Salvación y Misión liberadora de la Iglesia, servidora de los pobres

La CV reunión de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española ha tenido como resultado un muy significativo e imprescindible documento, la Instrucción Pastoral “Iglesia, servidora de los pobres”. Siguiendo a otros documentos eclesiales, a la Doctrina Social de la Iglesia y al magisterio del Papa Francisco- en especial, la EG-, los Obispos Españoles nos presentan la misión de la iglesia al servicio de la salvación liberadora con los pobres. La Gracia de Dios, su Amor y Justicia, nos regala la salvación que, mediante la iglesia y su misión, supone constitutivamente la liberación integral con los pobres de la tierra. Así, en la línea de otro documento anterior muy relevante e ineludible de los Obispos Españoles, La Iglesia y los pobres, se nos muestra como “el servicio a la liberación del pobre debe ser integral. Y, en consecuencia, «lo que debemos evitar siempre es hacer un uso parcial y exclusivista del concepto de liberación reduciéndolo solamente a lo espiritual o a lo material, a lo individual o a lo social, a lo eterno o a lo temporal»” (n. 24). “Cada cristiano y cada comunidad estamos llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres” (n.35).

No hay pues misión de la iglesia sin promover la salvación que Dios en Cristo nos trae, y que se realiza en la justicia liberadora con los pobres, en la promoción y liberación integral con los empobrecidos de la tierra. Lo que ineludiblemente, “para un enfrentamiento lúcido y eficaz contra la pobreza, exige indagar en cuáles son las causas y los mecanismos que la originan y de alguna manera la consolidan». Y es que La pobreza no es consecuencia de un fatalismo inexorable, tiene causas responsables. Detrás de ella hay mecanismos económicos, financieros, sociales, políticos...; nacionales e internacionales” (n. 48). Se trata de analizar y reconocer que la pobreza es causada por nuestro “orden económico establecido exclusivamente sobre el afán del lucro y las ansias desmedidas de dinero, sin consideración a las verdaderas necesidades del hombre. En donde imperan las leyes inexorables del beneficio y de la competitividad. Como consecuencia, muchas personas se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Parecía que todo crecimiento económico, favorecido por la economía de mercado, lograba por sí mismo mayor inclusión social e igualdad entre todos. Pero esta opinión ha sido desmentida muchas veces por la realidad” (n.15)

Es la ideología neoliberal y capitalista con “su extensión ilimitada de la lógica mercantil que se acaba convirtiendo en una idolatría y que tiene consecuencias no sólo económicas, sino también éticas y culturales; en lugar de tener fe en Dios, se prefiere adorar a un ídolo que nosotros mismos hemos hecho. Es la nueva versión del antiguo becerro de oro, el fetichismo del dinero, la dictadura de una economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La realidad ha puesto ante nuestros ojos la lógica económica en su dimensión idolátrica. La ideología que defiende la autonomía absoluta de los mercados y de la actividad financiera instaura una tiranía invisible que impone unilateralmente sus leyes y sus reglas. Cuando esto sucede estamos ante una verdadera idolatría en la que al dinero se le rinde culto y se le ofrecen sacrificios; a la postre, es el rendimiento económico el que da fundamento a nuestra existencia y dictamina la bondad o maldad de nuestras acciones e incluso la actividad política se convierte en una tecnocracia o pura gestión y no en una empresa de principios, valores e ideas" (n.21) Como enseñaban y denunciaban los Padres de la Iglesia, inspirados en la Biblia, es la inmoralidad de la riqueza, del ser rico que se hace a costa del robo y expolio a los pobres: con “la acumulación de bienes por parte de algunos mientras otros viven en la pobreza. San Juan Crisóstomo afirmaba que no hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida" (cf. n.25).

La salvación y liberación integral con los pobres se realiza, pues, en “el anuncio del Evangelio, fermento de libertad y de fraternidad, que ha ido acompañado siempre de la promoción humana y social de aquellos a los que se anuncia. El Evangelio afecta al hombre entero, lo interpela en todas sus estructuras: personales, económicas y sociales. La Iglesia nos llama al compromiso social. Un compromiso social que sea transformador de las personas y de las causas de las pobrezas, que denuncie la injusticia… Es poner en práctica el mensaje transformador del Evangelio y asumir las implicaciones políticas de la fe y de la caridad” ( n. 40). Esta praxis de la caridad política es “una caridad más profética. No podemos callar cuando no se reconocen ni respetan los derechos de las personas, cuando se permite que los seres humanos no vivan con la dignidad que merecen. Debemos elevar el nivel de exigencia moral en nuestra sociedad y no resignarnos a considerar normal lo inmoral. Porque la actividad económica y política tienen requerimientos éticos ineludibles, los deberes no afectan sólo a la vida privada. La caridad social nos urge a buscar propuestas alternativas al actual modo de producir, de consumir y de vivir, con el fin de instaurar una economía más humana en un mundo más fraterno” (45).

Es preciso que esta práctica de la caridad y la salvación liberadora que trae se manifieste, eficazmente, en sus medicaciones sociales, políticas y económicas: en el modo justo de gobernar; en la promoción de políticas fiscales equitativas; en propiciar las transformaciones necesarias para una justa distribución de los bienes, lo que está por encima de la propiedad; en la efectiva supervisión de las instituciones bancarias; en la humanización del trabajo digno, decente que tiene la prioridad sobre el capital; en la salvaguardia del medioambiente; en la universalización de la sanidad y la educación. Con una economía globalizada, donde se promueva el establecimiento de una autoridad política mundial, capaz de garantizar a cada uno el cumplimiento de la justicia, el respeto de los derechos y de la paz (cf. nn. 44, 27-32).
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