Algo que me impresiona mucho y me hace llorar por dentro de agradecimiento y emoción, es sentirme sacerdote en la mente de Dios desde toda la eternidad.
Yo ocupé en el corazón de mi Señor un lugar preeminente, me amó Dios con predilección, me colocó al lado de Jesucristo, Sacerdote Eterno, como colaborador y amigo suyo.
Esta fe viva en el poder divino que me hizo sacerdote, me ayuda, me da fortaleza en momentos de duda, de incertidumbre o angustia. Es extraordinario pensar que el sacerdocio se nos ha dado en la intimidad de nuestro ser y a perpetuidad. Me parece que es necesario para nosotros tomar cada día posesión de este don, haciéndolo cada vez más personal.
Participamos de la eternidad del sacerdocio de Cristo. Es idéntica nuestra suerte que la de Jesús. Por lo mismo debemos unirnos más y más a Él. Este don nadie nos lo puede quitar, es para siempre. Nosotros hemos de corresponder hasta la muerte.
¡Esa es la verdadera fidelidad y el no "poner la mano en el arado y echar la vista atrás"!, porque al pedir el matrimonio no abandonamos el sacerdocio, nos impusieron no ejercerlo, a cambio de conceder una dispensa para el matrimonio. Así lo hemos entendido quienes nos sentimos vocacionados para el matrimonio y para el sacerdocio.
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