Lo que antes ocurría entre párrocos y coadjutores ¿Ahora?
Crítica Constructiva
| José María Lorenzo Amelibia
Lo que antes ocurría entre párrocos y coadjutores ¿Ahora?
(Boletín Salesiano)
Desde tiempos lejanos (escribo en el año 1966) hay un problema candente en el clero: la relación entre párrocos y coadjutores. Es una pena que por estas relaciones se deje de hacer el bien y positivamente se escandalice a los fieles. Relaciones tirantes y con frecuencia hostiles, con faltas de caridad mutua que trascienden a la feligresía.
Existe muchas veces en el párroco un sentido falso de la dignidad. "Soy autoridad, piensa, se me deben toda clase de honores y respetos." No sufre que sus colaboradores tengan más prestigio que él, y mucho menos que se lo reconozcan los demás. Quizás en el fondo de se da cuenta de que sus coadjutores poseen mejores cualidades que él mismo, y entonces le dominan los celos o envidias. En la ocasión más propicia se provoca el choque; entonces, el inferior ha de coger la maleta y marchar a otro destino. A ver si tiene más suerte. Pero antes los roces han trascendido por todas las partes con escándalo de los fieles. Algunos coadjutores conocidos han optado por aguantar, pero a trueque de experimentar en su cuerpo una úlcera gástrica o cólicos biliares.
Hay otro tipo de párrocos: hombres cargados de experiencia y de prudencia. Pero no de una prudencia verdadera, sino falsa; más bien diría yo que se trata de excesiva precaución. Ellos poco hacen, o nada: no se lo permite su salud. En cuanto a sus ayudantes les cortan sus iniciativas con frases como éstas: "No es prudente", "No procede", "Vamos a aguardar, veremos más adelante", "quizás fracases, antes yo también lo intenté". En consecuencia, sigue la parroquia con vida lánguida.
El joven coadjutor – cura de Misa y olla por imposición – se está anquilosando, y pierde los mejores años de su vida.
Otro tipo de párroco, el absorbente. Él lo sabe todo. Tienen experiencia, ciencia y talento. Y goza, a su juicio, de una gran personalidad. ¿Quién le tose? Sus colaboradores son unos críos recién salidos del cascarón. Que ellos den el catecismo, celebren la Misa primera y recen el rosario vespertino. Lo demás lo acapara el párroco: predicación, asuntos familiares, administración parroquial, movimientos de apostolado. El coadjutor de nada se entera. Con él para nada se cuenta. Ignora la marcha económica de la parroquia; nada sabe del resto de los asuntos parroquiales y familiares que debiera conocer. Para el caso es un sacristán.
Seríamos injustos si solo nos fijáramos en las sombras de los párrocos – máxime sabiendo que todos no son de esta calaña –. No se trata de ensañarnos con nadie, sino de poner al descubierto un grave problema con el deseo de buscar alguna solución.
Muchas reacciones del párroco no son cristianas, pero sí muy humanas; se perciben también en otros cuerpos muy distintos. También existen coadjutores muy suyos; para nada cuentan con el párroco; humillante e hiriente para quien representa la institución. Adoptan ante el superior aires de suficiencia; le parece que lo antiguo para nada sirve. No quieran respetar criterios distintos de los propios. Y en cierto sentido han dado motivos con su altivez de a que el párroco adopte un talante receloso y desconfiado.
No es raro el caso del coadjutor que milite en contra del párroco. ¡Triste labor! Unas veces lo hará de forma solapada; aparece sumiso ante él; incluso sabe adularle. Y a la hora de actuar obra al margen de lo acordado. En ocasiones, abiertamente en contra. Incluso trata de hacer adeptos suyos entre la comunidad parroquial. Llegan a crearse dos bandos; una especie de cisma dentro de la feligresía.
Todo esto requiere una solución. Parece que en principio debe ser el más fuerte quien dirija el proceso de paz. Que se dé cuenta el párroco que sus colaboradores – al igual que él mismo – son hijos de Dios; con el mismo sacerdocio de Cristo que él. Ha de haber entre ellos un sentido de igualdad. El párroco debe bajar del Sinaí. Dese cuenta que un sentido excesivo de autoridad resulta siempre ridículo. Hace reír a las personas sensatas que lo llegan a considerar como un "pobre hombre". Dad confianza a los coadjutores; preguntadles su parecer; ayudadles y consultadles; reuníos con ellos para dialogar. Sed amigos. Así prosperará la parroquia.
Y el coadjutor que no haga sin contar con el párroco; que no adopte aires de suficiencia con él. Y que tenga en cuenta que el bien de las almas es mayor con algo menos de trabajo, pero en unión. ¿De qué sirve el mucho laborar si es cismático?
Cada uno ha de hacer un examen concienzudo y después escuchar la opinión de los otros. ¡Es tan fácil creerse uno bueno!
José María Lorenzo Amelibia. Este artículo lo publiqué en la revista sacerdotal "Incunable" en junio de 1966.
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