Romper las cadenas que amarran el corazón y el alma

En la homilía de este domingo Monseñor Romero reflexiona sobre el papel del papa, de cada pastor en la Iglesia y de cada creyente.  Termina su homilía diciendo:

“Queridos hermanos, que este homenaje al Santo Padre culmine en un propósito de fidelidad a nuestro bautismo, en un propósito de santidad: que no vamos a luchar por liberaciones meramente temporales, sino que vamos a trabajar por la verdadera libertad de los hijos de Dios, por romper las cadenas que amarran el corazón y el alma, para hacer de cada uno de nosotros un instrumento hábil para crear un mundo nuevo; que de nada servirá hacer estructuras nuevas, hacer leyes buenas, si no hay hombres nuevos que, con un corazón renovado en Cristo, sepan hacer de la patria una verdadera sociedad nueva.”

Aunque Monseñor quiere que su primera homilía después de su visita ad limina a Roma sea “un homenaje al Santo Padre”, en realidad nos guía para comprender mejor el papel de cada pastor en la Iglesia, y aún de cada miembro de la Iglesia.

Fidelidad a nuestro bautismo.  Al recordarnos el significado teológico, cristológico y eclesial del bautismo, a pesar de haberlo recibido estando aún muy pequeños/as, vemos también la gran distancia con la realidad de la vida de las y los bautizados.  Monseñor Romero hace una llamada a la fidelidad a nuestro bautismo y nos recuerda el objetivo de la santidad.  Por importantísimo y urgentes que sean las luchas libertarias (meramente temporales) en la historia de los pueblos, no debemos olvidar que somos llamados a vivir como “hijos/as de Dios”,” a trabajar por la verdadera libertad de los hijos de Dios”.  Aquí encontramos el eje de nuestra reflexión de hoy: “romper las cadenas que amarran el corazón y el alma”. 

La transformación de la sociedad nacerá desde el cambio del corazón, desde ese rompimiento de las cadenas que nos esclavizan.  La mentalidad consumista y la propaganda comercial que nos ofrece la felicidad total al “comprar” tal o tal cosa, al hacer tal viaje (exótico), al vivir “de lleno” en algún festival de música, ….. en realidad nos tiene amarrados/as, ciegos/as.  Los poderes políticos y sus ideologías imponen sus criterios de discernimiento: la verdad es lo que dicen quienes están en el poder y mentira es todo lo que podría cuestionarlo.  El poder tiene una tremenda capacidad para cegar y ensordecer a la población: violan la verdad y muchos aplaudan.  Pero lo mismo sucede muchas veces desde la oposición política que solo desea (volver a) el poder, que olvida sus propias fallas y omisiones del pasado, que no contextualiza los problemas actuales, que solo critica, que engrandece debilidades  y errores para desvirtuar la atención popular de logros y avances.  Es una gran tentación dejarse comprar con dinero, con poder, con influencia, con títulos honorarios, con diplomas de reconocimiento (político). Son los mecanismos ideológicos y sus medios de difusión tanto en los medios grandes como – más y más – medios de comunicación social, que nos amarran con verdaderas cadenas que “amarran el corazón y el alma”.  Tenemos que liberarnos de los lineamientos verticales que vienen desde el poder (económico, político, militar, social).

