Una indiferencia poco explicable

La indiferencia, por definición, es una actitud de desinterés y desapego. Dicen que lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia; por algo será. Si esto lo vemos a través del prisma de la persecución de los cristianos, creo que al menos en Occidente tenemos un grave problema como creyentes en la fe de Jesús, él que tanto se esforzó por ser atento y acogedor con todos los necesitados sin condiciones ni límites, llegando hasta el extremo.

Según diversos estudios, en el siglo XX habrían sido asesinados unos 45 millones de cristianos por causa de su fe. Somos perseguidos en muchas partes del mundo, principalmente en Asia y África, por la cantidad de países de estos dos continentes que están catalogados como perseguidores. Sin olvidarnos que el Papa ha denunciado que hoy en día las persecuciones contra los cristianos se producen "con guante blanco" incluso dentro de las fronteras de Europa donde muchas veces son excluidos o marginados del debate social.

La tendencia en la persecución es un fenómeno social claramente ascendente, tanto en métodos como en el número de países. Entre las principales causas de la persecución destaca la opresión islámica; de hecho, de los cincuenta países en donde existe objetivamente persecución a los cristianos, 35 de ellos es el islamismo la causa del nacionalismo religioso excluyente. Otra causa importante son las dictaduras o cuando el testimonio de fe choca con cualquier régimen o sociedad interpelada. En Arabia Saudita, a la que tan bien tratan Estados Unidos y España, está prohibida la apertura de templos cristianos mientras que la monarquía saudita financia mezquitas entre nosotros.

Descendiendo un poco más al detalle, uno de cada tres cristianos en Asia, sufre persecución, mientras que en África son uno de cada seis. Esto significa que uno de cada nueve cristianos es perseguido en el mundo. Más de 200 millones de cristianos son perseguidos en razón de su fe. La realidad es que es el cristianismo la religión más perseguida del mundo.En cuanto al número de cristianos muertos anualmente por su fe, solo en 2011 y según datos de la organización para la lucha contra la intolerancia y la discriminación contra los cristianos (OSCE), la cifra se elevó a 105.000 muertos.

Nosotros estamos enfrascados en rencillas y preocupadísimos por problemas en torno a nuestras comunidades católicas (otra cosa es ocuparnos de resolverlos) que merman su influencia social sin que nadie de la institución jerárquica se plantee medidas correctoras estructurales, aunque sea alguna de las que el Papa marca casi a diario con su actitud y nuevas maneras de ser luz del mundo. Cuánto menos estamos para preocuparnos y ocuparnos de la terrible injusticia que supone la persecución a los cristianos en pleno siglo XXI.  

Estamos en Adviento, tiempo de preparación para la acogida evangélica del Niño Dios que nos llama a vivir con otra mirada la existencia. No parece de recibo mantener más tiempo esta grave realidad fuera del foco cristiano y católico del Primer Mundo, de la Unión Europea y de nuestras comunidades. Deberíamos preguntarnos en un contexto de oración porqué no reaccionamos y nos manifestamos a favor de las persecuciones y matanzas, al menos para que el Gobierno actúe al menos por vía diplomática. No recuerdo que algún obispo clame por esta injusticia, a excepción de monseñor Agrelo, el franciscano que ha sido muchos años arzobispo de Tánger. No está en nuestra agenda de vivencias solidarias de fe.

Queremos evangelizar, pero se nos marchan muchos católicos desencantados y posiblemente nuestra falta de solidaridad y sensibilidad también tenga algo que ver con la inconsecuencia de nuestra fe. No es suficiente que existan algunos organismos que trabajan por ayudar en algunos países a algunos cristianos perseguidos, como es el caso del SIT trinitario. Parece que algunos leen el evangelio de manera sesgada y solo les importa la educación concertada, el aborto y el sexo. Y así nos va,  alas puertas de una nueva Navidad.

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