El Papa pide a los seguidores de Jesús trabajar "para que alcancemos la santidad en la unidad" Francisco: "Las bienaventuranzas son el carnet de identidad del cristiano"

(Jesús Bastante).- "Las bienaventuranzas son el carnet de identidad del cristiano, que lo identifica como el seguidor de Jesús. Estamos llamados a ser bienaventurados seguidores de Jesús, afrontando los dolores y angustias de nuestra época con el espíritu y el amor de Jesús". El Papa Francisco se despide de Suecia haciendo un llamado a la unidad, apelando a los santos "bienaventurados" y recordándonos que sólo se puede ser santo si se es feliz, y feliz siguiendo las bienaventuranzas. "Que alcancemos la santidad en la unidad".

Hoy, como en tiempos de Jesús, las Bienaventuranzas siguen estando de actualidad. Bergoglio las reformuló esta mañana en el Swedbank Stadion de Malmoe, en mitad de un intenso frío, y con poca gente, pero muy efusiva, en las gradas:

"Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen; los que miran a los ojos a los descartados y marginados, mostrándoles cercanía; los que reconocen a Dios en cada persona, y luchan porque otros también lo hagan; los que protegen y cuidan la casa común; los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros; los que trabajan por la plena unidad de los cristianos. Todos ellos son los portadores de la misericordia y ternura de Dios, y recibirán de él la recompensa merecida".

Suecia no es un país católico. Y eso se notó en la única misa que el Papa pronunció en el Swedbank Stadion de Malmoe. Mucho frío, poca gente pero, eso sí, muy entusiasta. Francisco no pudo arrancar la misa hasta media hora después de lo previsto, pues su carrito se detuvo en cada grada, para besar a cada niño, bendecir a cada anciano, a cada enfermo. Todos ellos, santos felices de Dios, bienaventurados, en el día en que la Iglesia celebra la memoria de Todos los Santos.

Nadie sabía si el Papa iba a hablar en italiano, inglés, castellano o sueco. Finalmente, se decidió a utilizar su lengua madre. En su homilía, el Papa recordó que hoy se celebra la fiesta de todos los santos. "Recordamos a tantos hermanos nuestros que han vivido en plenitud su existencia".

Entre ellos, "seguramente hay muchos de nuestros familiares, amigos y conocidos". Y es que hoy "celebramos la fiesta de la santidad. Esas santidad que tal vez no se manifiesta en grandes obras o en sucesos extraordinarios, sino la que sabe vivir fielmente y día a día las exigencias del Bautismo".

Una santidad, recalcó el Papa, marcada por "el amor fiel a la entrega total a los demás, como la vida de esas madres y padres que se sacrifican por sus familias, sabiendo renunciar, aunque no sea siempre fácil, a tantos proyectos o planes personales".

"Pero si hay algo que caracteriza a los santos es que son realmente felices. Han encontrado el secreto de esa felicidad auténtica, que anida en el fondo del alma y que tiene su fuente en el amor de Dios. Por eso a los santos se les llama bienaventurados. Las Bienaventuranzas son su camino, su meta hacia la patria. Las Bienaventuranzas son el camino de vida que el Señor nos enseña para que sigamos sus huellas", subrayó Bergoglio.

Porque "las Bienaventuranzas son el perfil de Cristo, y por tanto, lo son del cristiano". Entre ellas, el Papa destacó la mansedumbre. "Este es el retrato espiritual de Jesús. La mansedumbre es un modo de ser y de vivir que nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros. Logra que dejemos de lado todo aquello que nos divide y nos enfrenta, y se busquen modos siempre nuevos para avanzar por el camino de la unidad".

Recordando a Santa Brígida, el Papa subrayó cómo los santos "trabajaron para estrechar lazos de unidad y comunión entre los cristianos", y pidió "mansedumbre de corazón" para seguir trabajando por la unidad.

"La llamada a la santidad es para todos, y hay que recibirla con espíritu de fe", culminó el Papa. "Nosotros nos necesitamos unos a otros para hacernos santos. Ayudarnos a hacernos santos. Juntos pidamos la gracia de acoger con alegría esa llamada y trabajar unidos para llevarla a la plenitud".

Homilía del Papa Francisco:

Hermanos y hermanas:
Con toda la Iglesia celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos. Recordamos así, no sólo a aquellos que han sido proclamados santos a lo largo de la historia, sino también a tantos hermanos nuestros que han vivido su vida cristiana en la plenitud de la fe y del amor, en medio de una existencia sencilla y oculta. Seguramente, entre ellos hay muchos de nuestros familiares, amigos y conocidos.

