No todos los jóvenes son iguales -tampoco los viejos lo son-

Hace un par de meses vinieron dos jovencitas al Convento diciendo que querían hacer una entrevista a una monja. El motivo que dieron fue que eran estudiantes de psicología y que estaban preparando un trabajo de investigación en el que querían plasmar cómo viven los diferentes colectivos de la sociedad. Me explicaron que consideraban que podía ser interesante mostrar quiénes eran, cómo viven y qué dificultades tienen las monjas o los “que creen en Dios”.
Esa tarde yo tenía clases de Sangrada Escritura y acordamos una visita para el día siguiente.
Con puntualidad espartana se presentaron y comenzaron a acribillarme a preguntas: desde el horario, hasta las motivaciones para “hacerme monja”, pasando por las crisis o interrogantes: Todo, de todo.
Yo observaba al principio que tomaban algunas notas, pero pocas. Me preguntaba cómo recopilarían tanta información que para ellas era totalmente nueva si ni siquiera grababan.
Tres horas hablando, y el tiempo se acabó. Me preguntaron si podían regresa para completar el trabajo si veían que faltaba alguna cosa. Les dije que sí.
Antes de las cuarenta y ocho horas me estaban llamando. Pensé, ¡imposible que ya hayan hecho su trabajo! Querían otra entrevista y me pedían conocer la nave gótica del Convento y la Iglesia, nuestro lugar habitual de oración.
Les abrí la puerta y nada más entrar me dijeron que tenían que confesarme algo, y que no sabían cómo decírmelo. La verdad es que ni una ni otra arrancaban. Me regalaron una bandeja de dulces, y no había manera de que me dijeran “aquello que tenían que decirme” ni que dieran un paso para comenzar la visita. Finalmente una de ellas se armó de valor y me dijo: “- Tenemos que decirte que te hemos engañado”. “-¿Sí?”-les dije- “¡no me lo creo!”. “- Sí. Mira: No somos estudiantes de psicología ni de nada, con lo que no es verdad que estemos haciendo un trabajo, y menos que hayamos entrevistados a otras personas”. Me quedé mirándolas y sonriendo les dije: “- Bueno, no importa, ya lo habéis dicho, y no pasa nada”.
Insistieron en continuar su explicación: “- Mira, muchos se ríen de la Iglesia, y se toman a juerga cada vez que hay alguna cosa de los obispos que parece que no están de acuerdo con nada de lo que hoy es normal; aunque cada vez son menos los que hablan de Iglesia, de monjas y de curas. Pero nos daba un poco de curiosidad el pensar qué podía hacer que hubiera gente que está toda la vida dedicada a eso de “Dios”, y que no se cansan de rezar.” La segunda joven añadió: “- Yo me decía, un timo, uno lo aguanta unos días; decir cosas para poner nerviosos a los otros, no puede hacer feliz a nadie. ¡algo debe haber que todavía, en pleno siglo XXI haya locos o vaya a saber qué!que se encierren en la Iglesia.
“-Bien –continué yo- y ¿cómo llegasteis hasta aquí?”. Mira pensamos: si tocamos el timbre en un convento y decimos que queremos que nos digan qué hacen y qué piensan, nos hubieran mandado a freír espárragos, y por eso tramamos este montaje.” Lo hicimos luego de ir a una parroquia y que un cura nos dijera que tenía prisa.
No sé si yo a ellas les aporté mucho; creo que se fueron contentas, pero lo que sí sé es que muchas veces he vuelto sobre este hecho y me he preguntado cómo podemos hacer nuestra vida cercana y accesible a la gente; qué tenemos que hacer para para que con naturalidad puedan acercarse y preguntarnos; o mejor, cómo tenemos que vivir para que sea tan evidente lo que hacemos y creemos, que la fe se transmita por contagio.
Doy gracias porque al menos en el caso de mi comunidad –que es la que más y mejor conozco- la gente mirándonos puede decir que realmente nos amamos y somos felices.
Los jóvenes son inquietos y tienen interrogantes muy profundo. No es verdad "pasan" de todo: ¿sabremos escucharles y dar respuesta a lo que ellos nos preguntan?
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