El teólogo presenta su última obra, 'Cristianismo radical' (Trotta) en entrevista con RD Tamayo: "Al cristianismo no lo ha salvado de sus crisis el Vaticano, sino la radicalidad con que lo vivieron sus principales protagonistas"

"He escrito este libro para recuperar el carácter liberador del cristianismo originario, mercantilizado por el cristianismo posterior, y la radicalidad de la ética de Jesús de Nazaret, neutralizada por los funcionarios de Dios y los mercaderes del templo"
"Si el cristianismo no quiere caer en la irrelevancia social y cultural y en la pérdida de sentido en este cambio de era que estamos viviendo; si pretende ser históricamente significativo e intelectualmente crítico y relevante en el campo de los saberes; si aspira a mantener el carácter liberador que caracterizó sus orígenes, debe compaginar el rojo de la justicia, ele verde del feminismo, el violeta del feminismo, el blanco de la paz y el arco-iris como bandera del LGTBI+"
El teólogo Juan José Tamayo acaba de publicar Cristianismo radical (Trotta), libro que, en apenas dos meses, ha alcanzado ya la segunda edición, y en donde el -entre tantas otras cosas- cofundador y actual secretario general de la Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII, miembro de la Sociedad Española de Ciencias de las Religiones y del Comité Internacional del Foro Mundial de Teología y Liberación, pretende, como reconoce en esta entrevista en Religión Digital, "recuperar el carácter liberador del cristianismo originario, mercantilizado por el cristianismo posterior, y la radicalidad de la ética de Jesús".
Hagamos un poco de genealogía. Este libro hace el número 90 de tu extensa bibliografía y el vigésimo de la editorial Trotta. ¿Cómo surgió? ¿Cuándo te planteaste escribirlo?
La idea del libro surgió de una iniciativa del entonces director de Trotta, Alejandro Sierra, quien me invitó a escribir una obra sobre el cristianismo liberada de interpretaciones mitológicas y de manipulaciones históricas posteriores y recuperando sus dimensiones éticas para nuestro tiempo. Enseguida me puse manos a la obra. He dedicado los tres últimos años a la redacción del libro, compartida con cursos, conferencias, congresos, encuentros con colegas teólogas y teólogos españoles y latinoamericanos, colectivos laicos, movimientos sociales, grupos de estudio y muchas lecturas.
¿Por qué lo has escrito?
En primer lugar, para recuperar el carácter liberador del cristianismo originario, mercantilizado por el cristianismo posterior, y la radicalidad de la ética de Jesús de Nazaret, neutralizada por los funcionarios de Dios y los mercaderes del templo. El cristianismo surgió como un movimiento igualitario de hombres y mujeres en los márgenes de la sociedad y antiimperial. Sin embargo, pronto se convirtió en una religión jerárquica, patriarcal y clerical al servicio del Imperio, en la que las mujeres fueron excluidas de las funciones directivas y de los ministerios eclesiales. Se les impuso el velo, el silencio y la clausura en el espacio doméstico.
En segundo lugar, pretendo liberar al cristianismo del secuestro al que está siendo sometido hoy por el cristoneofascismo, que ha mutado los valores cristianos por sus contrarios: el amor por el odio, el perdón por la venganza, el respeto y el reconocimiento del otro por la intolerancia hacia las personas y los colectivos diferentes, la amistad por la dialéctica amigo-enemigo.
En tercer lugar, como teólogo de la liberación intento responder creativamente y desde una hermenéutica crítico-liberadora a los grandes desafíos actuales.

¿Cuáles son esos desafíos que el cristianismo radical tiene que abordar?
