¿Preguntas incómodas?

“Cuando doy de comer a un pobre, me dicen que soy un santo. Cuando pregunto por qué no tiene qué comer, me dicen que soy un comunista”. Así se expresaba Dom Helder Cámara, un auténtico icono del compromiso evangélico con los más pobres; un hombre, que como Teresa de Calcuta, hizo del amor a los pobres la forma de vivir y servir al Evangelio.

Muchas veces dar es una forma de hacer justicia, de ayudar al otro en sus necesidades, de ejercer misericordia, o simple y llanamente de “tranquilizar la conciencia” “sintiendo” que se hace “algo” por el otro.

Más allá de las motivaciones –que son importantes-, lo realmente importante es compartir, ser solidario y ser capaces de escuchar las necesidades de los pobres y de oír sus clamores, para hacernos cargo de su situación y, si es posible aliviarles o buscar una solución.

También me parece importante dejarnos interpelar por los que se comprometen directamente con los pobres y necesitados, y lo hacen a tiempo completo y con radicalidad: ¿Qué sería de aquellos miles de pobres de las calles de Calcuta, si el Espíritu no hubiera suscitado a la Madre Teresa? ¿Qué sería de los niños soldados, si el Padre Xema no alzara su voz por ellos y los salvara de las garras de ese infierno? ¿Y que pasaría con los enfermos mentales encadenados a los árboles y azotados para “sacarles el demonio”, si no fuera por Gregoire y la asociación de San Camilo de Costa de Ivorio? ¿Qué pasaría con la vida de tantos niños de las calles de cualquier parte del mundo, o de los ancianos abandonados, o de los enfermos del Sida, y un largo etcétera, si no fuera por tantos y tantos hombres y mujeres que calladamente les alivian, liberan, acompañan?

En nuestro primer mundo podemos reconocer la tarea silenciosa de tantos que acogen a los inmigrantes, mujeres maltratadas, personas sin trabajo, enfermos, ancianos, etc…..

Sin duda hay que socorrer a los pobres y a los que sufren; pero seguramente, si no nos hacemos las preguntas desestabilizadoras e “incómodas” que se hacía don Helder, las cosas nunca cambiarían. “Hay que predicar y dar trigo”, se suele decir, y en esa prédica entra también la pregunta incómoda, el por qué y el qué podemos hacer para cambiar la situación.

Cuando nos quieren acallar, porque preguntamos, nos dicen que no hagamos política, y que la fe es de otro ámbito; o que somos de izquierdas, o que –en América Latina lo repiten- somos “tercer mundistas”.

Hoy, mirando a tantos pobres, y a tantos y tantos que siguiendo a Jesús han asumido un compromiso con los pobres, a “tantos santos” que dan de comer, visten y acogen a los necesitados, me pregunto con ellos: ¿por qué tanta diferencia entre el norte y el sur?, ¿Por qué unas estructuras tan perversas que estrangulan las posibilidades de vivir con dignidad a una inmensa mayoría, y facilitan que unos pocos acumulen de manera insaciable?

Temino con una frase casi centenaria de Paul Ricoeur que decía que “No se está de verdad con los pobres si no se lucha contra su pobreza injusta”.

No nos cansemos de dar pan a los hambrientos, pero tampoco de preguntar:¿por qué no tienen qué comer?

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