La victoria pírrica de Rouco le desprestigia

No está contento el cardenal de Madrid con los resultados de las últimas elecciones episcopales, en las que salió reelegido presidente de la Conferencia episcopal para el próximo trienio por 39 votos sobre 75. Y tiene motivos para no estarlo. Quería una goleada y tuvo que contentarse con ganar por la mínima. Victoria pírrica y con sabor amargo. Primero, porque confirma que Rouco Varela vence, pero no convence. Una tonica en toda su carrera eclesiástica (en la anterior votación, por ejemplo, también salió elegido con 38 votos). Y segundo, porque su ilusión y la estrategia que vendió a los obispos no pasaba por una victoria apretada, sino por na especie de plebiscito episcopal. Con la excusa de la visita papal a España y de dar una imagen de unión interna y externa.

Si un obispo se presenta a un cuarto mandato, es poque cree que va a ser reelegido por una amplísima mayoría. Porque cree que va a contar con el respaldo mayoritario, casi plebiscitario de sus hermanos: o bien por ser un líder excepcional o bien por estar la Iglesia en una situación excepcional. Si se presenta y gana por la mínima, queda en evidencia. Porque se demuestra a las claras que tapona, que no deja paso, que se aferra al poder, que utiliza los mismos mecanismos que los políticos para no dejar la poltrona. Y eso casa mal, no casa en absoluto, con la doctrina del poder como servicio que rige, al menos en teoría, en la Iglesia católica.

Pues eso fue lo que le pasó a Rouco. No salió refrendado por sus hermanos. Salió reelegido sólo por sus incondicionales (votos domesticados) y por los pelos. Y con eso se retrata ante la Iglesia y ante la sociedad. Porque se visualiza hacia adentro y hacia afuera su afán de poder y de perpetuarse en el cargo. Sin dejar paso a nadie. Ya no lo hizo, hace unos años, con Fernando Sebastián (en un momento en que éste podría haber accedido a la presidencia). Volvió a perder una excelente ocasión de coronarse con la próxima visita del Papa a Madrid y demostrar a sus compañeros que no se cree imprescindible, que es capaz de ir soltanto el control y de ir dejando paso a otros.

Su gran argumento para conseguir una aplastante mayoría era dar sensación de comunión (de unión) de cara a la visita del Papa. Y acabar con el ritornello que tanto le molesta cada vez que va a Roma (y va mucho): "Tiene usted el episcopado dividido, ¿por qué?".

Pero los obispos no picaron el anzuelo, al menos masivamente. Los 39 que lo reeligieron, sí, pero los demás (los 36 restantes, casi la mitad) quisieron dejar clara constancia que no comulgaban con las razones aducidas y, al no votarlo, le estaban recriminando sus ansias de aferrarse al cargo.

En definitiva reelegido, sí, pero tocado, también. Rouco podrá seguir tres años más al frente de los obispos, pero ha perdido autoridad moral, se ha dejado demasiados pelos en la gatera, sabe que la mitad de sus compañeros lo soportan, pero no lo quieren. Sabe que su momento ha pasado, que está amortizado y que lo lógico y, sobre todo, lo evangélico, hubiese sido dejar paso a otro y ser magnánimo.

Pero lo quiere todo: apurar al máximo y, además, pilotar, durante estos tres años, su sucesión. Tanto en Madrid como en Añastro. Si le dejan, claro. Tanto en Roma como en la Casa de la Iglesia. Tras la apoteosis de la JMJ, ésas serán sus prioridades.

Si se hubiese ido ahora, hubiese ganado en prestigio y hubiese consolidado su hoja de ruta vital. Porque Rouco también tiene cosas de las que presumir.

Pero, su decisión de seguir consagra su imagen de eclesiástico político, que se las sabe todas, que controla la Plenaria mejro que Bono el Parlamento. Porque la de ser un buen maniobrador es una virtud que todo el mundo le reconoce, asi como su visión de la jugada.

Cuando los demás obispos van a las Plenarias a la buena de Dios y a ver lo que sale, Rouco lleva un plan, una estrategia y una táctica. Todo perfectamente engrasado. Y suele conseguir sus objetivos, porque es más listo, le dedica más tiempo y conoce sus carencias.

Rouco sabe, por ejemplo, que no es y nunca lo fue un líder natural. Y, por eso, tiene que maniobrar para conseguir sus objetivos. Y es listo y se dedica a ello. Y, de hecho, va a conseguir un récord. Rouco Varela logrará, si termina el mandato, convertirse en el prelado que más tiempo (12 años) esté al frente de la CEE, superando incluso al cardenal Vicente Enrique y Tarancón, que sumó diez años en total, tres trienios y un año de interinidad por la muerte de Casimiro Morcillo. Con una salvedad: Tarancón consiguió la reelección siempre por amplios márgenes y, además, en tres trienios consecutivos. Reconocimiento a las dotes de un líder carismático como fue el cardenal de la Transición. Las dotes que no tiene el cardenal de Villalba. Pero quizás, por eso, todavía tiene más valor lo que consigue.

José Manuel Vidal
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