Mientras haya ese desorden espantoso no puede haber paz.
| Luis Van de Velde
“Los corazones no quieren oír, ni aunque sea un muerto el que les venga a decirles; estamos muy mal en El Salvador. Esta figura tan fea de nuestra patria no es necesaria pintarla bonita allá afuera. Hay que hacerla bonita aquí adentro, para que resulte bonito allá afuera también. Pero mientras haya madres que lloran la desaparición de sus hijos, mientras haya torturas en nuestros centros de seguridad, mientras haya abuso de sibaritas en la propiedad privada, mientras haya ese desorden espantoso, hermanos, no puede haber paz, y seguirán sucediendo los hechos de violencia y sangre. Con represión no se acaba nada. Es necesario hacerse racional y atender la voz de Dios, y organizar una sociedad más justa, más según el corazón de Dios. Todo lo demás son parches. Los nombres de los asesinos irán cambiando, pero siempre habrá asesinados. Las violencias seguirán cambiando de nombre, pero habrá siempre violencia mientras no se cambie de raíz de donde están brotando todas esas cosas horrorosas de nuestro ambiente.” (25 de septiembre de 1977)
«Mientras haya ese desorden espantoso, hermanos, no puede haber paz». Monseñor Romero no teme hablar de «desorden espantoso» y de «esas cosas horrorosas de nuestro ambiente». Está convencido de que la paz nunca llegará si no se resuelve el desorden económico, social y político del país. Su mensaje de 1977 sigue siendo muy actual en El Salvador y en la mayoría de los países del mundo. Sería muy interesante y necesario que las comunidades eclesiales hicieran reflexiones y análisis serios sobre el desorden en las diferentes esferas de la sociedad. Hoy en día siguen habiendo «cosas horrorosas» en lo económico, lo social, lo político, lo medioambiental, etc., en todos los países. La falta de conciencia y de visión sobre esos desórdenes hace que los pueblos se frustren y se desanimen. En el peor de los casos, se dejan engañar por los discursos político-ideológicos que justifican esas cosas horrorosas y, por miedo, cierran los ojos y se callan. La misma Iglesia tiene una gran responsabilidad histórica en la concienciación de las mayorías de los pueblos.
Hace poco leí el libro La caída de Bélgica, que narra las intrigas entre las figuras y los partidos políticos. No sé si todo lo que se narra es tan objetivo, pero sí da una idea de los desórdenes que hay en esta forma de organizar la política. En este país hay bastante preocupación por el futuro (de paz), no solo por la cercanía de la guerra de Rusia contra Ucrania, sino también por las dinámicas internas. También preocupa el manejo del medio ambiente, el impacto del calentamiento global, el sistema de pensiones, la falta de personal de cuidado en hospitales y asilos, la calidad de la enseñanza, el estancamiento de la economía (el cierre de muchas empresas), la división ideológica de sectores como los sindicatos, la corrupción, la gestión de la migración y el miedo a una sociedad multicultural.
En El Salvador pudimos ver que los Acuerdos de Paz fueron, en primer lugar, Acuerdos de fin de guerra. Al mismo tiempo, suponían el inicio de la aplicación más radical de las directrices neoliberales y el fortalecimiento de la injusta estructura económica. A pesar de la importancia de los programas sociales y subsidios impulsados por los gobiernos, han sido parches que solo han aliviado momentáneamente. El surgimiento de las maras y su espantoso crecimiento como organizaciones criminales (asesinatos, extorsiones, robos, control sobre colonias, etc.) han hecho que los años posteriores a la guerra hayan sido muy sangrientos: No hubo paz.
«Habrá siempre violencia mientras no se cambie de raíz de donde están brotando todas esas cosas horrorosas». Ahí está el gran reto. Si no se cambia la estructura de la sociedad, siempre habrá brotes de violencia y no habrá paz. Si no se construye una nueva sociedad inclusiva, solo será cuestión de tiempo para que estalle otra ola de violencia. En una sociedad que tome en cuenta a todos, los más ricos y fuertes tendrán que asumir la responsabilidad de calmar su sed de obtener cada vez más ganancias a cualquier precio: serán los más fuertes los que carguen con la mayor parte de la carga. Se tendrán que lograr equilibrios justos entre inversión de capital y trabajo. Quienes tienen recursos tendrán que invertir en generar nuevas fuentes de trabajo con salarios justos para obtener ganancias justas (no para enriquecer a unos pocos). Es el reto de «organizar una sociedad más justa, según el corazón de Dios».
Cita 4 del capítulo V (Pecado y conversión) del libro El Evangelio de Mons. Romero.