El primero y más grave es la pobreza estructural provocada por la desigual e injusta distribución de la riqueza. Junto a él cabe destacar los siguientes: la crisis de la democracia, sometida a la dictadura del mercado; el militarismo y la guerra que están convirtiendo el mundo en un coloso en llamas; la depredación de la naturaleza que la ha convertido en un vertedero de desechos; la pervivencia del patriarcado, que desemboca en diferentes formas de violencia de género hasta llegar a los feminicidio; el colonialismo, que sitúa a las personas colonizadas en el no-ser; la globalización neoliberal; el choque de civilizaciones; la mercantilización de la vida; el racismo y la xenofobia; los fundamentalismos y dogmatismos religiosos; el necrocapitalismo, que establece el darwinismo social; el supremacismo blanco; la injusticia cognitiva global, que niega todo valor a las culturas de los pueblos originarios, el nacimiento del cristoneofascismo como nueva religión y los discursos de odio de la extrema derecha política y cultural y de los movimientos religiosos integristas. Dedico a estos desafíos el primer capítulo del libro para no caer en falsos idealismos que no hacen pie en la historia.
Quienes han salvado al cristianismo de sus numerosas crisis a lo largo de su bimilenaria historia no han sido los papas, el Vaticano, el clero, los reyes, emperadores y príncipes cristianos, sino la radicalidad con la que lo han vivido algunos de sus principales protagonistas
¿Por qué el adjetivo “radical” en el título?
Tras no pocas discusiones con colegas y personas que leyeron el texto, lo tuve claro desde el principio, porque el cristianismo o es radical o no es cristianismo. La palabra “radical” está muy descreditada por varias razones. La primera, por un error semántico: se tiende a confundirla erróneamente con extremismo, fundamentalismo, fanatismo, incluso con violencia. La segunda, porque en la respuesta a los grandes cambios epocales que se están produciendo en el mundo se prefieren actitudes más descomprometidas, neutrales, indefinidas, acomodaticias o, al decir de Sygmunt Bauman, líquidas. Me recuerda la afirmación adjudicada a Grucho Marx: “Estos son mis principios, y si no les gustan, tengo otros”.
Quienes han salvado al cristianismo de sus numerosas crisis a lo largo de su bimilenaria historia no han sido los papas, el Vaticano, el clero, los reyes, emperadores y príncipes cristianos, sino la radicalidad con la que lo han vivido algunos de sus principales protagonistas. Veamos algunos ejemplos.
- Jesús de Nazaret, que vivió su fe judía desde la libertad y el enfrentamiento con las diferentes autoridades: las religiosas legalistas, las políticas imperiales, las económicas opresoras.
- Francisco de Asís y su actitud pacifista, eco-fraterna y de total desprendimiento.
- Las místicas y los místicos medievales, muchos de los cuales dieron con sus huesos en la hoguera, por ejemplo, Margarita Porete junto con su libro Espejo de las almas algunos de simples.
- Bartolomé de Las Casas y su defensa de las comunidades indígenas de la opresión a la que fueron sometidas por los conquistadores y no pocos “evangelizadores”.
- Juan de la Cruz, incómodo para el poder tanto religioso como político y, por ello, encarcelado por sus propios hermanos carmelitas.
- Teresa de Jesús, mística y reformadora del Carmelo.
- Sor Juana Inés de la Cruz, crítica del poder patriarcal.
- Simone Weil, que supo compaginar la experiencia mística, la identificación con la clase trabajadora y sus sufrimientos y la lucha contra todo tipo de opresión.
- Dietrich Bonhoeffer, mártir que supo compaginar la mística del seguimiento de Jesús mártir y la lucha contra el nazismo.
- Martín Luther King, defensor de los derechos civiles de la comunidad negra.
- Monseñor Oscar A. Romero, mártir por su defensa de las mayorías populares de El Salvador y la crítica de los poderes hegemónicos coaligados contra el pueblo.
- Leónidas Proaño, defensor de los derechos de la Pachamama y de los pueblos indígenas.
- Pedro Casaldáliga, obispo, poeta, místico y revolucionario internacionalista que, conforme a su afirmación “mis causas son más importantes que mi vida”, defendió la causa de los peones, de los mártires, de la comunidades indígenas, de las comunidades negras, de las mujeres, de la Tierra.
- Ignacio Ellacuría, filósofo y teólogo de la liberación, que presenta a los pobres como lugar teológico y propone la civilización de la pobreza como alternativa al capitalismo.
