La Doctrina Social y la huelga

La Doctrina Social de la Iglesia no es ajena a la realidad del trabajo, todo lo contrario, nació en el siglo XIX como el intento de la Iglesia por ponerse al día en una cuestión básica como era la cuestión obrera. Rerum Novarum fue la primera encíclica que se hacía cargo de esta cuestión y es por todos reconocido que suponía un avance importante respecto a la posición sesgada que la Iglesia había adoptado en favor de los empresarios y capitalistas. A partir de León XIII, se tenía presente la miseria en la que los obreros tenían que desarrollar su vida y se abogaba por una búsqueda de la justicia en las relaciones sociales, teniendo presente siempre el Bien Común. Esta y no otra debe ser la intención de la acción social y política: la búsqueda del Bien Común, porque de no ser así nos vemos ante situaciones de injusticia que llevarán a muchos al sufrimiento y de ahí a la violencia a muy poca distancia. Cuando las masas obreras reivindican sus derechos, derechos que siempre han sido arrancados al poder económico y político, no hacen otra cosa que trabajar por el Bien Común, de ahí que la Doctrina Social de la Iglesia reconozca el derecho que asiste a los trabajadores en la defensa de sus derechos laborales y sociales. El compendio de Doctrina Social dice, respecto a la huelga:

"La doctrina social reconoce la legitimidad de la huelga « cuando constituye un recurso inevitable, si no necesario para obtener un beneficio proporcionado », después de haber constatado la ineficacia de todas las demás modalidades para superar los conflictos. La huelga, una de las conquistas más costosas del movimiento sindical, se puede definir como el rechazo colectivo y concertado, por parte de los trabajadores, a seguir desarrollando sus actividades, con el fin de obtener, por medio de la presión así realizada sobre los patrones, sobre el Estado y sobre la opinión pública, mejoras en sus condiciones de trabajo y en su situación social".

Como se puede colegir, la huelga es un instrumento legítimo si resulta inevitable, y resulta inevitable cuando se ven conculcados los derechos y por tanto el Bien Común. La huelga, que es una conquista, como todos los derechos, y una conquista muy costosa, pues fueron muchos los obreros muertos por su causa, es la medida ajustada a las circunstancias actuales. Hoy se han conculcado derechos fundamentales de los trabajadores con la aprobación de la reforma del mercado laboral. Que ya tiene guasa que se le llame mercado a lo que no es sino un mercadeo puro y duro, casi un lupanar de prostitución. En eso quieren convertir las relaciones laborales, en una simple prostitución del obrero que realizará lo que le pidan a cambio de lo que quieran darle durante el tiempo que quieran dárselo. El trabajo no sólo es un derecho del ser humano, sino que es el medio con el que el ser humano humaniza su realidad y se construye como miembro activo de un grupo social. El trabajo, por tanto, no puede ser objeto de intercambio comercial, debe ser una realidad casi sagrada que asegure que cada cual aporta a la sociedad lo que sabe y puede y recibe de los demás lo que él mismo no tiene.

Hacer huelga el miércoles es justo, responde a las exigencias de la solidaridad, está amparado por la legislación, de momento, y respaldado por la Doctrina Social de la Iglesia. Es justo que hagamos huelga como medio para defender unos derechos que mantienen aún el trabajo con cierta dignidad y que fueron conseguidos tras decenios de luchas y entregas de tantos que nos precedieron. Debemos sentirnos respaldados por la Doctrina Social que exige la defensa del Bien Común en lo social como medio de garantizar la justicia. Casi diría que nos sentimos obligados por la Doctrina Social, porque "ay de mí si no me manifestare contra una injusticia". Pero lo que más nos debe mover es la solidaridad. Entiendo que en esta huelga hay muchos trabajadores que no la harán por diversos motivos. La mayoría porque la precariedad de su contrato le impide manifestarse con libertad. Otros porque viven una realidad laboral no regular que hace inútil la huelga. Algunos más por desinformación de las verdaderas consecuencias de estas medidas. Y otros, al fin, por no molestarse, no perder sueldo o no perder posición en la empresa. Por todos ellos, los que disponen de un contrato digno, disfrutan de un sueldo justo y nada pierden, más allá de la consideración en la empresa, deben hacer huelga como un acto de solidaridad vicaria, por todos aquellos que no pueden, no quieren o no les dejan hacer huelga. Se trata también de respeto a tantos que nos precedieron, de responsabilidad con tantos que hoy se ven dañados y por solidaridad generacional, para que los que los que vengan vean aún una línea de trabajo y responsabilidad con la justicia. La huelga, al fin, es un gesto de coherencia y compromiso, casi, me atrevo a decir, un gesto profético.
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