La importancia de escuchar(nos)

Este sábado estuve con un grupo de voluntarios que marchan a Bolivia en este verano. Un grupo muy majo que me dio la oportunidad de reflexionar sobre los valores y las actitudes del voluntariado, y concretamente de un voluntariado inscrito en el marco de la Congregación salesiana.

Bien, lo que juntos comentamos fue la necesidad de ser observadores, de abrir los ojos para ver, los oídos para escuchar y el corazón para acoger.

Sin duda, lo primero que pusimos en la mochila fue esta actitud de apertura que son esenciales para vivir no sólo cuando uno marcha de voluntario, sino en el día a día.

Sin duda, quien está pendiente del otro, se anticipa a sus necesidades. Por eso, es bueno asumir la actitud de ser un observatorio permanente de la realidad para detectar en ella las necesidades, las pobrezas, los espacios que reclaman nuevas posibilidades de intervención y de presencia.

Creo que saber escuchar y ver, nos capacita para captar hasta lo que no nos dicen los otros, pero sí sugieren: no para tomarles la palabra, sí para facilitarles el camino y el hecho de que se puedan expresar.

Pere Casaldàliga insiste por activa y por pasiva en la urgencia de practicar la proximidad con las personas. De hacernos próximos. De acortar distancias, para poder comprender las razones que hay al corazón del otro.

Por eso se ha de escuchar, observar, -sin prejuicios- intentando comprender. Sin haber decidido de antemano qué es lo que el otro necesita.

¡Que difícil es el arte de escuchar con calma y con tiempo en nuestro país dónde sólo conocemos las prisas y la eficacia! Y esto tiene sus consecuencias en nuestras relaciones cotidianas. A menudo creemos que comunicarnos consiste en hablar y hablar hasta convencer o imponer al otro mi criterio. Pero la realidad nos muestra que lo más decisivo del diálogo es la capacidad de escucharnos comprensivamente, intentando ponernos en el lugar del otro.

¡Todo un reto, todo un camino de aprendizaje!

En el año 2540 a. c. un Faraón daba a su hijo que le sucedería un consejo:

“Cuando alguien te plantee una cuestión, sé paciente y escucha las palabras de quién te las plantea.

No le despidas antes de que haya dicho todo el que traía dentro, o antes de que no te diga por qué ha venido.

No es necesario que se cumplan todas sus peticiones, pero, la buena costumbre de escuchar a los otros, serena los ánimos”.
La experiencia nos muestra que no es suficiente oír, es necesario escucharnos. Nos hacen falta un conjunto de actitudes que nos lleven a tomar’ seriamente al otro, y que el otro sea consciente. Nos hace falta abrirnos de tal manera que sepamos descubrir incluso esto que el otro no dice.

Si no escuchamos, daremos respuestas a preguntas que los otros no formulan y soluciones a problemas que no tienen, o nos pasará lo que cuenta muy gráficamente la siguiente historia:

Un joven inquieto se presentó a un sacerdote y le dijo:

-Busco a Dios.

El 'reverendo' le echó un sermón, que el joven escuchó con paciencia. Acabado el sermón, el joven marchó triste en busca del obispo.

-Busco a Dios -le dijo llorando al obispo.

'Monseñor' le leyó una pastoral que acababa de publicar en el boletín de la diócesis, y el joven oyó la pastoral con gran cortesía, pero al acabar la lectura se fue angustiado al papa a pedirle:

-Busco a Dios.

'Su santidad' se dispuso a resumirle su última encíclica, pero el joven rompió en sollozos sin poder contener la angustia.

-¿Por qué lloras? -le preguntó el papa totalmente desconcertado.

-Busco a Dios y me dan palabras -dijo el joven apenas pudo recuperarse.

Aquella noche el sacerdote, el obispo y el papa tuvieron un mismo sueño. Soñaron que morían de sed y que alguien trataba de aliviarles con un largo discurso sobre el agua.
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