- Berta Cáceres, asesinada en Honduras por la defensa de los derechos de la Tierra, pisoteados por el extractivismo.
El significado con el que utilizo “radical” en el libro es ir a las fuentes antropológicas del ser, del vivir y del convivir, del sentir y del co-sentir, recuperar el mensaje ético de las Bienaventuranzas, considerado por Gandhi el mejor programa social. En definitiva, ir a las raíces evangélicas, que deben historificarse en los nuevos climas culturales.

¿Y cómo defines el concepto de “raíces evangélicas” en el contexto del cristianismo radical?
Importante y muy necesaria pregunta, José Manuel, que va al corazón del libro. Yo resumiría las principales raíces evangélicas, de las que se alimenta el cristianismo radical en las siguientes:
- La incompatibilidad entre servir a Dios y al dinero, como afirma Jesús de Nazaret, dinero que es el resultado de la injusticia, como afirma el evangelio de Lucas. Los padres de la Iglesia radicalizan dicha incompatibilidad al afirmar que el rico es ladrón o hijo de ladrón y el papa Francisco la concreta hoy en la encíclica La alegría del Evangelio calificando el neoliberalismo como injusto en su raíz y aseverando que la economía de la exclusión y de la inequidad mata.
- El Evangelio como Buena Noticia de liberación para las personas más vulnerables, los colectivos empobrecidos y los pueblos oprimidos y mala noticia para quienes oprimen y hacen sufrir.
- La denuncia profética del poder, de todos los poderes: económico, político, religioso, y de quienes los detentan, y la negativa a hacer alianza con ellos.
- La sensibilidad hacia el sufrimiento, la compasión con las víctimas y la lucha contra las causas que generan el sufrimiento eco-humano.
- La memoria subversiva de la pasión de Cristo, de los perdedores y humillados, y especialmente de las mujeres olvidadas.
- El principio misericordia para con los crucificados de la tierra, a quienes hay que bajar de la cruz.
- La gratuidad y la generosidad frente al mercantilismo y el egoísmo y el agradecimiento por todo lo recibido.
- La experiencia mística, la contemplación, la apertura y el respeto al Misterio que nos circunda.
- El encuentro gozoso con la naturaleza de la que formamos parte practicando la ética del cuidado.
- La esperanza resiliente, que asume el lado negativo de la existencia humana, incluido el fracaso, pero no se no se deja vencer por el miedo.
- La utopía del reino de Dios como proyecto de sociedad alternativa.
- La resistencia frente a las injusticias, y no la sumisión.
- El trabajo por la paz, inseparable de la lucha por la justicia, y la no violencia activa en la resolución de los conflictos.
- La vulnerabilidad, la fragilidad y la interdependencia como dimensiones fundamentales del ser humano.
- La austeridad compartida frente a la acumulación de los bienes y su disfrute egoísta.
- La comunidad de iguales sin discriminación de género, identidad sexual, etnía, cultura, clase social y religión.

¿Por qué incluyes la perspectiva feminista como un elemento esencial del cristianismo radical?
Porque el cristianismo a nivel institucional es hoy uno de los principales y más eficaces bastiones que legitiman el patriarcado como sistema de dominación de las mujeres tanto en la sociedad como en la Iglesia. La Iglesia católica, por ejemplo, se configura como una patriarquía, en la que las mujeres son excluidas del liderazgo eclesial, de las funciones directivas, del ejercicio del poder, de la elaboración de la doctrina teológica y moral, de la mayoría de los ministerios eclesiales y de la toma de decisiones, incluso en cuestiones que les afectan directamente como los derechos sexuales y reproductivos.
Para justificar dicha exclusión se apela a la imagen masculina de Dios, que solo se deja representar por varones, convertidos en masculinidades sagradas, y a la masculinidad de Jesús de Nazaret, que da lugar a la patriarcalización de la cristología, que entiende la encarnación de Dios solo en clave de varón.
