Recuerdas siempre día. Notaste una pequeña comezón del espíritu. Las cosas del mundo empezaron a causarte hastío. Sentiste el primer impulso del hambre de Dios, ansia de eternidad.
Fue importante la decisión tomada en aquellos momentos: buscar el lugar adecuado, donde saciar tu necesidad del alimento divino.
Recorrías los templos solitarios, cuando la penumbra del atardecer recoge el espíritu en intimidad con el Creador; cuando las aves del cielo despiden con sus trinos la luz veraniega.
Jesús desde el Sagrario satisfacía tu anhelo de amor trascendente. Pero el tiempo, implacable, todo lo enfría cuando no se aviva con frecuencia la llama del fervor. Otra vez la inapetencia, la rutina, el interés por la materia y lo perecedero.
Has de aprender ahora a seguir el hilo de lo divino. Es muy dúctil, y si habitas en la morada de la distracción, no lo percibirás.
Presta atención a tu mundo interior. Y sigue esta pequeña atracción de lo Alto. Dios no se dejará vencer en generosidad. Los dones del Espíritu actúan en tu alma desde el día del Bautismo.
Responde a la primera insinuación divina; pronto llegarán la segunda y la tercera. Entonces el hambre de trascendencia sólo en El la saciarás.
Y el premio de corresponder al gran amor será una profunda paz en tu alma, y la fecundidad al ciento por uno de tu labor en la viña del Señor.
José María Lorenzo Amelibia
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