Del lado de los pobres frente a la injusticia con el Papa Francisco y Mons. Romero

Estamos conmemorando en la iglesia, el segundo aniversario de la llegada al Ministerio Petrino del Papa Francisco y el anuncio de la beatificación de Mons. Romero. Y si algo caracteriza el ministerio del Papa Francisco y de Mons. Romero, es la acogida del don de la fe en el Dios revelado en Jesucristo y su Reino de amor, paz y justicia con los pobres que nos salva y libera de todo mal, pecado e injusticia. Como nos enseña el mismo Papa Francisco (EG), parece que hay algunos sectores, individualistas-burgueses e integristas (ideologizados-fanáticos), que les molesta escuchar que hay que estar del “lado de los pobres” (como se titula uno de los últimos libros del Card. Müller, Prefecto para la CDF), que hay que luchar por la paz, el desarrollo integral y la justicia liberadora con los pobres. Y lo cierto es que, como nos muestra en nuestra época el Papa Francisco y Mons. Romero, está en el corazón de la fe, en la entraña de la vida, santidad-tradición y enseñanza de la iglesia: ser iglesia pobre con los pobres; frente a toda injusticia y mal como son los ídolos del poder y de la riqueza (ser rico).

Estos sectores y corrientes, como ya no mostraba asimismo el Vaticano II (GS), todavía tienen esa concepción y ética individualista y simplista de la beneficencia paternalista. Con un asistencialismo humillante y dependiente que solo atiende y asiste a los pobres que nos encontramos más de cerca, y que no va a las causas sociales y estructurales, a las relaciones y estructuras culturales-éticas, políticas y económicas que generan la pobreza y el hambre. La acción asistencial o dar el pez, como es el dar alimentos o ropa, podrá ser necesaria y urgente. Lo mismo sucede con los proyectos de desarrollo o dar la caña de pescar, como es el proporcionar educación y formación que son imprescindibles, pero que por sí solos no cambian la realidad y el contexto socio-histórico que condiciona las situaciones de pobreza, del hambre y de la misma educación o desarrollo educativo. Por lo que sí solo nos quedamos en estos niveles de la acción de la caridad y social. Y no vamos a la dimensión socioestructural y política- que haya peces para todos porque no los han robado o contaminado, que se pueden intercambiar a un valor justo, etc.-, caemos en el asistencialismo, en el paternalismo y mantenemos el sistema y des-orden establecido en la desigualdad, injusticia y el pecado social que es lo que genera el hambre, la pobreza y la exclusión. Tal como nos enseñan los estudios de todo tipo, los sociales, los eclesiales y los teológicos, la enseñanza y doctrina social de la iglesia.

En el fondo, lo que ocultamos o evitamos es seguir el camino y destino de Jesús Crucificado y de los crucificados de la tierra. No nos decidimos por optar por el Evangelio de las bienaventuranzas, el ser perseguidos a causa de estar con los pobres u oprimidos y de promover el Reino de Dios y su justicia; frente a los falsos dioses de la riqueza, del ser rico y del poder que sacrifica la vida y dignidad de las personas, de los pobres y oprimidos. En esta línea, ya lo decía D. Hélder Camara en aquella frase memorable: “cuando doy de comer a los pobres me dicen que soy un santo, cuando pregunto por qué hay pobres (cuál es la causa de la pobreza) me dicen que soy comunista”. Al igual que a Jesús le llamaban loco, endemoniado…,también a Mons. Romero, a los Papa como a Juan Pablo II o el Papa Francisco les han dicho marxista o comunista por esta promoción de la justicia con los pobres que nos trae Jesús y su Reino.

Y para conocer y comprender todo lo anterior, solo hay que leer y estudiar la Sagrada Escritura, a los Padres y Doctores de la Iglesia, a los Santos y Testimonios de la fe, a la más cualificada teología, al pensamiento social cristiano y de la iglesia. Toda esta tradición y enseñanza social de la iglesia nos muestra que, lejos de todo asistencialismo y paternalismo, los pobres son los principales sujetos y protagonistas de la misión evangelizadora y pastoral de la iglesia, de la salvación y promoción liberadora e integral. Y que el don de la gracia, de la fe y de la caridad, por su carácter de fraternidad universal, es constitutivamente social y pública. Es la caridad política, tal nos enseñan los Papas y la iglesia, por ejemplo el Vaticano II (AA), que han remarcado que la caridad es inseparable de la promoción de la justicia, y que dicha caridad más universal y política en el compromiso por la justicia: ha de oponerse a las causas que originan la injusticia de la pobreza y de la miseria.

De esta forma, la fe en el Evangelio de Jesús y el magisterio de la iglesia nos ha mostrado que hay que llevar a la práctica, en la realidad histórica, toda esta tradición y Doctrina Social de la Iglesia (DSI) que nos enseñan los valores, principios y claves morales, políticas y económicas. Tales como que la riqueza, el ser rico es lo contrario a la justicia y al Evangelio en el seguimiento de Jesús, ya que causa la pobreza y a los pobres. El destino universal de los bienes y la justa distribución de los recursos, que es lo que pertenece propiamente al derecho-ley natural, está por encima del derecho de propiedad que es solamente de carácter positivo. La propiedad solo se justifica si cumple con este destino común y universal de los bienes, y la riqueza, el ser rico va contra la ética y el Evangelio porque solo tenemos el derecho de poseer lo estrictamente necesario para vivir en pobreza solidaria y evangélica con los pobres. Lo superfluo, todos los demás bienes que no necesitamos para vivir-lo que por definición es dejar de tener riqueza, de ser rico -, pertenece en justicia a los pobres. Aun más, desde el Evangelio de la solidaridad, como nos enseña el Vaticano II (GS) y Juan Pablo II (SRS), hay que compartir y distribuir hasta aquello que necesitamos para vivir, como hizo en el Evangelio la viuda en el templo.