Lo confirman dos pensadoras feministas estadounidenses. En su libro Más allá de Dios Padre (1973) la filósofa y teóloga feminista Mary Daly afirma: “Si Dios es varón, el varón es Dios”. El patriarcado religioso legitima el patriarcado social y político y ambos se apoyan y autoalimentan. Y Kate Millet, pionera de la tercera ola del feminismo, en Política sexual (1970) escribe: “El patriarcado siempre tiene a Dios de su lado”.
La deconstrucción de la patriarquía eclesiástica requiere desmasculinizar a Dios y despatriarcalizar la cristología y democratizar la comunidad cristiana. Esta es la tarea de la teología feminista, que está contribuyendo a pasar de la patriarquía a la comunidad de iguales, pero también tiene que serlo de la teoría de género, que no puede hacer oídos sordos al clamor de no pocas mujeres creyentes apresadas bajo el patriarcado religioso. Teología feminista y teoría de género deben caminar juntas y en sintonía para elaborar una teoría crítica del patriarcado en las religiones y en la sociedad y activar nuevas prácticas emancipatorias y superadoras de las discriminaciones interseccionales de género, etnia, cultura, religión, género, identidad sexual y clase social, que afectan especialmente a las mujeres.
Hoy asistimos a la rebelión de las mujeres en el cristianismo en las iglesias locales y en la Iglesia universal, con la participación en las luchas del movimiento feminista por la igualdad y la justicia de género. Esta rebelión constituye uno de los hechos mayores y de más profundo significado que tiene importantes repercusiones políticas y sociales.
Mi propuesta conforme a la hermenéutica feminista es doble:
- a) Volver al cristianismo originario, que fue un movimiento igualitario de hombres y mujeres, en el que estas ejercieron el protagonismo desde abajo; fueron seguidoras desde el principio, discípulas, amigas y acompañantes de Jesús en la cruz, cuando los discípulos varones le abandonaron, y fueron las primeras testigos de la experiencia de la resurrección… Quizá sin la experiencia de las mujeres de la resurrección y de su testimonio, no hubiera surgido la Iglesia cristiana.
- b) Elaborar una teología crítica del patriarcado religioso y político a través de la hermenéutica feminista y de las categorías de la teoría de género: feminismo, género, patriarcado, sororidad, autonomía, derechos sexuales y reproductivos, masculinidades hegemónicas y alternativas, división sexual del trabajo, violencia de género, razón patriarcal, etc.
Como respuesta a la xenofobia y el racismo de los discursos de odio propongo en el libro un cristianismo hospitalario, uno de cuyos ejemplos más emblemáticos es el papa Francisco, que ha visitado campamentos de personas y colectivos inmigrantes y refugiados
¿Qué significa para ti un “cristianismo hospitalario” en el contexto de la xenofobia creciente de los discursos de odio?
Unos de los blancos contra el que dirigen sus flechas afiladas los discursos de odio son las personas y los colectivos inmigrantes, refugiados y desplazados. En nuestras sociedades desarrolladas imperan el racismo y la xenofobia, no solo en las relaciones entre personas nativas e inmigrantes, sino también en las leyes y en la acción política de los Gobiernos. Tristemente cabe reconocer que los partidos que tienen en sus programas propuestas xenófobas y racistas cuentan cada vez con más apoyo de la ciudadanía porque esos discursos de odio, construidos sobre fake news, han logrado instalarse en el imaginario social.
Las personas inmigrantes son estigmatizadas y sus derechos se ven recortados, cuando no negados. No se les reconoce como ciudadanas, solo se las valora en función de su rendimiento, productividad y utilidad. Con frecuencia son explotadas en el trabajo y tratadas como mercancía. Se les ponen trabas para acceder a los servicios sociales, sanitarios y educativos con expresiones claramente discriminatorias como “los de casa, primero”, “si no se adaptan a nuestro estilo de vida, que se vayan”. Expresiones que tristemente desembocan en prácticas violentas.
La base de los discursos de odio no son hechos reales, sino falsas e interesadas construcciones ideológicas de los inmigrantes, a quienes se les acusa de quitar los puestos de trabajo a los nacionales, de ser los principales causantes de la inseguridad ciudadana y los responsables de los conflictos sociales, de aprovecharse de los servicios sociales, sanitarios y educativos en perjuicio de los ciudadanos nativos, en fin, de ser un elemento desestabilizador de las relaciones sociales.
