A Dios también le gusta la poesía
tiembla —sí, tiembla—
cuando una mujer pronuncia su nombre
sin pedir permiso.
Se queda en silencio
cuando una mujer escribe
con la tinta que brota de sus venas.
Dios escucha poesía
inclina el rostro ante las palabras que nacen
para romper mandatos injustos.
sonríe con los versos que desobedecen
con las metáforas que abren caminos.
A Dios le gusta la poesía
aquella donde no lo encierran en templos,
ni lo disfrazan de rey,
ni le apuntan con las órdenes
de quienes confunden fe con mandatos.
Dios disfruta las palabras
que nacen de mujeres que piensan,
que dudan,
que aman sin pedir permiso,
que preguntan,
que vuelven a empezar.
Le gustan los poemas que sanan,
los que abrazan,
los que brotan de la memoria
de quienes se han levantado mil veces.
A Dios también le gustan los poemas:
los tuyos, los míos,
los que escriben los cuerpos que sobreviven,
los que sangran sin culpa,
los que caminan descalzos
los que se atreven a decir
que el espíritu también baila,
canta
y tiene rostro de mujer.
Cuando Dios lee poesía
se acomoda cerca:
a veces en el borde de mi hombro,
a veces en medio de mis pechos,
respirando el calor que nace
cuando una palabra se vuelve insurrecta.
A Dios también le gusta la poesía,
en especial la que no se arrodilla
y se atreve a nombrar el mundo
como si pudiera volver a crearlo.