(REFLEXIONES Y ESTUDIO SOBRE EL CELIBATO OBLIGATORIO)
El otro día hablaba yo con un médico. Tenía cuarenta años y había decidido como, consecuencia del amor que tenía a Dios y para una total entrega a sus hermanos, vivir en virginidad. Su director espiritual, un cura celoso y santo, le hizo ver la gran necesidad actual que tenemos de sacerdotes. Él meditó su determinación y se inclinó por el ejercicio de la medicina en castidad perfecta, porque vio que este era su carisma.
Así tiene que ser el celibato en el sacerdote, como independiente de que sea o no sea ministro del altar. Lo mismo sería virgen si se hiciera médico o graduado social. No hay por qué unir sacerdocio y celibato. Ambos carismas los veía San Pablo separados, aunque se armonizaban, no cabe duda. En el celibato la actividad se puede acrecentar y llegar a la altura de los místicos.
En tiempo de San Pablo el celibato se vivía como estado de hecho. Él pensaba de este modo: como el fin está próximo, no merece la pena cambiar de estado (1 Cor. 7) "Quisiera veros libres de toda preocupación" de aquí no puede deducirse una especie de primera ley del celibato. El mantenerse virgen favorece el impulso del alma... es un medio para la vida contemplativa, para meditar las cosas de Dios. Agradar a Dios supone para San Pablo entrega total. La santidad de la mujer virgen consiste en estar engalanada para la entrega.
"En renuncia total. Identificar sus intenciones con las del Señor. Ser libre para entregar su libertad al Señor. Sin división e ininterrumpidamente
Pero Pablo no imponía el celibato. Él mismo no lo abrazó por ser apóstol. Sabía que otros apóstoles se hacían acompañar de su mujer, y él no los juzgaba, le parecía normal y lógico. Veía en el celibato un don con valor intrínseco, en sí mismo. Como lo ven hoy y lo seguirán viendo cuantos eligen la virginidad para entregarse del todo a un ministerio. Ambos carismas, los consideraba separados, aunque se armonizaban. En el celibato la actividad orante y apostólica se puede acrecentar y llegar a la altura de los místicos. Se da como cierto que San Pablo a sus vírgenes no las retenía con votos y compromisos de por vida, sino como en una situación de suyo estable, pero que en cualquier momento podían abandonar, si así lo decidían.
José María Lorenzo Amelibia
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