«Estamos terminando los expedientes matrimoniales», cuenta el párroco, Javier Sánchez-Cervera, y explica que todos los novios han terminado el cursillo prematrimonial. Se han preparado así para recibir el «sacramento grande», se detalla en la página web de la macroboda, «en cuya gracia los esposos inesperadamente encuentran, como en Caná, un vino mucho mejor y sobreabundante». Además, con la celebración simultánea «se pone de manifiesto el carácter comunitario del matrimonio».
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Para poder inscribirse, las parejas debían llevar un mínimo de cinco años de matrimonio civil o convivencia y los dos o al menos uno debían estar bautizados en la Iglesia Católica. Como ya sucedió el año pasado, la macroboda se celebra en el contexto de las fiestas patronales de la localidad en honor al Santísimo Cristo de los Remedios.

Ponerles fácil el acercarse a Dios
La iniciativa de la macroboda nació cuando el párroco hizo suyo el llamamiento del Papa Francisco en el punto 49 de Evangelii gaudium: «Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades». «Te la juegas —comentaba entonces—, porque no sabes si va a salir bien». Pero tenía claro que «no puedes constatar que la gente no está casada y cruzarte de brazos».
Se había percatado de que el 80 % de los niños que llevaban a bautizar a su parroquia eran hijos de padres no casados. Cuando les preguntaba que por qué no se casaban, las respuestas iban siempre en la misma línea: no había dinero, no había familia cerca o se les «había pasado el arroz hace años». Él lo tenía claro: «La gente tiene que poder acercarse al Señor y hay que ponérselo fácil».