El celibato, la virginidad perfecta es algo ideado por Jesús. Diríamos hoy, de derecho divino. Es una maravilla. Se me ocurren unos cuantos beneficios sustanciales para la Iglesia, para el Pueblo de Dios e incluso para toda la población mundial, aun para la no creyente, cuando se guarda por amor al Reino de los Cielos, por identificarse más con Jesucristo.
1.- Ante todo es un signo del Reino de los Cielos, de que existe la vida eterna. Basta discurrir un poco para verlo. Supone una renuncia humana en pro de una vida futura. Inmenso testimonio de fe y esperanza.
2.- Deja mucho más tiempo libre para la predicación, para la oración, parar la extensión de la Buena Nueva. Dedicación exclusiva. Amor limpio a nuestros semejantes.
3.- Es un ejemplo o estímulo para aquellos que deseaban el matrimonio y por circunstancias no lo han podido conseguir.
Estas tres razones tienen un poder enorme.
Por todo ello: Sí a la virginidad perfecta, nuestro apoyo, nuestra propaganda en su favor.
Otras cosa muy distinta es el modo como está legislado este tema. Al establecerlo con la actual legislación pierde mucho brillo, porque lleva consigo enormes fisuras. No es lo mismo hacer un voto, que haber recibido el carisma de la virginidad dado por Dios. Jesucristo ofreció esta iniciativa divina, pero “a aquellos a quienes les ha sido dado”. No precisamente a quienes vayan a ser sacerdotes. Por eso dentro del sacerdocio sería extraordinaria la virginidad, lo mismo que en el mundo de los seglares. Mas no tendría que estar legislada con votos perpetuos, sino mientras el individuo se sienta con fuerzas. Y si se llega hasta el final de la vida, óptimo.
Por eso en el sacerdocio debiera ser voluntaria la virginidad tanto en el momento de la decisión, como a lo largo de la vida. Y si un día se decide el matrimonio, porque no tiene fuerza quien lo empezó, apreciar el testimonio de sus años de virginidad, y dejarle en total libertad para contraer matrimonio. ¡Más aprecio por la virginidad y menos afán de dominar a las personas!
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