La fuerza de la confianza

A medida que pasan los años, y que uno va adquiriendo experiencia de vida, la realidad se ve de otra manera. Pocas cosas son abolutamente como se las veía antes y se comienzan a descubrir matices. Esto es una experiencia casi cotidiana: hay otros puntos de vista y maneras de concebir la realidad, tan respetables y válidos como los propios, incluso algunos llegan a hacernos descubrir que estábamos equivocados y nos vemos obligados, por honestidad, a rectificar. Incluso, lo que para uno pudo ser definitivo e intocable, con el paso de los años puede volverse relativo y hasta totalmente accidental.

Quiero decir que si uno permanece a la escucha, es capaz de observar, reflexionar y dejarse interpelar, puede enriquecerse tanto, que con el paso de los años, además de haber aprendido a respetar a los demás, se hizo poseedor, gracias a todo lo que le rodea y se le ha dado, de una gran sabiduría. Otras veces los acontecimientos nos van confirmando y afianzando en determinadas convicciones, que van adquiriendo más peso y convencimiento interior.

Pasa lo mismo en la vida espiritual, y hasta en la misma relación que uno tiene con Dios. Todos necesitamos nuestros ritos y nuestra manera de abrirnos al trascendente y de relacionarnos con Dios. El Evangelio es una magnífica escuela de ello. Seguramente de pequeños nos fueron introduciendo en el arte de orar, y poco a poco nuestra fe fue creciendo. Tal vez pasamos de una oración en la que sólo pedíamos, a la de aprender a dar gracias, a la de ponernos en manos de Dios… a la de permanecer en silencio.

La experiencia orante de Jesús es impresionante, y sin duda de sus horas de intimidad con el Pade, Él aprendía el arte de vivir y de amar. Y también, de sus largas conversacaiones y caminatas con sus amigos y con las gentes, llenaba su corazón que luego, desahogaraía con su Abba, em un clima de absoluta confianza.

…¡Cómo cambian las cosas cuando se pasa de la ley, lo impuesto desde fuera, lo transmitido…. a cuándo se descubre, experimenta y vive la confianza!

Cuando Jesús en el Jordán se siente “hijo amado del Padre”, su vida cambia y la fraternidad quema en su corazon: ya no puede hacer otra cosa que ir a anunciar el mensaje liberador del Padre.

Decía con razón mi hermano dominico, Fray Beto de Brasil, que “no se concibe una oración que nos aparte del pueblo para aproximarnos al Padre.” Los clamores llegan al Padre y Él nos envía; los clamores de los hermanos nos hacen sentir la impotencia, la rabia, el deseo de Justícia, de que venga pronto su Reino, y entonces, vamos al Dios y Padre de todos a pedirle, a suplicarle, a exigirle que haga justícia.

Y, ¡vaya por dónde! Cuándo se da este diálogo de confianza con el Padre, uno aprende, escuchándole, que la justícia vendrá por nuestro cambio de corazón. Dios cuenta con cada uno para transformar la historia.

Muchas cosas nos preocupan y ocupan. A veces vamos demasiado cargados de formas, normas, estructuras, mandatos, ¡y hasta dogmas! Pero al Padre del cielo pocas cosas le importan. Tal vez sólo una: que cuando le llamemos Padre, nos sintamos hermanos de todos y que obremos como tal.

La única religión válida es la del amor a fondo perdido… Y cuando uno descubre esto, y ve a Jesús plenamente libre ante la ley, la autoridad, ante los fariseos y publicanos, ante el poder civil y religioso; y le ve amando, con humildad, como un servidor, entiende que la verdadera religión se lo juega todo en el corazón. Y que de fuera nada ni nadie, nos pueden quitar la libertad.

El Dios de la vida nos dice a cada uno: “Tú eres mi hijo amado en quien me complazco”… Si le escuchamos, nuestra vida se iluminará y no podremos más que vivir con libertad, libres de ataduras, predicando que el Reino ya está aquí.
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