Favores
¿Pedía Jesús favores? Lo hacía en directo cuando tocaba sus limitaciones
Pocas realidades tan complicadas de gestionar como los favores. Como la Biblia cuenta siempre cosas sobre nosotros, por sus páginas va y viene mucha gente empeñada en conseguirlos, discurriendo estrategias para lograrlos, acertando o fracasando en la tarea y cargando en ocasiones con consecuencias inesperadas y nefastas.
Las parábolas de Jesús diseñan con precisión y cierto humor negro unos personajes que parecen inspirados en las fechorías de esos sinvergüenzas que abren últimamente los telediarios. La astucia del administrador tramposo de Lc 16 a la hora de manejar contratos y apañarse futuros tratos de favor, pertenece a la misma gama de la de los koldo’s boys: no hay más que observar su dominio del tiempo y su rapidez de maniobra para que los acreedores de su jefe firmen los contratos de disminución de su deuda – deprisa, siéntate, apunta la mitad… -. Es una maestría equivalente a la de las conversaciones comprometedoras registradas – grábalas hoy, úsalas mañana- , poseedoras de una carga de efectos en diferido.
Otra parábola aborda con realismo la cuestión de ese IVA de inoportunidad que acompaña a la demanda de favores y provoca lógicas resistencias por parte del demandado. La historia del tipo que aporrea a medianoche la puerta de un amigo pidiéndole vituallas para dar de cenar a un invitado, es un ejemplo perfecto de hasta dónde puede llegar a ser cargante una insistencia tan intempestiva. El efecto sorpresa del final de la parábola es precisamente que semejante desacierto tiene éxito.
¿Pedía Jesús favores? Lo hacía en directo y cuando tocaba sus limitaciones: sediento y sin poder sacar agua del pozo, pide de beber a una mujer de Samaria (Jn 4); cuando quiere hablar pero se da cuenta de que no le oyen, pide a Pedro que le deje subirse en su barca para hacerlo desde ella (Lc 5, 3).
Pedía prestado con naturalidad: no tenía montura para su entrada solemne en Jerusalén y pidió un borrico en préstamo (Mc 11,1-11); unos días después, pide también una sala para reunirse con sus amigos a celebrar la Pascua; el huerto de Getsemaní donde se retiraba a rezar debía ser también una cesión de favor.
Cuando le bajaron de la cruz, su cuerpo quedó en posesión de Pilatos y un judío rico de Arimatea, tuvo que usar su influencia para recuperarlo y poder enterrarlo en un sepulcro suyo: aquel galileo amigo se había descuidado mucho en lo suyo y carecía de una tumba en propiedad.
Cuando después de la Resurrección se reunían para recordar lo aprendido de Él, hacían memoria de la extraña manera de su envío en misión: los había enviado sin alforja, sin bastón, con solo una túnica y un par de sandalias, confiados en que encontrarían hospitalidad. Parecía querer transmitirles su seguridad de que, si se presentaban desinteresados, libres de la preocupación por su subsistencia y abiertos a recibir, se despertaría en otros la generosidad para acogerles. Les contagiaba su convicción de que son los medios pobres y no la suficiencia los que pueden establecer una relación de intercambio de dones, muy diferente de la que surgen del dinero o de la compraventa: “Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis” (Mt 10,8).
Era un modo nuevo de relacionarse con el dinero y pocos se arriesgaban a hacerle preguntas sobre ello. Cuando uno le pidió que interviniera en un asunto de herencia, su reacción fue había sido fulminante: “¿Quién me ha nombrado árbitro entre vosotros?” (Lc 12,15). No se sentía árbitro pero su consejo, más bien su imperativo de hacerse amigos con el dinero (Lc 16,9), definía de manera absoluta las reglas de su juego.
“Haceos amigos con el dinero injusto” había aconsejado al concluir la parábola del administrador y eso suponía una ruptura absoluta no solo con la ambición, sino con los argumentos honorables y equitativos para aferrarse al dinero: “es para el servicio del bien común”, “es una herramienta de funcionamiento”; “sirve para invertir e intercambiar”…
Todo se fundía ante aquella finalidad inesperada de “hacerse amigos” y la sentencia irrumpía en el mundo de la economía como un torrente de agua limpia: palabras como amistad, compartir, abrazos, afectos, fidelidad, franqueza, generosidad, entraban en competición con negocio, mercados, ganancias, transacciones, deudas…
Y eso era mucho más subversivo que su gesto de derribar las mesas de los cambistas y vendedores en el templo.
(Alandar, Septiembre 2025)