La frase, “Vivir de la fe”, siempre me había parecido atractiva, un gran ideal. Pero hace unos años me di cuenta de que era ambigua. Alguien le atribuyó un significado antagónico al de mi criterio; decían así: “Muchos viven de la fe y se enriquecen por la fe, por los donativos que gente ingenua les va haciendo”. Es una vergüenza que esto suceda. De todos es conocido el caso de líderes de sectas religiosas que viven en la opulencia. Sus fieles adeptos, con trabajos de semi esclavitud, proporcionan a sus venerables señores ganancias pingües. En el catolicismo hemos sufrido el triste y desgraciado caso de Marcial Maciel.
Pero sin llegar a extremos tan abominables, conocemos múltiples asuntos de sacerdotes para quienes su prestigio es ocasión y causa de enriquecimiento personal. Me decía hace ya muchos años un cura que había marchado a misionar a América: “Ya dice la Escritura: “Al buey que trilla, no le pongas bozal””. El tal sacerdote venía de una nación muy pobre de Sudamérica cargado de dinero. La gente continuamente le daba donativos.
Aquel hombre disfrutaba de un cierto carisma, mejor diría labia, para conquistar a sus ingenuos feligreses.
Aquí mismo en España conocemos numerosos casos de sacerdotes enriquecidos por su categoría de líderes religiosos. Y no bajo a detalles, por no exponer en público cuestiones que conozco, aparecerían nombres propios. No es ese mi propósito.
Sí denuncio la iniquidad que supone enriquecerse a causa de las cosas de Dios. Me parece un pecado con cierta semejanza con la blasfemia. Además lleva consigo la agravante de no caer bajo el peso de la repugnante simonía, tan condenada. Porque nada venden, tan solo se aprovechan de su situación privilegiada, y hacen de la fe y religión un negocio repugnante.
Nadie puede evitar que personas sensibles y con recursos obsequien con donativos, incluso pecuniarios, a sus favoritos en cuestión de religión. Pienso que el aceptar esos regalos no supone pecado. Pero jamás debieran emplearse en el enriquecimiento personal, sino en ayuda a necesitados, obras religiosas, construcción de parroquias, mil necesidades de todo tipo que tenemos en la Sociedad y en la Iglesia. Además debieran saberlo quienes ofrecen su generosidad.
Por fortuna también conozco anécdotas ejemplares de sacerdotes y obispos que invierten de esta manera los obsequios personales. Son dignos de loa, pero a la vez cumplen con un deber.
Caso aparte es el de los sacerdotes peseteros; muy distinto a lo anterior, porque no se aprovechan directamente de sus feligreses. También resulta repugnante. Pero este problema se tratará en otra ocasión.
José María Lorenzo Amelibia
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