De ahí que, en esta acción de la caridad política y social, debemos establecer e impulsar las autoridades y leyes que sirvan al bien común y, que por tanto, tienen que distribuir estos bienes y recursos entre toda la humanidad en equidad, desde la justicia con los pobres. Cuando esta autoridad y leyes no cumplen con este bien común y con la justicia con los pobres, pierden su legitimidad moral, no hay que obedecerlas y remplazarlas por otras más justas. Y los pobres pueden apropiarse de los bienes y recursos que les hacen falta para vivir, sin que ello pueda ser considerado hurto, al contrario, están tomando lo que le han robado los ricos, lo que les pertenece por justicia. En este sentido, este amor y justicia con los pobres supone ineludiblemente luchar por un trabajo digno y decente que tiene la prioridad sobre el capital, sobre el beneficio y la ganancia. Y es que, como sucede hoy también, los pobres y la pobreza son en muy buena medida consecuencia directa de una ley y sistema laboral injusto, que no promueve la vida, dignidad y derechos de los trabajadores, como es el derecho básico y central de un salario digno para el trabajador/a y su familia.

La dignidad de la persona y del trabajo implica la democracia en la economía y en la empresa, la socialización de los medios de producción, el cooperativismo, la co-gestión y co-propiedad de la empresa, de la actividad empresarial y laboral. Y requiere una banca ética, un sistema financiero y bancario justo que termine con la especulación (en la bolsa, con los bienes y recursos) y con la usura (créditos e intereses abusivos y especulativos como son, por ejemplo, las hipotecas). Se trata de unas leyes y sistemas financieros-bancarios que, frente a esta especulación y usura, erradiquen el endeudamiento injusto que sufren las personas, familias y países, sobre todo de los más pobres, deudas que por ilegítimas e injustas no hay que pagar. Y se invierta en la promoción del empleo y del desarrollo humano, ecológico e integral. Además, en esta línea, como clave de todo estado social de solidaridad y de justicia, las leyes fiscales y tributarias han de conseguir que los que más tienen (los capitales y empresas, las operaciones financieras-bancarias): sean los que más aporten y contribuyan al bien común. Para un estado social de derechos que garantice el acceso y universalidad de la educación, de la sanidad, de la vivienda, del transporte y las energías, de la alimentación, del desarrollo ecológico, de los servicios sociales y del resto de derechos humanos y sociales que tenemos por ser personas, por la dignidad de todo ser humano.

Y todo lo anterior, por esta universalidad del amor en la justicia o de la ética y por efectividad transformadora, ha de promocionarse y lograrse a nivel global, mundial e internacional. Se trata de impulsar una globalización de la solidaridad, de la justicia y de la paz, del desarrollo sostenible e integral; frente a la del capital y de la guerra, de la especulación-usura y de la destrucción ecológica. Como se observa, todos estos valores y principios morales del Evangelio y de la iglesia son críticos, cuestionan nuestra civilización neoliberal del capitalismo que domina hoy a nivel global. Se conoce que, efectivamente, el pensamiento social cristiano y la DSI deslegitiman el totalitarismo del comunismo colectivista o colectivismo (leninismo-stalinismo), que en realidad es un capitalismo de estado. Ya que impide la libertad y participación democrática. Pero, de igual forma, la iglesia rechaza y niega moralmente al liberalismo económico y al capitalismo: porque deforma la libertad con su individualismo posesivo; y aplasta la justicia e igualdad, generando la pobreza y el hambre en serie. En realidad, estas dos ideologías nefastas y totalitarias que han dominado el mundo, el colectivismo y el capitalismo, tienen la misma raíz materialista-economicista que niega la trascendencia, la dignidad y el protagonismos de las personas y las sacrifican a los ídolos del mercado-capital y del estado-partido.

Como apuntamos, pues, hoy no se puede decir que estamos del lado de los pobres sin luchar por la justicia y contra el capitalismo, que es el sistema dominante que causa la injusticia y la desigualdad de la pobreza y del hambre; que impone una economía que mata con su dictadura del mercado-capital y sus ídolos de la riqueza y del poder, que establece la globalización de la indiferencia y la cultura del descarte de las personas, de los pobres y excluidos. Como nos muestra actualmente el Papa Francisco (EG). Todo lo expuesto hasta aquí, es vital para realizar una formación-acción social adecuada, ética y efectiva, una verdadera praxis de la caridad y del compromiso por la justicia con los pobres. Se trata de acoger y actualizar, en una auténtica comunión y fidelidad eclesial, todo este legado, tradición y DSI. Sin simplismos, individualismos ni integrismos que niegan ese verdadero estar de lado de los pobres, como iglesia en pobreza solidaria-evangélica compartiendo la vida, los bienes y las luchar por la justicia con los pobres. Como hizo Mons. Romero y como manifestó el Papa Francisco en esa memorable reunión en Roma con los movimientos populares, con los pobres de la tierra.

No en vano, el Papa tiene el carisma de S. Ignacio de Loyola y tomó el nombre de S. Francisco de Asís. Dos de esos santos, que junto tantos y tantos en el seguimiento de Jesús- en esto consiste la santidad-, han vivido desde el amor y la pobreza en solidaridad liberadora con los pobres; frente a la injusticia, a los ídolos de la riqueza (ser rico) y del poder. Todo ello que es lo que nos salva y nos libera de todo pecado, mal y del egoísmo y nos da la vida plena, eterna en Comunión con el Dios que se nos revela en Jesucristo y que subsiste en su Iglesia Católica.
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