarísimo es la actitud que Jesús se autoimpuso y trató de contagiar a sus amigos y a todas las personas que fue encontrando en su camino: amar a los enemigos, devolver el bien por mal, no llevar cuenta de las faltas, enternecerse con el débil, defender al oprimido, ayudar al que lo necesita sin esperar recompensa, amar a todos... Esto no es una exigencia universal sino una apuesta personal por llegar más lejos que la ética que supone incluso trabajar los valores éticos básicos de determinada manera.

A primera vista, los lectores pueden pensar que es algo obvio, pero la reflexión que trato de concitar es que, lo que nos dice la realidad es otra cosa; a saber, que los católicos y posiblemente todos los cristianos, hemos exigido ese plus ofertable mientras hemos descuidado la ética de conductas de mínimos desde una institucionalización religiosa cuyo poder clericalista ha trastocado lo esencial. El resultado está siendo  muy pobre, cuando no escandaloso, al ningunear en la práctica el verdadero mensaje de Cristo.

La verdadera moral cristiana comportarse al estilo de Jesús. Y lo que resulta vital es la recuperación de la importancia práctica que atesoran las tres grandes fortalezas espirituales que nos dejó el Espíritu: la fe, la esperanza y el amor. Y de estas tres, Pablo nos recuerda que la que lo esencial, la que quedará siempre es el amor.

No despreciemos a los que se guían por criterios meramente éticos porque en ese colectivo hay gente valiente, honesta y comprometida a la que debemos admirar y emular por su ejemplo, tantas veces a contracorriente. Lo importante es que los cristianos reconozcamos que demasiadas veces no llegamos siquiera a los mínimos éticos mientras criticamos la falta de moral cristiana de los demás. Juzgamos injustamente sin percatarnos que la vara de la verdadera justicia nos ensombrece hasta llegar a ser fruto de escándalo.

Las páginas del evangelio dejan muy claro que la hipocresía y la falta de humildad fueron la grave carencia que mostraron los entendidos de Dios en tiempos de Jesús hasta el punto de que su desviación aberrante les llevó a matar al que era único Maestro y Salvador. No sé yo si nos percatamos de que, al menos en el Primer Mundo, el examen de conciencia en esta dirección es una gran asignatura pendiente. Y urgente, muy propicia para el tiempo de Adviento.

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