La Iglesia, comunidad de amor
24 Domingo ordinario –A - Mt 18,21-35 - 17 de septiembre de 2023
| Luis Van de Velde
Mons. Romero titula su homilía [1] "La Iglesia, comunidad de amor". En ella, profundiza en el tema del domingo pasado. A partir del texto evangélico de este domingo, interpreta la Iglesia -comunidad de amor-, con su misión de perdón.
“Y la gran medida que nos da el Evangelio, en la parábola del señor que perdonó a un gran deudor y ese deudor que no supo perdonar a su pequeño deudor. Frente a Dios, somos deudores imposibles de salir de la deuda. Quien ha ofendido a Dios, no merece más que el castigo eterno. Y si Dios me perdona esa deuda eterna, infinita, ¿por qué yo no voy a perdonar a quien no me ha cometido una ofensa eterna, por más grave que sea? El Padre Nuestro es un reclamo continuo de este gran pensamiento: “Perdónanos como nosotros perdonamos”. ¿Cuántas veces, tal vez, no podemos rezar el Padre Nuestro, si somos sinceros, porque no sabemos perdonar?”
La Iglesia como comunidad de amor quiere -con la misión de Cristo- dar testimonio como lugar y fuente de perdón. Parece una tarea inmensa: en el mundo del odio y de la violencia, ser todavía "signo e instrumento" del perdón y de la reconciliación.
Monseñor Romero dice: " Frente a Dios, somos deudores imposibles de salir de la deuda. Quien ha ofendido a Dios, no merece más que el castigo eterno”. Tengo alguna dificultad con esta afirmación. ¿No es cierto que "la mayoría de la gente es buena[2]", que la mayoría de la gente no lo hace tan mal durante su vida, sí, incluso lo hace bien. Por supuesto, no somos perfectos (divinos), pero si Dios nos creó a su imagen y semejanza de esta manera, entonces seguramente vemos que efectivamente "la mayoría de las personas no son grandes deudores ante Dios" y que el pecado más común es el de "omisión", no haber hecho el bien que podríamos haber hecho, gracias a nuestras capacidades, entre otras cosas. Nada de esto significa que el mundo en su conjunto vaya bien. El pecado estructural es terrible: el pecado personal de los grandes de la tierra (en términos de riqueza y poder político) que enraizó en estructuras de injusticia, explotación, exclusión, asesinato, corrupción,... Y, por supuesto, hay personas concretas que tienen una responsabilidad real en ello. La mayoría de los habitantes de la Tierra son más bien víctimas de ello y corren el peligro de jugar y repetir el juego también a niveles inferiores. Seguramente también es bueno recordar que en realidad sólo se ofende a Dios cuando se ofende, se humilla, se excluye, se explota, se mata, se engaña,...
Y cuando las cosas van mal o nuestras vidas penden de un hilo, incluso entonces podemos mirar a nuestro Dios perdonador y reconciliador. Aunque los pueblos de la Biblia tardaron siglos en descubrir a este Dios misericordioso universal, ya en el Antiguo Testamento encontramos testigos de ello. Por ejemplo: "No hay dios fuera de Ti, que cuidas de todos". "Tu fuerza es el principio de la justicia, y tu dominio sobre todas las cosas te da poder de perdonar". (Sabiduría 12,13.16,18) o en el Salmo 86.15 "Tú, Señor, eres bueno y compasivo y estás dispuesto a perdonar. Eres un Dios amoroso y misericordioso, paciente, fiel y veraz". Luego, con la parábola del Padre misericordioso, todo queda muy claro (Lc 15,11-32)
La parábola del evangelio de hoy establece entonces la relación entre recibir el perdón de Dios y dar el perdón al prójimo. No es de extrañar que Mons. Romero se refiera aquí a la oración correspondiente del Padre Nuestro[3] . Profundiza un poco más en esto.
En América Latina oramos en el Padre Nuestro "Danos hoy nuestro pan de cada día y perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". La primera mitad de esta oración tiene todo que ver con "la solidaridad, la justicia social y la igualdad entre las personas, porque eso es precisamente lo que se necesita para que todos puedan disfrutar del pan de cada día. Pero si esto no sucede, si esto es pisoteado y dejado de lado por su propio bien, entonces ciertamente hay un gran mal entre las personas". Cuando miramos entonces a los "hambrientos" (las víctimas), no podemos sino orar pidiendo perdón. Esas dos partes de la oración (el pan y el perdón) no deben separarse. "La palabra "y" nos señala la responsabilidad que asumimos en la oración. Pedir perdón implica la promesa de hacer todo lo posible por la justicia y la paz entre nosotros".