Los discursos de odio son alimentados por partidos de la extrema derecha política, cultural y económica y cuentan con el apoyo de los movimientos religiosos integristas y fundamentalistas. Sin embargo, no es menos cierto que en las actitudes xenófobas y racistas también juega un papel importante la vinculación o, mejor, la identificación entre ciudadanía y nacionalidad, que desemboca en un nacionalismo excluyente, que tiende a excluir de la ciudadanía a las personas migrantes y la reserva solo a los nacionales.

Como respuesta a la xenofobia y el racismo de los discursos de odio propongo en el libro un cristianismo hospitalario, uno de cuyos ejemplos más emblemáticos es el papa Francisco, que ha visitado campamentos de personas y colectivos inmigrantes y refugiados, ha mostrado una especial sensibilidad y solidaridad con ellos, ha denunciado la globalización de la indiferencia por haber perdido la experiencia del llanto ante los naufragios de inmigrantes y ha criticado a los gobernantes europeos por su falta de acogida a quienes vienen huyendo de la pobreza, del hambre, de las guerras, de las dictaduras, de la crisis climática y de la persecución religiosa.
Siguiendo la práctica hospitalaria de Francisco, el cristianismo ha de incorporar en su código ético la hospitalidad como exigencia de humanidad, imperativo categórico y criterio de acción., ya que pertenece a sus mejores tradiciones humanitarias. La legislación hebrea reconoce a los inmigrantes la misma dignidad que a los israelitas y ordena amarlos como a los nativos. La práctica de la hospitalidad está en el centro de la vida, el mensaje y la práctica de Jesús de Nazaret y constituye uno de los ejes del discurso a las naciones en el que identifica la acogida a las personas extranjeras con la que se le presta a él: “Era inmigrante, y me acogisteis” (M 25, 35).
Las comunidades cristianas han de ser comunidades abiertas donde se practique la solidaridad compasiva y la hospitalidad sin fronteras y donde las personas inmigrantes y refugiadas se encuentren como en su casa
Las comunidades cristianas han de ser comunidades abiertas donde se practique la solidaridad compasiva y la hospitalidad sin fronteras y donde las personas inmigrantes y refugiadas se encuentren como en su casa. En ellas debe practicarse la convivialidad, la comensalía, la mesa compartida, donde tengan un lugar preferente las personas que llegan cansadas de tanto caminar por desiertos y tierras inhóspitas y de sortear todo tipo de peligros en el mar. Es el rasgo distintivo del movimiento de Jesús, del cristianismo de los orígenes del cristianismo y de las experiencias comunitarias vividas a lo largo de su historia, que es necesario activar hoy en tiempos de inmigración. Como afirma el teólogo brasileño Luiz Carlos Susin, “la hospitalidad debe ser el alma de la comunidad cristiana”. La hospitalidad nos hace humanos, la falta de hospitalidad nos deshumaniza.
¿De qué manera el cristianismo radical propone una alternativa al neoliberalismo de Trump y Musk?
Trump es hoy el principal referente del teísmo político que está manipulando a Dios, el cristianismo, la Biblia y lo sentimientos religiosos al servicio de sus intereses, de los del Imperio estadounidense y de los tecnócratas que cogobiernan con él. Y lo hace tristemente con el apoyo de los movimientos religiosos fundamentalistas y del sionismo cristiano. Con esa legitimación expulsa masivamente a los inmigrantes, autoriza redadas de estos en escuelas, colegios y hospitales, ha retirado miles de millones de dólares en ayudas a personas, sectores y pueblos en situación de marginación, apoya el genocidio de Netanyahu contra Gaza, defiende la limpieza étnica y la deportación de los gazatíes de su territorio y está provocando una alocada guerra comercial. A través de estas prácticas está transgrediendo sistemáticamente el derecho internacional.
