En la festividad de San Benito, padre de monjes y patrono de Europa “Reformar, renovar y simplificar”: Las palabras de León XIV a la Orden de San Benito

En esta fiesta de San Benito que celebramos hoy, 11 de julio, y cuando hay sectores de la Iglesia que no valoran o que incluso rechazan el Concilio Vaticano II, el papa León pedía a los monjes de la Congregación de Vallombrosa, que fuesen capaces de “llevar adelante la renovación de la Iglesia promovida por el Concilio Vaticano II, para intensificar los vínculos de comunión”. Porque no se trata de hibernar el Vaticano II (como les gustaría a muchos), sino de llevarlo a su máxima plenitud
San Benito, padre de monjes y patrono de Europa, nos es hoy un modelo de vida cristiana, no sólo para los que vivimos en los monasterios, sino para todos los cristianos e incluso para los no creyentes, ya que sus consejos (recogidos en la Regla Benedictina), nos ayudan a tener unas relaciones más amables, más humanas y a estar más atentos de los demás, que de nosotros mismos, huyendo así del egocentrismo
“Reformar, renovar y simplificar”. Estas fueron las palabras que, el pasado 28 de junio, el papa León XIV dirigió a los monjes que participaron en el Capítulo General de la Congregación de Vallombrosa, del Orden de San Benito.
El Papa animaba a estos monjes (que siguen la Regla Benedictina), a “que nada no les impida avanzar hacia la exigencia originaria de reformar, renovar y simplificar aquella vida cristiana que aún puede ensanchar los horizontes y toda la existencia humana”.
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En esta fiesta de San Benito, padre de monjes y patrono de Europa, que celebramos hoy, 11 de julio, creo que son muy apropiadas las palabras que el papa León XIV dirigió a estos monjes, para animarlos a “superar la autoreferencialidad (cuando el papa Francisco ya nos prevenía del peligro de vivir centrados (y encerrados) en nosotros mismos), a intensificar los vínculos de comunión y a ser más pobres, para así poder escuchar a los pobres”. Y es que sólo si vivimos la bienaventuranza de la pobreza (Mt 5:3), podremos acoger a los pobres, para de esta manera ser pobres y estar al lado de ellos.
En esta fiesta de San Benito que celebramos hoy, 11 de julio, y cuando hay sectores de la Iglesia que no valoran o que incluso rechazan el Concilio Vaticano II, el papa León pedía a los monjes de la Congregación de Vallombrosa, que fuesen capaces de “llevar adelante la renovación de la Iglesia promovida por el Concilio Vaticano II, para intensificar los vínculos de comunión”. Porque no se trata de hibernar el Vaticano II (como les gustaría a muchos), sino de llevarlo a su máxima plenitud.
Esta Congregación monástica, que fue fundada por San Juan Gualberto en 1039, con sede en Vallombrosa, en la Toscana, está formada por monjes que muestran una especial atención en volver a la pobreza evangélica y al compromiso con la caridad.
Creo que es importante recordar, hoy día de San Benito, estas palabras del papa León, donde subrayaba “el don que la vida monástica representa como una llamada a toda la Iglesia, a reconocer la primacía de Dios como fuente de alegría y principio de transformación personal y social”.

El Papa decía también a estos monjes (a todos los monjes, diría yo), que “no se trata de abandonar los desafíos de nuestro tiempo, sino de habitarlos con la profundidad de aquel que sabe guardar silencio y escuchar la Palabra de Dios, para ofrecer la luz en la cultura que cambia”.
Como decía el papa León (y como lo constatamos los monjes cada día en nuestros respectivos monasterios), “a menudo somos menos fuertes que en el pasado, menos jóvenes, menos numerosos” y a veces nos encontramos “heridos por los intereses y por los errores humanos. Pero el Evangelio, acogido “sine glossa” (diría que en estado puro, sin colorantes, conservantes ni aditivos), nunca dejará de esparcir la fragancia de su belleza”. Sólo cuando lo difuminamos o lo maquillamos, el Evangelio deja de esparcir y de difundir su capacidad de denuncia de la mentida y de la injusticia y, lamentablemente, se convierte en ideología, o peor aún, en una caricatura de lo que Jesús nos transmitió.
El papa León recordaba a los monjes de Vallombrosa, que san Pablo VI, en 1973, ya nos animaba a “la renovación de las Órdenes religiosas y a la actualización de la Iglesia (en los clérigos y en los laicos)”, que son todavía hoy, “los puntos más vivos y apasionantes del Concilio y del Post-concilio”.

