"Existe hoy una Iglesia opresora y un pueblo de Dios oprimido que busca liberación fuera de la Iglesia" Fuera de la Iglesia también hay salvación

Fuera de la Iglesia también hay salvación
Fuera de la Iglesia también hay salvación

Este giro de los tiempos se está produciendo en casi todos los lugares donde está presente la Iglesia católica y supone un profundo cuestionamiento de su relevancia social y de su autoridad moral. En concreto me voy a referir a este fenómeno tomando como ejemplo una de las Iglesias que mejor conozco: el Vicariato Apostólico de Aysén ubicado en la Patagonia chilena.

Muchos habitantes de la región tienen la sensación de que al clero y a los agentes pastorales les interesa más que las personas les obedezcan antes que acompañar, ayudar o sanar a las personas. Y aunque se reconoce que entre las bases de la Iglesia hay todavía gestos de solidaridad y de compasión, su imagen general es la de ser una Iglesia “rica en autoridad y pobre en misericordia”.

Para muchos, dejó de ser el rostro de ese Jesús joven y pobre, paciente en la persona oprimida y viviente en la persona comprometida. De esa forma, se va transformando en un grupo encerrado en sí mismo y refugiado en las prácticas litúrgicas y sacramentales y en las esporádicas y anacrónicas festividades tradicionales.

La eclesiología que ha implementado sería la causante principal de estos fenómenos por ser un caldo de cultivo para el abuso de poder y por estar anclada en un paradigma premoderno y restauracionista incapaz de responder a las preguntas y necesidades de las personas y comunidades de hoy.

Así pues, se cambiaron los sujetos; existe hoy una Iglesia opresora y un pueblo de Dios oprimido que busca liberación fuera de la Iglesia

Quisiera compartir con ustedes a través de este blog parte de un libro que lleva por título “Fuera de la Iglesia también hay salvación” que he podido publicar en ediciones Letrame y que condensa años de experiencias y reflexiones acerca del fenómeno de la creciente desafección y deserción de la Iglesia católica de miles y miles de antiguos miembros activos de la institución eclesial.

Comenzaremos por el principio…

He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel. (Ex 3, 7-8) 

Tradicionalmente asociamos este texto del Éxodo bíblico con el pueblo de Dios oprimido por el faraón y, como continuidad con él, al nuevo pueblo de Dios que llamamos Iglesia. Sin embargo, como señala Ignacio Ellacuría, el pueblo de Dios (y el reino de Dios) no pueden ser referidos directamente a la Iglesia[1] porque son conceptos relacionados, pero que no hay que confundir. Por eso, hoy podemos encontrar que hay modelos de Iglesia y ejercicios de la autoridad dentro de ellos que son opresores y esclavizantes para las personas.

Así pues, se cambiaron los sujetos; existe hoy una Iglesia opresora y un pueblo de Dios oprimido que busca liberación fuera de la Iglesia. Para ese pueblo caminante, el éxodo sigue siendo una experiencia fundante de una nueva fe porque Dios está presente en sus contextos históricos y biografías y los acompaña por los caminos que van emprendiendo.

Este giro de los tiempos se está produciendo en casi todos los lugares donde está presente la Iglesia católica y supone un profundo cuestionamiento de su relevancia social y de su autoridad moral. En concreto me voy a referir a este fenómeno tomando como ejemplo una de las Iglesias que mejor conozco: el Vicariato Apostólico de Aysén ubicado en la Patagonia chilena.

La Iglesia católica en general y la chilena en particular están atravesando por uno de los periodos más oscuros y difíciles de su historia. Luego de años de estar en la primera línea de la defensa de los derechos humanos en dictadura, las posteriores alianzas de la jerarquía con los grandes grupos económicos y reaccionarios del país y los escándalos de abusos sexuales por parte del clero[2] han influido en la desconfianza hacia la Institución eclesial y en una deserción muy significativa de fieles, sobre todo en las últimas décadas.

ÉXODO

Pero también existen otras razones que no saltan tanto a la vista como, por ejemplo, aquella eclesiología restauracionista por la que optó la Iglesia chilena desde la década de los 90, o la forma distante, poco transparente y moralista de presentarse ante la sociedad y, finalmente, la renuncia consciente a configurase como pueblo de Dios y de estar referida al reino de Dios.

Esta realidad se acentúa en el Vicariato Apostólico de Aysén porque es una Iglesia pequeña y ruralizada que presenta algunas características de secta, tales como su encerramiento y el secretismo entre sus miembros y, además, porque carece de referentes eclesiales renovados y liberadores que pudieran ser un ejemplo de que “otra Iglesia es posible”.

