He leído un artículo que no me ha gustado, y sin embargo, el título me atraía: “Ayudemos a nuestras esposas que envejecen”.
Ayudar a la esposa es lo que debe hacer un marido bien nacido: colaborar por el bien de la familia, y ser solidario sobre todo con su esposa. ¡Pobres mujeres! Ellas son las que atienden con sacrificio a maridos e hijos, pero de ellas ¿quién se ocupa?
El articulista dice entre otras cosas: “Yo normalmente regreso de jugar al golf a la misma hora que ella del trabajo, estoy jubilado. Vengo hambriento y ella lo sabe, pero necesita medida hora para descansar antes de preparar la cena.
Yo he decidido no gritarle por eso. Más bien le digo que tome su tiempo y que me avise cuando esté preparada la mesa […] Ella ahora se queja mucho: le duele la espalda, los pies, y no le llega el tiempo para cuanto ha de realizar […] Yo me digo: he de ser paciente, he de sonreír con amabilidad, y le ofrezco aliento y consejo”.
Y sigue el articulista narrando qué es su esposa para la casa y para él. Trabaja fuera y lleva las tareas del hogar, mientras que el machista del marido se limita a animarla, a jugar al golf, a no reñirle y a comprender los sufrimientos de la abnegada esposa y compañera de su vida. ¡No hay derecho!
La mujer no es una esclava, ni el marido el amo comprensivo y amable que disfruta de su dulzura y eficacia. Es hora de que los varones colaboren, ayuden, al cincuenta por ciento en las tareas del hogar cuando su consorte también trabaja fuera de casa. No se puede tolerar hoy el machismo que todavía subsiste en nuestras familias.
Conozco el caso contrario que debe generalizarse: el esposo bueno de verdad; el que ayuda y es báculo de la que durante años ha sido compañera de su vida y madre de sus hijos. Esta mañana me he encontrado con la pareja.
Ella con Alzheimer; todavía consciente de todo, pero con limitaciones serias. Su esposo la lleva de la mano; practica todas las tareas del hogar; vigila con dulzura a su consorte para que no decaiga su ánimo; y sólo quiere para sí un par de horas al día para poder relajarse un poco, pasear por el parque e ir a la misa vespertina. Una de sus hijas acompaña a la madre en esos momentos.
Me gustaría levantar un monumento a la mujer trabajadora; la madre buena y esposa abnegada; lo mejor de la creación, porque puestos a ser buenos, creo que la mujer nos supera a los hombres. Y de su gran inteligencia y constancia, todos estamos convencidos.
José María Lorenzo Amelibia
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