Celebramos, por tanto, la fiesta de la santidad. Esa santidad que, tal vez, no se manifiesta en grandes obras o en sucesos extraordinarios, sino la que sabe vivir fielmente y día a día las exigencias del bautismo. Una santidad hecha de amor a Dios y a los hermanos. Amor fiel hasta el olvido de sí mismo y la entrega total a los demás, como la vida de esas madres y esos padres, que se sacrifican por sus familias sabiendo renunciar gustosamente, aunque no sea siempre fácil, a tantas cosas, a tantos proyectos o planes personales.

Pero si hay algo que caracteriza a los santos es que son realmente felices. Han encontrado el secreto de esa felicidad auténtica, que anida en el fondo del alma y que tiene su fuente en el amor de Dios. Por eso, a los santos se les llama bienaventurados. Las bienaventuranzas son su camino, su meta, su patria. Las bienaventuranzas son el camino de vida que el Señor nos enseña, para que sigamos sus huellas. En el Evangelio de hoy, hemos escuchado cómo Jesús las proclamó ante una gran muchedumbre en un monte junto al lago de Galilea.

Las bienaventuranzas son el perfil de Cristo y, por tanto, lo son del cristiano. Entre todas ellas, quisiera destacar una: «Bienaventurados los mansos». Jesús dice de sí mismo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Este es su retrato espiritual y nos descubre la riqueza de su amor. La mansedumbre es un modo de ser y de vivir que nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros; logra que dejemos de lado todo aquello que nos divide y enfrenta, y se busquen modos siempre nuevos para avanzar en el camino de la unidad, como hicieron hijos e hijas de esta tierra, entre ellos santa María Elisabeth Hesselblad, recientemente canonizada, y santa Brígida, Brigitta Vadstena, copatrona de Europa.

Ellas rezaron y trabajaron para estrechar lazos de unidad y comunión entre los cristianos. Un signo muy elocuente es el que sea aquí, en su País, caracterizado por la convivencia entre poblaciones muy diversas, donde estemos conmemorando conjuntamente el quinto centenario de la Reforma. Los santos logran cambios gracias a la mansedumbre del corazón. Con ella comprendemos la grandeza de Dios y lo adoramos con sinceridad; y además es la actitud del que no tiene nada que perder, porque su única riqueza es Dios.

Las bienaventuranzas son de alguna manera el carné de identidad del cristiano, que lo identifica como seguidor de Jesús. Estamos llamados a ser bienaventurados, seguidores de Jesús, afrontando los dolores y angustias de nuestra época con el espíritu y el amor de Jesús. Así, podríamos señalar nuevas situaciones para vivirlas con el espíritu renovado y siempre actual: Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón; bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía; bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran; bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común; bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros; bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos... Todos ellos son portadores de la misericordia y ternura de Dios, y recibirán ciertamente de él la recompensa merecida.

Queridos hermanos y hermanas, la llamada a la santidad es para todos y hay que recibirla del Señor con espíritu de fe. Los santos nos alientan con su vida e intercesión ante Dios, y nosotros nos necesitamos unos a otros para hacernos santos. Juntos pidamos la gracia de acoger con alegría esta llamada y trabajar unidos para llevarla a plenitud. A nuestra Madre del cielo, Reina de todos los Santos, le encomendamos nuestras intenciones y el diálogo en busca de la plena comunión de todos los cristianos, para que seamos bendecidos en nuestros esfuerzos y alcancemos la santidad en la unidad.


Texto íntegro del saludo de monseñor Arborelius al Papa

Santo Padre.

De todo corazón, queremos dar gracias a Dios por la presencia entre nosotros del Santo Padre. Estos días han sido días de alegría en la fe, de renovación en la caridad y rejuvenación en la esperanza. Gracias a Vd, muy querido Santo Padre, ahora somos todos más jovenes, más alegres y más llenos del Espíritu Santo. Para nosotros, cátolicos de la perifería, fue un regalo y una sorpresa saber que el Santo Padre quiso venir hasta aquí. Gracias, Santo Padre por habernos mostrado su amor paterno, por habernos mirado con sus ojos llenos de cariño y por su sonrisa.

Con su humildad y sencillez nos ha dado apoyo e inspiración para vivir más intensamente como discípulos de Jesús y transmitir su amor a los demás. Gracias por haber hablado a todos los cristianos y por habernos recordado de nuestro deber de rezar y trabajar juntos con más afán para la la perfección de la unidad. Gracias por haber mostrado a todos en nuestras tierras que Dios está tan cerca a nosotros, sobre todo a los pobres, los refugiados y los desamparados.

Muy querido Santo Padre, de tal manera Vd nos ha ayudado a redescubrir la misericordia y la fuerza del Evangelio de Jesús en nuestro mundo de hoy, que muchas veces ha perdido la fe en El. Queremos seguir trabajando para el reino de Dios junto con Vd, siempre unidos en el amor de Jesús a Vd como Vicario de El y Sucesor de Pedro. En nuestra oración nos unimos a Vd para dar alabanza y gracias a la Santísima Trinidad para siempre jamás.


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