El papa León también recordaba en su discurso, a su predecesor, el papa de la “primavera”, el papa Francisco, cuando “nos exhortaba incansablemente a llevar adelante la renovación de la Iglesia, promovida por el Concilio Vaticano II”. Sin nostalgias del pasado, sin mirar atrás.
Finalmente, el papa León les pedía a los monjes reunidos en Capítulo general, “la comunión con las otras Congregaciones de las hijas y de los hijos de San Benito”, para así “permanecer fieles a la Regla, en diálogo con el mundo contemporáneo”, un trabajo que los monjes de Montserrat intentamos realizar.
El papa León acababa su discurso a los monjes de Vallombrosa, recordándoles que “la busca de una espiritualidad en la que la oración, el trabajo y la alegría” (tan necesaria en nuestro tiempo), “se entrelazan en la fidelidad en los lugares y en las cosas de cada día”, para que de esta manera los monjes intentemos ser “testigos atentos y acogedores de eso”.
Como ha dicho el arzobispo Enrique Benavent, de València, con motivo de la fiesta de San Benito, “una buena lectura para la meditación durante el verano podría ser la Regla que San Benito escribió para los monjes”, pero que, por su gran humanidad puede ayudar a todo el mundo, porque con este texto podemos vivir una vida más plena y más humana.

San Benito, padre de monjes y patrono de Europa, nos es hoy un modelo de vida cristiana, no sólo para los que vivimos en los monasterios, sino para todos los cristianos e incluso para los no creyentes, ya que sus consejos (recogidos en la Regla Benedictina), nos ayudan a tener unas relaciones más amables, más humanas y a estar más atentos de los demás, que de nosotros mismos, huyendo así del egocentrismo y de la autorreferencialidad. Por eso San Benito nos pide que sepamos escuchar, más que con los oídos, con el corazón, que vivamos con un espíritu de acogida, ya que cada persona que viene al monasterio es una imagen del Cristo. San Benito también nos pide que seamos sensibles al sufrimiento de los hermanos y que no ignoremos, ni nos mostremos indiferentes, ni insensibles a los que sufren.
La enseñanza de San Benito (a pesar que vivió hace XV siglos), es muy actual y por eso, si siguiésemos lo que prescribe este padre de monjes en la Regla Benedictina, haríamos posible unas relaciones más amables y más afables, más humanas y más pacíficas.
El silencio del capítulo seis de la Regla, (un silencio que San Benito distingue del mutismo), nos hace más atentos a escuchar y a acoger las necesidades y los sufrimientos de los hermanos, para así, escuchar la voz de Dios que, a menudo, se manifiesta en los que más sufren.
San Benito no quiere monjes disipados, amargados, conformistas, ni encerrados en ellos mismos. San Benito quiere que cada monasterio sea una familia y que las puertas del cenobio estén siempre abiertas a aquellos que buscan unos días de silencio, de paz y de encuentro con ellos mismos y con Dios.

