Poner pegas a todo es enfermizo

Enfermos y debilidad

Poner pegas a todo es enfermizo

Desde hace muchos años he observado, en mis distintos puestos de trabajo, un fenómeno común: cuando los dirigentes adolecen de baja autoestima, pero desean a toda costa defender su puesto de privilegio, suelen esgrimir, como autodefensa, el incordiar. Es una debilidad aneja a personas con esta doble faceta. Y aparece no solo en el trabajo, también en otras relaciones sociales. El fenómeno es corriente dentro del mundo laboral, en quipos de ONG, en le terreno educacional, e incluso en reuniones de apostolado. Así somos.

En las asambleas se les ve venir. Cuando todo va conforme a sus proyectos, nada ocurre. Pero si aparece un compañero con iniciativa, con talento natural para el negocio o el puesto social, vienen las pegas continuas, a no ser que previamente se haya comunicado el tema a quien ejerce la función de jefe, y pueda ofrecerlo el mandamás como algo de su propia cosecha.

Me decía un compañero: “Me pasé varios meses preparando un producto interesante y de gran provecho para la empresa. Pero no tuve la picardía de dárselo previamente a conocer al jefe. Lo escuchó en la reunión, y enseguida dijo que no era viable el asunto. Pero, cosa curiosa, al año siguiente lo ofreció como idea propia”.

No me juzgo superior a nadie. Pienso que yo también podría caer en esa trampa si tuviera un puesto de dirección. Muchas personas parecen disfrutar poniendo palos en la rueda del prójimo. Así justifican su función directiva; de lo contrario, ¿para qué sirve llevar el timón de la nave? Su profesión podría denominarse, incordiar al prójimo. De alguna manera han de conseguir aumentar la propia autoestima.

El ser humano arrastra estas pequeñas miserias, - ¡qué le vamos a hacer! - pero es bueno conocer nuestras tendencias para esforzarnos y poner remedio; no dejemos que se conviertan en enfermedad o complejo, como antes se decía.

Es verdad que una solución intermedia en quien ofrece iniciativas consiste en hacer ver a quien manda que la novedad procede de él mismo, pero seria mucho mejor que el jefe de turno se controlara y no se dejara llevar de estas debilidades incordiantes.

A la hora de la verdad, si un subalterno no quiere amargarse en la vida, debe prever estas incidencias, entregarle gratis al incordiante su mercancía, dominar el amor propio, y que todo sirva para el bien común. Porque ¡es tan difícil para quien está arriba darse cuenta de su pequeñez!

José María Lorenzo Amelibia
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