Porque Cristo los necesita



Semanario Koinonía / Arquidiócesis de Puebla. 5 de septiembre.- El día de su ordenación, cada sacerdote es colocado como pastor al servicio del gran Pastor, Jesucristo. Es el Señor quien llama a sus colaboradores para compartir con ellos su noble tarea y misión.

Ser pastor no es la coronación de un mérito sino compartir en todo la condición del Maestro. La imagen del pastor viene de lejos. En el antiguo Oriente los reyes solían designarse a sí mismos como pastores de sus pueblos. En el Antiguo Testamento Moisés y David, antes de ser llamados a convertirse en jefes y pastores del pueblo de Dios, habían sido efectivamente pastores de rebaños.

En las pruebas del tiempo del exilio, ante el fracaso de los pastores de Israel, es decir, de los líderes políticos y religiosos, Ezequiel había trazado la imagen de Dios mismo como Pastor de su pueblo. Jesús anuncia que Él mismo es el Buen Pastor en quien Dios mismo vela por su criatura, el hombre, reuniendo a los seres humanos y conduciéndolos al verdadero pasto. Por eso San Pedro, a quien el Señor resucitado había confiado la misión de apacentar a sus ovejas, de convertirse en pastor con Él y por Él, llama a Jesús el Pastor supremo (cf 1 P 5, 4), y con esto quiere decir que sólo se puede ser pastor del rebaño de Jesucristo por medio de Él y en la más íntima comunión con Él. Precisamente esto es lo que se expresa en el Sacramento de la Ordenación: el sacerdote, mediante el Sacramento, es insertado totalmente en Cristo para que, partiendo de Él y actuando con vistas a Él, realice en comunión con Él el servicio del único Pastor, Jesús, en el que Dios como hombre quiere ser nuestro Pastor. Por eso el sacerdocio no es la oportunidad para llegar “muy alto”, o de conseguir un puesto mediante la Iglesia, de servirse y no servir.

El hombre nunca, a través del sacerdocio, llegará a convertirse en un “personaje importante”, a tener fama y prestigio. Se es pastor a través de la entrega total y desinteresada a Cristo, para que Él disponga aunque no coincida con los deseos de la propia autorrealización y estima. Si bien, muchos sacerdotes han sido hombres notables, impulsores y guías de la comunidad, líderes de opinión, de vida y de conducta, sólo esto es realizable en el amor a Cristo y a su Iglesia, hasta las últimas consecuencias. Se es líder porque Jesucristo lo necesita, porque así debe brillar la propia luz ante los hombres para que todos den gloria al Padre que está en los cielos (cf Mt 5).

Oremos para que cada sacerdote sea pastor, para que no exista quien encerrándose en sí mismo entierre los talentos y dones con los que Dios le ha bendecido. Por esta intención queremos orar siempre de nuevo, para que Cristo crezca en los sacerdotes, nuestros pastores. Para que su unión con Él sea cada vez más profunda, de modo que a través de ellos sea Cristo mismo quien nos apaciente.
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