¿Resurrección?

A lo largo de la historia, el tema de la Resurrección de Cristo ha generado muchas polémicas entre creyentes y no creyentes. Hay quienes dudan, otros prefieren señalar que es un invento de los cristianos, y no falta quien la compare con otras cosas.

También ha sido difícil expresar que la Resurrección de Cristo tenga sus efectos transformadores en los mismos seres humanos. Más aún, nos podemos encontrar con gente que no crea en la vida eterna o que sigan hablando de la re-encarnación. Sin embargo, la Resurrección de Cristo forma parte de los misterios centrales de Jesús de Nazaret: muerto en la Cruz resucitó al tercer día. A sus discípulos les ordenó ser “sus testigos” en todo tiempo y hasta los confines de la tierra.

San Pablo va mucho más allá de lo que uno podría esperarse, cuando afirma que si “Cristo no ha resucitado, vana sería nuestra fe”. Con esta expresión, el Apóstol nos coloca ante dos realidades: la de la misma Resurrección del Señor y la de su influencia decisiva en los discípulos de Jesús.

Por eso, él mismo habla del bautismo como una incorporación a la muerte y a la resurrección del Señor. Estamos llamados a resucitar con Cristo. Toda nuestra existencia cristiana está marcada por este hecho pascual, con el cual adquirimos la condición de “hombres nuevos”. Desde esta experiencia, entonces, nos convertimos en “testigos del Resucitado”.

Jesús enseñó a sus discípulos las verdades del Reino y los fue preparando para que pudieran asumir la Resurrección como el evento que logró la plenitud de su entrega pascual. Cuando se encontró con Marta, al ir a ver al amigo recién fallecido –Lázaro-, Jesús la consuela asegurándole que él es la “resurrección y la vida”. Eso ocurrió antes de que Jesús resucitara al amigo Lázaro. Jesús da una enseñanza clave y luego demuestra con el milagro la fuerza de esa expresión.

Pero, a la vez, ese acontecimiento resulta profético, pues va a servir de anuncio al milagro más grande realizado por Jesús: su Resurrección. Si Él ha indicado que es “Resurrección y Vida”, está asegurando que no morirá para siempre. Luego de su pasión y muerte en la Cruz, surge vencedor de la muerte para iniciar la novedad de vida y así terminar de cumplir la voluntad del Padre Dios. La enseñanza de Jesús ante la muerte de Lázaro es un anuncio de lo que sucederá con Él y, por consecuencia, con todos los seres humanos a quienes dirige su entrega salvífica.

Por ello mismo, ante las dificultades que muchos presentan acerca del tema de la resurrección, tanto de Cristo como la personal de cada uno, la acción de Jesús no sólo va a ser una enseñanza práctica (al realizar el milagro), sino una garantía: anuncio de lo que seguirá sucediendo después de su Pascua. Es, por otra parte, el cumplimiento de lo profetizado por Ezequiel: “Cuando abra los sepulcros y los saque a ellos, pueblo mío, ustedes dirán que Yo soy el Señor. Entonces les infundiré mi espíritu y vivirán”.

Fruto de esa Resurrección es caminar en la novedad de vida e introducirse en la intimidad de Dios. Pablo va a enseñarnos cómo es posible todo esto. Es vivir en el Espíritu, quien habita en cada uno de los creyentes desde el Bautismo.

Es interesante lo que el Apóstol nos dice acerca de la vida según el Espíritu, pues tiene que ver con la Resurrección y sus efectos en nosotros:

“Si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en ustedes, entonces el Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos también les dará vida a sus cuerpos mortales, por obra del Espíritu que habita en ustedes”.


La vida según el Espíritu es la puerta de entrada para vivir como “testigos del Resucitado”; más aún para manifestarnos ante el mundo como “resucitados” con Cristo. La Resurrección es la derrota de la muerte y del pecado; vivir como resucitados es llevar a todas partes esa victoria pascual. Con ello, podremos hacer posible el cielo nuevo y la nueva tierra en todos los rincones del mundo donde vivimos. Eso está incluido en el hecho maravilloso de ser “testigos de la Resurrección”.

El episodio de la resurrección de Lázaro, anuncio profético de la de Jesús, el Cristo, nos permite reflexionar y tomar partido por algo irrenunciable: también nosotros participamos de la Resurrección de Cristo. No perdemos el tiempo ni las energías al demostrar con nuestro testimonio que de verdad para nosotros la Resurrección es centro de nuestra vida de fe. Y, entonces, ante tantas interrogantes de muchas personas y escuelas de reflexión sobre ese hecho, la respuesta que debemos dar es: “Sí, la Resurrección”.

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal
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