La Iglesia puede jugar un papel importante en la sociedad.  Monseñor Romero dice que estamos llamados a “hacer de cada uno de nosotros un instrumento hábil para crear un mundo nuevo”.    Esto empieza con la transformación de la propia vida.  Quien en lo propio se acostumbra a aprovechar de pequeños actos de corrupción, será incapaz de aportar en la lucha contra la corrupción a nivel amplio.  Quien no cuida sus ojos, quien no quita la basurita en su propio ojo, no servirá para las causas mayores, no podrá discernir la complejidad de la verdad histórica.   Nuestra misión es ser “instrumento hábil para crear un mundo nuevo”: un mundo con los valores del Reino de Dios. Recordemos: justicia, fraternidad, libertad, verdad, misericordia, solidaridad, ….  Esto empieza en nuestro propio entorno: nuestra propia vida, la familia, la vecindad, compañeros/a en el trabajo,…  Nacer de nuevo es hacernos mujeres y hombres nuevos, capaces de ir contracorriente a la luz de la verdad, sin doble agenda, sin otros intereses que el bien de las y los demás.  Gritar en la calle en favor o en contra puede ser un paso, pero si en la propia vida no hacemos cambios radicales, de nada nos servirá.  La historia está llena de miles y millones que derramaron su sangre en las luchas entre pueblos o dentro de los mismos pueblos, para que después de corto tiempo se vuelva a caer en las mismas trampas del sistema anterior, reprimiendo a quienes se atreven a contradecir y oponerse.

Así se puede interpretar las llamadas de Monseñor Romero de no identificarnos como Iglesia las “luchas meramente temporales”. La Iglesia no debe identificarse con ningún sistema histórico y debe cuidarse de no justificar ningún sistema.   La Iglesia que tiene puesto sus ojos en el horizonte del Reino de Dios, siempre aportará luz para el discernimiento para que en la realidad sus miembros colaboren en lo bueno (aunque no sea perfecto) y para que sean capaces de cuestionar lo malo y de aportar alternativas.  En todas las áreas de la vida de un pueblo hay miembros de la Iglesia que con autoridad técnica y profesional, con la autoridad de la experiencia, son capaces de diseñar nuevos caminos, hacer correcciones.   Como Iglesia somos llamados a recordar siempre el horizonte de la vida: El Reino de Dios.

“De nada servirá hacer estructuras nuevas, hacer leyes buenas, si no hay hombres nuevos”.  Si no nos renovamos constantemente las nuevas estructuras pronto se harán estructuras de opresión, de explotación, de mentira, de bestialidad en vez de humanidad y misericordia.  La historia de las revoluciones lo muestra con claridad. La Iglesia debería ser un vivero de esa renovación de la humanidad de sus miembros, un espacio de crecimiento personal donde las heridas pueden curarse y donde renace las ganas de vivir y de “hacer de la patria una verdadera sociedad nueva”.    Monseñor Romero habla de “un corazón renovado en Cristo”.  De verdad, ¡Cuánto nos cuesta dejarnos renovar en y por Cristo!.  Lo celebramos en la liturgia pero, ¿cuánto de esto se concretiza en la práctica diaria?  Ya en la vida de Jesús se dio la reacción de las diferentes expresiones de poder, calumniando, acusando falsamente y hasta eliminarlo físicamente.   Una Iglesia cuyos miembros trabajan esa renovación interior en Cristo chocarán siempre contra los poderes del mundo.   Si hablamos de Centro América,  en Guatemala asesinaron a un obispo, en El Salvador asesinaron a dos obispos, en Nicaragua tienen preso a un obispo y expulsaron a varios sacerdotes y religiosas, en todos los países centroamericanos hay decenas de sacerdotes, religiosas, animadores/as, catequistas asesinados/as.  Los gobernantes en Nicaragua se jactan de ser católicos mientras endurecen cada vez más sus ataques a la Iglesia, hasta prohibiendo procesiones y viacrucis en las calles,  hasta atacan constantemente a obispos y sacerdotes, cerrando sus cuentas bancarias,  considerándose como la única voz del catolicismo.   “Un corazón renovado en Cristo” es una tarea permanente, un proceso de toda la vida, un desafío de conversión.  Solamente desde ese corazón renovado seremos capaces de discernir evangélicamente la historia, de descubrir los caminos a andar, de enfrentar la cruz (la persecución) como consecuencia del seguimiento a Jesús.    No tengamos miedo para cumplir la misión de la Iglesia.

Reflexión para domingo 2 de julio de 2023.    Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía  durante la eucaristía del 13 domingo ordinario, ciclo A , del  2 de julio de 1978.  Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo III,  Ciclo A, UCA editores, San Salvador, p. 72

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