Muchos habitantes de la región tienen la sensación de que al clero y a los agentes pastorales les interesa más que las personas les obedezcan antes que acompañar, ayudar o sanar a las personas. Y aunque se reconoce que entre las bases de la Iglesia hay todavía gestos de solidaridad y de compasión, su imagen general es la de ser una Iglesia “rica en autoridad y pobre en misericordia”.

23enero

Ante esta situación, es lógico que tanto la Iglesia nacional como el Vicariato de Aysén han ido sufriendo una desafección y constante pérdida de adherentes, una pérdida de autoridad moral ante la sociedad y una disminución en el número de sacerdotes, personas consagradas, catequistas y personas que solicitan los sacramentos. En el año 2002, un 69 % de la población chilena se declaraba católica. En el 2016, descendió a un 55 %. Y solo un 17 % de ese 55 % decía asistir regularmente a los servicios religiosos. Y en el Vicariato el número de personas que se declaraban católicas pasó de 85 000 en el año 2000 a 58 000 en el año 2018, según datos del Anuario Pontificio (2018) y del Annuarium Statisticum Ecclesiae (2016)[3].

Según Eduardo Valenzuela, decano de la facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Chile:

El declive del catolicismo queda atenazado por un incremento de la población evangélica, cerca del 20 %, y por un incremento acelerado de los jóvenes que marcan «ninguna religión», que bordean otro 20 %. Y señala también que entre los jóvenes avanza muy aceleradamente una desafección religiosa, que se expresa en los «ninguna religión» y constituye una forma particular de increencia diferente del ateísmo convencional. Al menos dos tercios de los «ninguna religión» chilenos creen en Dios y conservan creencias cristianas, pero rechazan la mediación eclesiástica de tales creencias[4].

Esta situación supone un auténtico “éxodo” eclesial donde los jóvenes, que pertenecieron a las pastorales juveniles o que se educaron en colegios católicos, se van de la Iglesia buscando nuevos espacios para poder alimentar su sed de libertad, encuentro y espiritualidad. También las mujeres, especialmente las más pobres, decepcionadas por sentirse abandonadas y utilizadas por la Iglesia, transitan hacia otras comunidades evangélicas populares, a pequeñas agrupaciones o talleres y a grupos familiares donde sentirse acogidas, valoradas y seguras.

Al parecer, el Vicariato no dimensiona este fenómeno y permanece inamovible en sus planteamientos y acciones. Para muchos, dejó de ser el rostro de ese Jesús joven y pobre, paciente en la persona oprimida y viviente en la persona comprometida. De esa forma, se va transformando en un grupo encerrado en sí mismo y refugiado en las prácticas litúrgicas y sacramentales y en las esporádicas y anacrónicas festividades tradicionales. Frente a las críticas y cuestionamientos públicos, recurre a acusar a «grupos y personas», sin identificar, que supuestamente quieren atacar a la Iglesia. Sin embargo, su desprestigio y su irrelevancia social y religiosa no hacen sino crecer cada día.

No es consciente (o no tiene la humildad suficiente como para reconocerlo) de que la eclesiología que ha implementado sería la causante principal de estos fenómenos por ser un caldo de cultivo para el abuso de poder y por estar anclada en un paradigma premoderno y restauracionista incapaz de responder a las preguntas y necesidades de las personas y comunidades de hoy. Esa eclesiología, en la práctica, desconfía de las novedades del Concilio Vaticano II y ningunea las aportaciones de las Conferencias de Medellín y Puebla[5].

[1] Cfr. Ignacio Ellacuría, «La Iglesia como pueblo de Dios», en I. Ellacuría, Escritos teológicos, T. II, UCA Editores, San Salvador, 2000, p. 321

[2] Ver los siguientes casos que han salido a la luz en los últimos años: padre Porfirio Díaz acusado de abuso de tres menores en las parroquias de Puerto Aysén, Chile Chico y Puerto Cisnes y apartado del sacerdocio. Los religiosos Víctor Troncoso, Francisco Belloti, Giuseppe Pulcinelli, Leonel Gatica, Cristian Sepúlveda, Franklin Venegas y Javier Hoyos, acusados y parte de ellos condenados por reiterados delitos de abuso sexual contra veinte menores en el Hogar Villa San Luis de Coyhaique.

[3] Oficina Central de Estadísticas de la Iglesia, Anuario Pontificio 2018 y Annuarium Statisticum Ecclesiae 2016. https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2018/06/13/pres.html

[4] Cfr. Eduardo Valenzuela (Artículo), «¿En qué creen los chilenos? Naturaleza y alcance del cambio religioso en Chile», en Centro de Políticas Públicas UC. Año 8 / N.º 59 / abril 2013, pp. 1-3.

[5] Cfr. Ellacuría, «La Iglesia como pueblo de Dios», pp. 2-ss.

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