"Y perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". No debemos entender que pedimos que el perdón de Dios sea a nuestra medida, que pedimos que Dios nos perdone en la medida (como o igual) que nosotros mismos perdonamos. En realidad, muchas veces nos quedamos muy cortos a la hora de perdonar a las personas que nos han hecho daño. Por eso, no pedimos que Dios haga como nosotros. El perdón de Dios es radicalmente misericordioso y nace de su amor por nosotros, los humanos.
Si alguien ha hecho mucho bien por ti, seguramente queremos devolverle algo de bondad, porque sentimos que le debemos algo. Pero cuando experimentas plenamente y hasta el final, que no tienes que devolver nada en absoluto, eso hace mucho bien. Ese era también un aspecto esencial de la espiritualidad judía. La bondad no pesa nuestras "deudas", sino que las levanta. Así también es Dios. Cuando experimentamos conscientemente que Dios nos ama tan radicalmente, no tenemos por qué sentirnos "culpables" ni es necesario (ni posible, por otra parte) darle nada a cambio. Su amor hasta el extremo por cada ser humano es incondicional. Esa bondad divina levanta y elimina la culpa. Así quedamos libres (de culpa) para amar también y perdonar. Expresamos esto en la oración por el perdón.
Por lo tanto, pedimos a Dios que nos perdone nuestras fallas para que nosotros también perdonamos a otros/as. Oramos para que el perdón que recibimos de Él nos haga competentes para perdonar, para amar, incluso a aquellos que nos han hecho daño.
Otra (traducción de una) cita del texto de Frans Van Steenbergen: "Porque, como ser humano de carne y hueso, intento darme cuenta cada día de lo mucho que Dios me ha dado, me he visto impulsado a la misericordia y al perdón hacia mis semejantes. Eso es seguir a Dios: ser misericordioso como Él".
Monseñor Romero se pregunta y nos pregunta: ”. ¿Cuántas veces, tal vez, no podemos rezar el Padre Nuestro, si somos sinceros, porque no sabemos perdonar?” Si somos muy sinceros y podemos experimentar que Dios nos ama radicalmente, nos quita todas las culpas y nos libera, entonces también nos atrevemos a dar la vuelta en la vida, y asumimos el compromiso de amar y perdonar radicalmente. Entonces oramos para que nosotros podamos experimentar plenamente este perdón de Dios, para que seamos capaces para perdonar.
Todo esto es una dimensión fundamental de la Iglesia como comunidad de amor. En ella, los miembros pueden abrirse al perdón de Dios para luego ser capaces de llevar ellos mismos el perdón. Comenzamos esta reflexión con: "La Iglesia como comunidad de amor” quiere -con la misión de Cristo- dar testimonio como lugar y fuente de perdón. Parece una tarea inmensa: en el mundo de odio y violencia, seguir siendo "signo e instrumento" de perdón y reconciliación. Ahora podemos complementarlo: es posible porque Dios mismo nos ama tanto y nos perdona tanto que nosotros -individualmente y como Iglesia- podemos perdonar y ayudar a hacer posible el perdón y la reconciliación. Esta es una de las dimensiones centrales de la Iglesia como "comunidad de amor".
Preguntas para la reflexión y la acción personal y comunitaria.
- Monseñor Romero tituló su homilía "La Iglesia, comunidad de amor". ¿Cómo lo entendemos? ¿Dónde lo vemos? ¿Cómo lo vivimos nosotros mismos? ¿Cómo lo experimentamos?
- Si la oración por el pan y por el perdón están tan fundamentalmente vinculadas, ¿qué significa cuando rezamos el Padre Nuestro? En qué consiste nuestro compromiso con la justicia y el del perdón?
- ¿Cómo experimentamos nosotros mismos que Dios nos ama con radical misericordia y anula toda culpa? ¿De qué manera vivimos conscientemente esa experiencia? ¿Qué significa para nosotros? ¿En qué medida esa experiencia del perdón amoroso y misericordioso de Dios nos capacita para vivir perdonando?
[1] Homilías de Monseñor Oscar A. Romero. Tomo III – Ciclo A, UCA editores, San Salvador, primera edición 2006, p. 260 -261.
[2] Traducción del título del Libro “De meeste mensen deugen. Een nieuwe geschiedenis van de mens”, van Rutger Bregman, De Correspondent, 2019 (La mayoría de la gente es buena. Una nueva historia del hombre) – traducción literal: la mayoría de la gente es virtuosa.
[3] Para estos próximos párrafos, un agradecimiento especial a Frans Van Steenbergen por la inspiración que encontramos en sus textos de un retiro espiritual sobre el Padre Nuestro, que facilitó en julio de 2023. En traducción libre del Neerlandés.