La oración y el trabajo, la acogida de huéspedes y de peregrinos, así como la “Lectio” o lectura meditada de la palabra de Dios, van configurando y conformando (es decir, dando forma), no sólo a los monjes que vivimos en el monasterio, sino también a todos aquellos que se acercan a estos “desiertos” donde podemos descubrir con más profundidad y más serenidad (lejos de ruidos que nos distraen) la voz de Dios que, en su inmenso amor, nos ama, nos perdona y nos llena de paz y de esperanza. Por eso los monjes (y las monjas), hemos de ser, en un mundo dividido y agredido, testigos de comunión, de amor, de sencillez, de harmonía con la naturaleza y de frugalidad de vida. Los monjes hemos de mostrar en la nuestra vida, que es posible vivir más sencillamente, alejados del deseo de poder y de tener, de poseer y de almacenar, ya que aquello que nos hace monjes es la disponibilidad y el compartir, y así, cada día, a pesar de las caídas y de las incoherencias, poder seguir a Jesús que nos acompaña en nuestro camino de fe.
“Reformar, Renovar y simplificar”, como les pedía el papa a los monjes de Vallombrosa, habría de ser nuestro modo de vida. Reformar todo aquello que ha quedado caduco y que ya no sirve. Reformar lo que en otros tiempos fue válido pero hoy es un lastre que no nos deja avanzar por los caminos del Reino.

Renovar aquello que nos permita caminar, para vivir con más sinceridad nuestra consagración a Dios, tanto los monjes, como todos los bautizados.
Y finalmente, simplificar todo aquello que, con el paso del tiempo, hemos ido llenando de cosas superfluas y que nos aleja de la simplicidad evangélica que Jesús nos pide hoy.
San Benito nos pide hoy que reconstruyamos puentes de diálogo, donde la palabra sustituya al insulto y a la descalificación.
San Benito nos pide hoy que seamos artesanos de paz y de comunión, en una Europa herida y maltrecha por el odio, la xenofobia, el racismo y las guerras.
San Benito nos pide hoy que seamos, monjes y laicos, testigos de resurrección y de esperanza para todos aquellos que viven sin sentido y que no encuentran una caricia, una sonrisa, una palabra de amor.
San Benito nos pide hoy que seamos acogedores, que abramos los brazos y el corazón a los inmigrantes y a los refugiados que son criminalizados, por el simple hecho de tener un color distinto de piel.
San Benito nos pide hoy que seamos sensibles con los que piensan diferente a nosotros, con los que no tienen nada, con aquellos que han perdido la ilusión de vivir.

San Benito nos pide hoy que miremos a los demás sin prejuicios, sin recelos, sin discriminaciones, sin que pongamos por delante del pobre, el rico, solo por el hecho de ser-lo.
San Benito nos pide hoy que seamos humildes y que huyamos (como del fuego), de los privilegios, de la altanería, de la soberbia y de la codicia.
San Benito nos pide hoy que seamos limpios de corazón, pobres con los pobres, pacíficos de corazón, hombres y mujeres que no antepongan nada a Jesús y a los pobres, que son nuestros tesoros.
San Benito nos pide hoy que sepamos amar y proteger la creación, el don que Dios nos ha regalado, no para destruirla, sino para protegerla. Para intentar dejarla a las generaciones futuras, mejor de cómo la hemos encontrado nosotros.
San Benito nos pide hoy que sepamos denunciar las mentiras, la hipocresía, las injusticias, la corrupción y todo aquello que envilece al hombre.
San Benito nos pide hoy que no separemos la Regla y el Evangelio del amor a los hermanos. Porque solo amando al prójimo, al huésped, al monje que tenemos al lado, podemos vivir el Evangelio y ser fieles a la Regla. Sin el amor fraterno, sin la comunión en la fraternidad, sin la acogida a huéspedes y peregrinos, la Regla y el Evangelio solo serán letras muertas. Y los monjes estamos para vivir en la esperanza de encontrarnos con el prójimo. Con el Otro y los otros. No de encerrarnos en nosotros mismos. Porque un monasterio encerrado, y un monje encerrado, es un monasterio y un monje enterrado. Sin vida. Sin esperanza, sin resurrección.
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