José Rafael Pocaterra

Releo a Pocaterra de la mano de Simón Alberto Consalvi en el tomo 99 de la Biblioteca Biográfica Venezolana. Cada página evoca recuerdos y musita reflexiones: ¿Hemos aprendido la lección? ¿Hemos superado, al menos en parte, la barbarie heredada de militares que convirtieron al país en su hacienda privada? La memoria como motor del futuro parece ausente y recaemos con pasmosa frecuencia en los mismos yerros.
Las cárceles de hoy, ¿en qué se diferencian de las mazmorras de Gómez? ¿Porqué siguen siendo el destino fatal de los que tienen el valor de disentir y opinar? “¡Todas estas bocas que sonríen, femeniles, a los fuertes que pasan! Un país entero que se deja robar y deshonrar y asesinar en silencio porque para todos los Tartufos del comercio, del clero, de las profesiones y de la prosa periodística, la paz es el supremo de los bienes de los pueblos, y una digestión tranquila el mayor bienestar y la finalidad suprema de todo venezolano sensato”.
Porqué se violan los derechos humanos más elementales de quienes no han cometido otro delito sino el de no adular, al mandatario de turno. ¿Porqué los gobernantes no tienen el coraje de dirimir diferencias sin recurrir al abuso del poder bajo el amparo de la impunidad?
Las ideologías solo sirven para prostituir a los pueblos y a las conciencias. Se puede estar de acuerdo con algunos mandatarios por sus posturas iniciales en contra del imperio y la dominación. Pero de allí a erigirlos en héroes, a pesar de sus crímenes y tropelías, hay un abismo. “Seamos estrictamente severos con nosotros mismos y justos con los demás y hagamos un análisis de los hechos primero y de nuestras conciencias después”.
Pocaterra es una clarinada en la historia de Venezuela de todos los tiempos y en los actuales. Que sea semilla que caiga en tierra buena, como en la gallardía de tantos jóvenes universitarios que sin más armas que una conciencia limpia y un corazón lleno de fraternidad y democracia, claman por una libertad que se les arrebata a cuerpo limpio. Es la fuerza que mueve montañas y derrumba colosos.
Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo