#LectioDivinaFeminista “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos/as”

Lectio Divina Feminista
Lectio Divina Feminista

(Buscamos el momento y el lugar adecuados en este tiempo pascual. Podemos encender una vela, colocar un icono, la Biblia o el Evangelio, un símbolo…)

I. Escuchamos la Palabra. Hacemos silencio exterior e interior. Acompasamos la respiración inhalando y exhalando lentamente. Relajamos todas las partes de nuestro cuerpo.

Concédenos Abbá Dios, orar y celebrar estos días de alegría en honor de Cristo resucitado y que los misterios que estamos recordando transformen nuestra vida y se manifiesten en nuestras obras. Tú que vives en nosotros/as y nosotros/as en ti. Amén.

  1. Lectura creyente.Proclamamos el texto saboreando la Palabra tratando de descubrir el mensaje de fe. Nos fijamos en los detalles: personas, actitudes, expresiones...
  2. Meditamos la Palabra. ¿Qué me dice a mí, personalmente el Evangelio leído? Miramos nuestra propia vida. ¿Cómo lo vivimos en nuestra familia, grupo, parroquia, comunidad…?
  3. Silencio. Desde el texto leído y meditado, entramos en conversación personal con el Señor. Compartir lo orado en el grupo, con la comunidad.
  4. Contemplamos al que es la Palabra. ¡Ayúdame a identificarme contigo, Abbá! Contemplo a Jesús en el trasfondo de esta escena, en su vida…
  5. Vivimos la Palabra, compromiso. ¿Qué quieres que haga, Señor? ¿A qué me compromete el mensaje de fe de este relato? Juntas como hermanas, no podemos callar la buena noticia…

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6º Domingo de Pascua (B)

“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos/as”

                                                           (Jn 15, 9-17)                                      5.05.2024

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos/as:

Como el Padre me ama, así os amo yo; permaneced en mi amor.

Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea completa.

Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.

Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.

Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.

De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo conceda.

Esto os mando: que os améis unos a otros.                                             Palabra de Dios.

Reflexión

Jesús se despide de sus discípulos y discípulas, quiere dejarles la esencia de su mensaje que no es otro que el amor a los demás, tal y como él ama. Juan pone en boca de Jesús unas palabras decisivas, rotundas. Utiliza la palabra “ágape”; se trata del amor sin ningún interés personal, puro don de sí mismo, como el Padre le amó a él. Sus palabras han de quedar grabadas en el corazón de quienes le escuchan como principio existencial de vida.

No se trata de cumplir un “mandamiento”, sino de abrirse al Amor absoluto. El amor no distingue. No tiene fronteras. El amor que Dios nos tiene se manifestó en que envió a su Hijo al mundo. A todos, sin distinciones ni excepciones. El/la que se sabe a sí amado/a por Dios y perdonado/a, ama y perdona a su vez sin acepción de personas. Sólo amando y practicando la justicia podemos conocer a Dios. Dios no se deja conocer en conceptos ni donde nosotros queremos, sino como y donde él nos dice que está: en el amor que entrega la propia vida a los demás. Un amor que brota de dentro, no de una ley que se impone desde fuera.

Sus seguidores/as le han acompañado incansables por los caminos de Galilea, han comido juntos, han visto sus obras, su actitud, acogiendo a los “descartados” que se le acercan, le escuchan o le piden ayuda… pero también han visto cómo desenmascara a los hipócritas, a los que “atan pesadas cargas sobre las espaldas de hombres y mujeres, pero ellos no mueven ni un dedo para llevarlas porque todo lo hacen para que los vea la gente…” (Mt 23,4-8). Para que el amor al prójimo no sea una farsa es necesario que al prójimo nunca se le trate como siervo o esclavo: un opresor no puede amar al oprimido por él mientras no cese realmente su tiranía, su abuso.

No hay, pues, siervos ni amos, sino personas, hermanos y hermanas identificados en el mismo ser de Dios. No tienen cabida los “egos”, los protagonismos vanidosos (5-7), la superioridad de unos sobre otros, los nacionalismos que excluyen, enfrentan y dividen, los méritos y títulos que discriminan a otros/as con vanas excusas, los liderazgos engañosos “porque  ellos no hacen lo que dicen” (23,3), los corruptos que mercadean y se apropian  de lo ajeno, los que defraudan y evaden impuestos, los que proclaman el bien común pero “descuidan lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe… Guías ciegos, que no dejáis pasar el mosquito y os tragáis el camello” (23-24).

Y, ¿qué decir de la alegría a la que se refiere Jesús?, ¿la del consumismo, la de los sentidos, tanto en su exceso como en su defecto: “tanto tienes, tanto vales”, el hedonismo o aquello que nos contaron: sacrificio, renuncia, mortificación… para “ganar el cielo”? ¡Qué mala pedagogía tuvo la Iglesia al no enseñar lo esencial!: la alegría de saber que Dios comparte su ser con nosotros/as, conmigo, contigo. Que nos ama con pasión, no a unos más que a otros. El amor no es sacrificio ni renuncia, sino elección gozosa, abundancia, desmesura…

Podríamos preguntarnos si al atardecer de nuestra vida, hemos vivido y amado tal y como él nos ama. Si hemos creído y confiado en su Espíritu en las luchas y en los fracasos, en las dudas y en los infortunios… si hemos experimentado su presencia en lo más hondo de nuestro ser, presencia que se manifiesta permanentemente para “que no tiemble tu corazón ni se acobarde” (Jn 14,27).

¿Hemos sabido transmitir a nuestros jóvenes que Dios es amor en nosotros, que ellos han de implicarse en ese proceso que transforma y renueva todas las cosas? ¿Hemos dado testimonio de “amar al enemigo”, aun sin comprender la maldad y el dolor que puede provocar el ser humano? ¿Cuál es nuestra vocación como cristianos/as?, más allá de tener estudios, trabajo, familia, cuidado de la comunidad… ¿A qué nos llama Dios hoy, con nuestros carismas, potencialidades… para que demos fruto y perdure…?

¡Ayúdame/nos, Padre-Madre Dios, a amar como tú me amas, como tú nos amas! ¡Ensancha mi corazón que rebose de amor!

Oración de Acción de Gracias.

Salmo 130. Mi corazón no es ambicioso (M.Á. Mesa, Paulinas 2013) (Adapt. M.L.P.)

Dios mío, ¡estoy tan agradecida por todo lo que has hecho en mí!

Mi corazón no es ambicioso, no deseo tener fama ni reconocimiento,

ni pretendo tener una abultada cuenta en el banco,

ni grandezas ni cosas que superen los dones y actitudes que anidan en mi interior.

La sociedad en la que me muevo cada día me invita a ello,

pero intento acallar y moderar los deseos a los que me incita,

satisfecha con lo que soy y tengo, confiada como un bebé

en el regazo de su mamá, de su papá...

Canto final/Música: Amaos

Como el Padre me amó, yo os he amado.

Permaneced en mi amor, permaneced en mi amor.

Si guardáis mis palabras y como hermanos os amáis

compartiréis con alegría el don de la fraternidad.          (Como el Padre…)

Si buscáis mis caminos, siguiendo siempre la verdad,

frutos daréis en abundancia, mi amor se manifestará.    (Como el Padre…)

No veréis amor más grande como aquél que os mostré.

Yo doy la vida por vosotros, amad como yo os amé.      (Como el Padre…)

Si hacéis lo que os mando y os queréis de corazón,

compartiréis mi pleno gozo de amar como Él me amó.    (Como el Padre…)

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