El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

3 Domingo de Adviento  – B  -    Jn 1,6-8.19-28     17 de diciembre de  2023

Monseñor Romero titula su homilía[1] “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.  Al inicio menciona tres actitudes fundamentales para el Adviento. 

“Fe y vigilancia, porque se acerca  el Señor y queremos esperarlo y sentimos que el Señor está cerca, necesitamos fe para ese sentir la cercanía de Dios.   Segunda actitud: Hambre y pobreza espiritual:   (…) No se puede tener necesidad de Dios cuando se es orgulloso, autosuficiente.  Solo los pobre, solo los que tienen hambre serán saciados. Este es el espíritu de pobreza del cual María (…) expresa, en nombre de toda la humanidad, la necesidad del hambre de Dios que tenemos. (…) y la tercera actitud es una actitud positiva, una actitud de presencia y de misión en el mundo, virtud o actitud misionero: hacer presente lo divino que el mundo espera.”  

El arzobispo profundiza en la tercera actitud en tres aspectos: (1) Cristo es el Verbo de Dios que se hizo hombre.  (2) La Iglesia, somos la continuación de ese misterio de la encarnación de Cristo y (3) Dios se hizo hombre para que todos los hombres lleguen a ser Dios.

Reflexionando sobre el Evangelio de este domingo, parte de Jn 1,6-8: “Vino uno enviado por Dios; se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino que estaba allí para dar testimonio de la luz".

Vivimos tiempos rebosantes de "oscuridad" aterradora. Desde el calentamiento global y sus consecuencias, hasta las guerras con tanta destrucción, sufrimiento y muerte, el racismo, la pobreza (extrema) y toda forma de exclusión, pero también en la vida concreta de las personas.  Incluso en el corazón de muchas personas hay miedo, amenaza, heridas abiertas,... En lugar de desaparecer paulatinamente porque pensábamos que con el desarrollo también surgiría más humanidad, la terrible oscuridad en nuestras vidas y en la historia sigue creciendo.  ¡Cuánto necesitamos "Luz"!

“La luz es Dios y Juan presenta su Evangelio como la luz que vino al mundo y que provocó dos reacciones: en unos, la fe, los que la siguieron; y en otros, el rechazo, prefirieron las tinieblas a la luz. (…) Ante Él van a reaccionar los hombres o siguiéndolo, como quien tiene necesidad de luz en la noche, o rechazándolo, hundiéndose más en las tinieblas, como aquellos a quienes la luz les molesta la vista.” 

A partir de Jn 1,21-23, Mons. Romero menciona que Juan dice precisamente "Yo no soy el mesías", "No" respondió cuando le preguntaron si era profeta.  "Yo soy la voz que clama en el desierto: 'Enderezad el camino del Señor'".    Monseñor Romero contrasta tan claramente "No. Yo no soy" con palabras de Jesús más adelante en su evangelio: "Yo soy" (Jn 4,26), "Yo soy la luz del mundo" (Jn 8,12), "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6), "Yo soy el agua en la sed" (después de Jn 4,10).  En estas expresiones, el arzobispo se refiere también a aquellas palabras divinas "Yo soy el que estaré" (Ex 3,14) en respuesta a Moisés.  Una presencia ante la cual todo lo demás es negación.  Juan Bautista, que dirá: "Yo no soy". ¡Nadie es! Sólo Él es".

Aquí encontramos de nuevo la fuerte referencia de Monseñor Romero a toda idolatría. Condena toda idolatría y todo falso mesianismo.   Hay personas en todos los países que se comportan como si fueran dioses, como si hubieran ocupado el lugar de Dios y se creen dueños de la verdad absoluta.  Tenemos que aprender de la humildad de Juan: ¡¡¡no, no lo soy!!!  Aunque la Iglesia tiene la misión de dar testimonio de Dios que se hizo hombre en Jesús de Nazaret, y por tanto de ser luz en los caminos de los hombres, no es dueña de lo divino.  La Iglesia debe aprender a ser muy humilde cuando habla de Dios.  Ella cuestionará constantemente las acciones de todos sus miembros bajo la Luz del Evangelio.  Si nuestras acciones no aportan luz a los hombres y a las mujeres, y a los pueblos o, peor aún, provocan tinieblas, nadie podrá comprender nuestro testimonio de la Luz de Dios. 

“Y viene la tercera proclamación de lo divino de  Cristo cuando dice:  ”Yo no soy más que la voz que clama.”  (…) Todos los que predican a Cristo son voz, pero la voz pasa, los predicadores mueren, Juan Bautista desaparece, solo queda la palabra. La palabra queda y este es el gran consuelo del que predica: mi voz desaparecerá pero mi palabra, que es Cristo, quedará en los corazones que lo hayan querido recoger.”

Por supuesto, estamos agradecidos de que alguien haya empezado a grabar los sermones de Monseñor Romero, para que su voz pueda seguir escuchándose, para que podamos seguir leyendo sus palabras, aunque hoy vivamos en circunstancias diferentes.   Su palabra, que pretendía dar voz a "Cristo", también puede iluminarnos hoy.  En la medida en que efectivamente proclamó el Evangelio, esa llamada sigue resonando hasta nuestros días.   Pero él mismo dice que esa palabra de Cristo sólo será oída y escuchada "en los corazones que han querido recibirla". 

Quien predica, quien da catequesis, quien enseña religión, quien anima el estudio de la Biblia, quien preside las celebraciones litúrgicas, quien se atreve a dar testimonio de la luz del Evangelio, de la vida- muerte violenta -resurrección de este Jesús de Nazaret, debe ser muy consciente de la responsabilidad que tiene.  Aunque "sólo seamos la voz que llama", tenemos el mandato divino de ser la voz real de Dios, del Evangelio.  Cuántas veces hemos oído decir que ese sermón o tal texto de la Iglesia "no dice nada" a la gente de hoy.  Las grandes "historias" que nos inspiran provienen de tiempos pasados, de una cultura totalmente diferente, de una visión del mundo totalmente diferente, de un sentir social totalmente diferente.  La traducción para el ahora y el mañana exige una creatividad fiel para ser plenamente esa voz de Dios.  Sabiendo que llevamos ese mensaje divino en frágiles vasijas, es tan necesario confiar en el Espíritu Fiel de Dios que hace nuevas todas las cosas. 

La oscuridad de nuestro tiempo y de la historia mundial actual, también la oscuridad en la Iglesia (con iglesias que se vacían, principalmente personas mayores todavía interesadas, ....) significan grandes exigencias para proclamar el Evangelio hoy creativamente, desafiando, animando y confortando, en palabras y en hechos.   ¿Tendrá el Espíritu oportunidades de renovar la Iglesia a través de los resultados del reciente sínodo? 

Preguntas para la reflexión y la acción personal y comunitaria

  1. ¿Dónde y cómo experimentamos hoy la "oscuridad" en nuestras propias vidas, a nuestro alrededor, en nuestra sociedad, en nuestro mundo? Qué significa todo esto en nuestros corazones?
  2. 2. ¿Dónde vemos puntos de luz? Dónde vemos personas que aportan luz a los demás, a su alrededor, incluso a personas que se encuentran en la oscuridad más aterradora? 
  3. ¿Qué profunda renovación evangélica necesitará llevar a cabo urgentemente nuestra Iglesia para volver a ser poderosamente la voz de Dios en este mundo? ¿Cómo podemos participar concretamente en ello?

[1] Homilías de Monseñor Oscar A. Romero.  Tomo IV – Ciclo B,  UCA editores, San Salvador, primera edición 2007, p. 64.65

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