El Buen Pastor y lo único necesario

Esta semana recibí en el Monasterio la visita de un obispo amigo. Alguien le comentó que había un joven inmigrante que estaba desconcertado, que necesitaba ayuda, y que de lo contrario podía hacer una locura, y él ni lento ni perezoso vació su agenda de compromisos y le dedicó todo un día. No esperó que el chaval fuera a verlo, sino que él vino a la ciudad donde éste vive.

Me dijo “¡Esto es lo más importante de mi ministerio! Tengo que ser un servidor y estar disponible para quien lo necesita”.

Pensé en el Buen Pastor del que habla Jesús en el Evangelio; me acordé del relato de la Samaritana, de aquel paralítico que no tenía quién lo acercara a la piscina, de Saqueo que quería ver a Jesús y que Jesús fue a su casa… Y descubrí, sin esfuerzo en este “buen pastor”, que supo leer el Evangelio en clave de servicio y de la verdadera caridad, a Jesús el Buen Pastor del Evangelio.

Los planes pastorales, los proyectos de Iglesia de comunión, las planificaciones, etc. no hacen visible al Reino de Jesús, a no ser que pasen por un compromiso concreto con las personas o que desemboquen en él. Y esto, sabiendo que entre las personas no hay distinción a causa de su religión, raza, cultura, estatus social, etc., porque todas tienen un único y doble valor: el de ser hijos de Dios y el de haber sido rescatados para la Vida por el mismo Jesús…. Que para eso se hizo hombre, para eso “se puso en nuestro lugar”…

El Buen Pastor sigue dando su vida por las ovejas, por sus amigos, por sus hermanos, en la persona de éste y otros buenos cristianos… Como lo hizo ayer el obispo Joan, que al dejar todo lo que tenía supo ocuparse de lo que realmente era necesario: de la persona necesitada.
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