La reacción de la Unión Europea y de la mayoría de sus gobiernos nacionales ante las políticas insolidarias, imperialistas, xenófobas, racistas, colonialistas, patriarcales y belicistas de Trump no se caracteriza precisamente por respuestas firmes, contundentes y radicales que responsan a tamañas medidas irracionales y arbitrarias, sino por la tibieza, el miedo y, en algunos casos, el acatamiento y la sumisión. Se está practicando la política del avestruz. Europa parece un continente sonámbulo, sin norte.
La respuesta radical y coherente viene del cristianismo profético, y la están dado algunas autoridades religiosas, organizaciones y colectivos cristianos que han plantado cara a Trump, denuncian la inhumanidad de sus políticas sociales y económicas a nivel nacional e internacional y proponen alternativas humanitarias basadas en la igual dignidad de todos los seres humanos y en el reconocimiento y respeto de los derechos humanos, que son indivisibles e irrenunciables. He aquí algunos ejemplos de estas respuestas.

Mariann Budde, obispa episcopaliana de Washington, rompió con la tradición del sermón político legitimador del nuevo presidente en la toma de posesión de su cargo, convirtió la celebración religiosa en un alegato contra las políticas antiinmigratorias, y antiLGTBI de Trump y exigió al presidente compasión con las personas inmigrantes que pagan sus impuestos, son buenos vecinos y están contribuyendo al bienestar de Estados Unidos.
Tampoco ha sido complaciente con las políticas xenófobas y colonialistas de Trump el papa Francisco, quien en una carta dirigida al episcopado estadounidense califica las deportaciones masivas de inmigrantes de atentado contra la dignidad de muchos hombres y mujeres, a quienes coloca “en un estado de especial vulnerabilidad e indefensión”, y llama a la ciudadanía estadounidense a construir puentes y “evitar muros de ignominia”, como los que está construyendo el presidente de los EE. UU.
Similar actitud profética está adoptando el cardenal McElroy, que recientemente ha tomado posesión del arzobispado de Washington. Con un lenguaje desafiante considera las políticas de deportaciones masivas de inmigrantes de Trump de “guerra de miedo y terror que no pueden tolerarse” y hace un llamado a levantar la voz contra la miseria y el sufrimiento que dichas políticas fomentan.
En contra de la propuesta de la limpieza étnica y del desplazamiento masivo de la población gazatí promovida por Trump y apoyada por el sionismo cristiano se han pronunciado numerosos colectivos y dirigentes cristianos de todo el mundo y muy especialmente el colectivo Kairós Palestina. Estos movimientos consideran que la llamada a expulsar a la población palestina de su territorio constituye una interpretación errónea del testimonio bíblico y la eliminación de miles de años de historia y cultura palestinas. Muestran su solidaridad con todas las comunidades palestinas que luchan contra la limpieza étnica, la opacidad cultural y el genocidio. Reivindican el derecho inalienable del pueblo palestino a vivir libremente y con dignidad en su patria.
Marx afirmó que “la religión es el opio del pueblo”. ¿El cristianismo también?
Lo que Marx afirma en su escrito de juventud Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel es que “la miseria religiosa es, al mismo tiempo, la expresión de la miseria real y la protesta contra ella. La religión es el sollozo de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, el espíritu de una época privada de espíritu. Es el opio del pueblo”. El cristianismo radical que yo propongo en el horizonte de la teología de la liberación y de los numerosos colectivos cristianos comprometidos en las luchas populares anticolonialistas, anticapitalistas y antipatriarcales y ecológicas no es opio del pueblo, sino teoría y praxis de liberación.
Si el cristianismo no quiere caer en la irrelevancia social y cultural y en la pérdida de sentido en este cambio de era que estamos viviendo; si pretende ser históricamente significativo e intelectualmente crítico y relevante en el campo de los saberes; si aspira a mantener el carácter liberador que caracterizó sus orígenes, debe compaginar el rojo de la justicia, ele verde del feminismo, el violeta del feminismo, el blanco de la paz y el arco-iris como bandera del LGTBI+. En otras palabras, debe ser un cristianismo inclusivo-eco-igualitario-fraterno-sororal y radical.
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