Inteligencia emocional

Me explicaban esta semana que en un curso de “inteligencia emocional”, el conferenciante les puso como ejemplo una situación vivida por él.

Se encontraba ante una clase hablando sobre la “Inteligencia emocional”, como una forma de interactuar con el mundo que tiene muy en cuenta los sentimientos, y engloba habilidades tales como el control de los impulsos, la autoconciencia, la motivación, el entusiasmo, la perseverancia, la empatía, la agilidad mental, etc. que configuran rasgos de carácter como la autodisciplina, la compasión o el altruismo, que resultan indispensables para una buena y creativa adaptación social.

Después de su exposición pidió a la clase que escribieran en un papel sus impresiones, preguntas o cuestiones y que lo firmara. Él a su vez iría leyendo cada papel y respondiendo o comentando ante ellos.

Comenzó a hacerlo. Al abrir un papel vio que había escrita sólo una palabra: “Idiota”. Sin duda era un mensaje para él. Sin inmutarse miró el papel y acto seguido a la asamblea, y dijo: “Aquí en este papel veo que quien lo ha escrito se ha olvidado de escribir la pregunta o comentario, se ha limitado a firmar el papel ya que sólo ha puesto: Idiota”.

Inmediatamente vino a mi mente algo de lo que ya hablé en otras ocasiones, pero que me plantea nuevas cuestiones: Desde el anonimato es fácil hacer descalificaciones, insultar y hasta atacar personalmente a una persona, cosa que no haríamos muchas veces si tuviéramos que dar la cara. Cuando esto hacemos encubrimos una gran debilidad, tal vez algún complejo, y sin duda mucha cobardía.

¡Qué difícil es tener serenidad y buenos reflejos como este profesor para poner en evidencia a quien le insultaba sin dar la cara!

Qué bueno sería llegar a la madurez de plantear cuestiones a cara descubierta y ser capaces de dialogar sin agravios ni descalificaciones, dispuestos a acoger la parte de la verdad que tiene el otro, o al menos, a respetar su punto de vista por muy diferente que sea del propio.

Termino citando a Heinrich Heine, que decía que “El inteligente se percata de todo; el tonto hace observaciones sobre todo”.

Que seamos tan inteligentes como el sabio profesor que no perdió los estribos del autodominio y pudo controlar la situación, pero que tampoco se tragó un sapo pasando por alto algo que era evidente: que quien veía en él un idiota en realidad lo era él mismo.

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