¿Progresista? ¿Conservador? El retador perfil de un papa

San Pedro. Vaticano.
San Pedro. Vaticano.

Está a punto de arrancar el cónclave que ha de nombrar al nuevo CEO de la Iglesia. La abundantísima literatura al respecto, no siempre fundamentada, me impulsa a garabatear algunas consideraciones sobre el desafiante perfil de quien ha de ocupar el puesto de sucesor de Pedro y por tanto representante de Cristo en la tierra

Es la última década, he dedicado más de 4000 horas a investigar el management de la Iglesia y de una amplia muestra de sus instituciones. Ese esfuerzo se ha plasmado en tres obras: “Jesuitas, liderar talento libre” (LID, 2018), “2000 años liberando equipos” (Kolima, 2020) y el más reciente “Management Pontificio” (LID, 2025). La aparición del último título ha precedido en escasos meses al fallecimiento del papa reinante.

Especial Papa Francisco y Cónclave

Está a punto de arrancar el cónclave que ha de nombrar al nuevo CEO de la Iglesia. La abundantísima literatura al respecto, no siempre fundamentada, me impulsa a garabatear algunas consideraciones sobre el desafiante perfil de quien ha de ocupar el puesto de sucesor de Pedro y por tanto representante de Cristo en la tierra.

Dónde está la cátedra de San Pedro? | Reliquiosamente

En el ineludible proceso de assessment, explícito o implícito, la primera condición para que una persona ascienda al solio pontificio debería ser creer en Dios. Puede parecer una afirmación de mal gusto, pero en vista de los comportamientos y afirmaciones de una minoría, estoy convencido de que unos cuantos candidatos solo creen en ellos mismos.

En los últimos tiempos se ha puesto de moda el concepto de propósito de la organización. Bien lo explicó Aristóteles, y lo recojo en “Entrevista a Aristóteles” (LID, 2023), cuando señalaba que lo más relevante en la vida es la causa final. A saber, lo primero en la intención y lo último en la consecución. El propósito es el motor que ha de marcar las estrategias que luego se concretarán en las pertinentes tácticas.

El propósito de un papa ha de ser, porque definió el fundador de la Iglesia, llevar los hombres a Dios y Dios a los hombres. Pueden enumerarse cientos de metas estupendas, pero solo esta ha de ocupar la cúspide de la pirámide en el caso que nos ocupa. Por poner un ejemplo, un cocinero ha de tener como designio alimentar de forma adecuada a los clientes del restaurante. Puede ser simpático, bromista, colaborar con una asociación juvenil, preocuparse del clima, criticar o alabar las decisiones de un gobierno, tratar bien a sus sobrinos o al hijo del conserje, pero en cuanto encargado de los fogones su propósito es específico. Todo lo demás es complementario. Bien lo refleja el refrán español: zapatero a tus zapatos.

A partir de Pio IX, y no porque él lo propiciara, la Iglesia volvió en buena medida a su esencia, que se había visto diluida por la gestión de los territorios que venía rigiendo tras la falsa donación de Constantino. Es obvio que, para cumplir su función, el sucesor de Pedro debe disponer de medios, pero su objetivo no es acumularlos. Tampoco despreciarlos, porque si bien es verdad que no solo de pan vive el hombre, también lo precisa. Y ha de gestionar los recursos con rectitud profesional y ética.

Se han sucedido hasta el momento 264 papas. Como uno de ellos ocupó el sólido en tres ocasiones, se hablará en días de 267 papados. De estos, el 35 % son claramente imitables: 81 canonizados y 13 en proceso. Un 50 % surfeó sobre la medianía espiritual o política y un 15 % han sido deleznables. Benedicto IX, Juan XII y Alejandro VI encabezan el listado el último grupo.

El trono de San Pedro apóstol

Un papa, además de creer en la Santísima Trinidad, ha de contar con capacidades de comunicación, paradigma irrepetible fue san Juan Pablo II; ha de ser optimista como lo mostró Juan Pablo I en sus 33 días de gobierno. Ha de ser profundo, como el inigualable Benedicto XI. Es imposible que un papa, al igual que cualquier CEO, sume todas las características deseables. Resulta inviable agradar en todo a todos todo el tiempo, pero hay elementos que son insoslayables.

Entre quienes han ocupado la posición, se cuentan algunos que estaban más preocupados por sus familias, por sus propiedades o por su propia imagen. ¡Ojalá hubiera servido a Dios como he servido a los intereses de los míos!, ha confesado más de uno en su lecho de muerte.

El papa ha de ser necesariamente profético y por tanto incómodo. Si agrada a muchos, algo peregrino sucede. Ha de indicar cómo llegar al cielo y con su vida demostrar que vale la pena intentarlo. Si un pontífice no cuenta con más capacidades que la de un párroco de barriada, posición laudabilísima pero no suficiente, si es nombrado CEO, cometerá dislates. Si carece de formación teológica y de derecho canónico, podrá agradar a los ignorantes, pero pisará charco tras charco sembrando el desconcierto. Si defiende a los conmilitones, tengan o no razón y desprecia a los perfiles sólidos y rigurosos, podrá quizá engatusar a algunos, pero estará traicionando su función.

Creo firmemente en que Dios es Señor de la historia. Por motivos misteriosos, quizá de respeto por la fragilidad humana, ha consentido que algunos de sus representantes fueran tan desarrapados de sentido común y divino que hubieran hundido hasta la Coca-Cola, como he comentado con ocasión de “Management pontificio”. Esperemos que el que salga elegido tenga claro que ha de ser adalid de una multitud que deseamos vislumbrar la trascendencia y esforzarnos por lograrla. Que sea amable hablará bien de su armonía interna. ¡Menudas montaron Bonifacio VIII o Urbano VI por su irascibilidad!

Que sea fiel al evangelio y a la tradición le hará digno de su puesto. Si se empeña en contentar a los nescientes, quizá sea homenajeado, pero estará desertando de su propósito. Dentro de poco, saldremos de dudas. En estas jornadas, queda rezar y confiar en el Sumo Hacedor.

¿Progresista? ¿Conservador? ¡Fiel a Dios! El nuevo papa, sea quien sea, fácil no lo va a tener. Sería el primero.

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