El Islam necesita un Papa

En el Islam, la representación gráfica de Alá o de su profeta se asocia a la idolatría. Representar a Dios sería convertirlo en un ídolo. Dios es el “absolutamente otro” y, por lo tanto, inalcanzable para la vista de los seres humanos. De ahí que el arte teológico del Islam se despliegue fundamentalmente en arabescos y en trazos caligráficos que aluden al objeto o al sujeto de la fe de los creyentes.
Esta es la razón inmediata de la ira desatada en el mundo musulmán contra las caricaturas del profeta, que no sólo lo representan, sino que, además, lo ridiculizan o lo denigran. Pero hay otras razones de fondo. Todas las religiones tienen sus símbolos sagrados. Tocarlos es peligroso. Pero con diferencias sustanciales. Profanar los símbolos religiosos del Islam lleva aparejada la fatwa y la muerte. Hacer lo mismo con los católicos, sale gratis o, a lo sumo, provoca pacíficas y reducidas protestas, rosario en ristre.
Y eso que, en los últimos años, el catolicismo se ha sentido agredido en múltiples ocasiones. Músicos, pintores, escultores, actores y artistas de todo tipo y condición utilizan los símbolos más sagrados del cristianismo (la cruz, el Papa, el Vaticano o la Virgen) para ridiculizarlos y denigrarlos. Películas como ‘La vida de Brian’, ‘La última tentación’ o ‘Je vous salue Marie’ presentan atrevidas caricaturas de Jesucristo y de María. Pero lo máximo que suscitaron fue la protesta de pequeños grupos de personas rezando el rosario a las puertas de la sala donde se estrenaban.
La cantante Sidnead O’Connor llegó a rasgar la foto del Papa Wojtyla en directo en algunos de sus conciertos. Más recientemente y entre nosotros, unas decenas de personas protestaron por el estreno en Madrid de una obra de teatro titulada “Me cago en Dios” de Iñigo Ramírez de Haro, cuñado de Esperanza Aguirre, mientras la Conferencia episcopal pedía que se retirase de la cartelera.
La Iglesia protestó también por la emisión en canal + de un video de Javier Krahe, en el que se mostraba “cómo cocinar un crucifijo”. Y acaba de volver a protestar por la representación teatral de Leo Bassi, titulada “la revelación, en la que el actor, vestido de Papa, arremete contra todos los símbolos religiosos.
Protestan los católicos por muchos libros tendenciosos y hasta calumniosos. El último, el célebre ‘Código Da Vinci’ que, a pesar de la polémica suscitada entre los creyentes, vendió cifras multimillonarias y está a punto de ser llevado al cine.
Ese mismo libro, hace 50 años, sería quemado o, al menos, incluido en el Indice de libros prohibidos, creado por la Iglesia en 1559 y vigente hasta 1948. Allí fueron a parar obras de Voltaire, Copérnico, Balzac, Sartre o Gide, entre otros muchos.
¿Por qué el catolicismo abolió el Indice y ya no quema a nadie en las hogueras de la Inquisición, mientras el Islam lo sigue haciendo? Porque el catolicismo puso al día su doctrina en el Concilio Vaticano II y dejó de hacer una interpretación literal de las Sagradas Escrituras. Y eso cambió radicalmente su faz. Gracias al Concilio se casó con la modernidad e hizo suyo el lema de que “la fe se propone, no se impone”.
El cristianismo se basa en el amor y el Islam en una doctrina. En una doctrina rígida e interpretada al pie de la letra. Los musulmanes necesitan un Concilio para “aggiornar” su acerbo doctrinal. Y después de celebrado un Concilio, tampoco les vendría nada mal un Papa.
Un Ulema máximo, un muftí con poderes absolutos, que pudiese zanjar las mil controversias o disputas teológicas que surgen siempre entre las distintas corrientes de cada religión. Con un Papa y un Concilio, el Islam seguiría poniendo el grito en el cielo por el escarnio cometido contra sus símbolos religiosos. Pero sin que de él bajasen fatuas ni amenazas de muerte. Porque Alá es un Dios de vida...y con sentido del humor. JOsé Manuel Vidal