Los padres Quevedo y Olivero luchan por restablecer la esperanza en San Bernardo, un lugar herido de muerte El padre Charly en el barrio bogotano de 'Sanber': "Lo que he encontrado aquí es desgarrador"

Barrio San Bernardo, Bogotá (Colombia)
Barrio San Bernardo, Bogotá (Colombia)

En la parte sur de Bogotá, en una zona que antes era residencial y de clase media, se encuentra el barrio San Bernardo, donde tiene su sede la parroquia Nuestra Señora de los Dolores. Allí ejerce su ministerio el joven párroco padre Juan Felipe Quevedo

Hace unos meses se trasladó también al barrio el padre Carlos Olivero, conocido como padre Charly. "Aquí se ve que no hay respuesta del Estado ni de la sociedad civil. Se percibe una impotencia tan grande que es difícil sostener la esperanza", apunta

El padre Charly confiesa que lo que encontró aquí va más allá: Cuando sale con el padre Felipe y algunos feligreses a repartir comida, la gente corre porque tiene hambre. "Es algo desgarrador, tan urgente que hay que empezar por ahí: por dar pan"

Pero además de responder a la urgencia, es necesario involucrar a toda la comunidad, abrumada por la presencia masiva de personas "rotas"… Porque hoy, el nombre de 'Sanber' se asocia con violencia y marginación

(Agencia Fides).- En la parte sur de la capital, en una zona que antes era residencial y de clase media, se encuentra el barrio San Bernardo, donde tiene su sede la parroquia Nuestra Señora de los Dolores. Allí ejerce su ministerio el joven párroco padre Juan Felipe Quevedo.

Hace unos meses se trasladó también al barrio el padre Carlos Olivero, conocido como padre Charly. Llegó a Bogotá para trabajar en la sede central del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño), promoviendo en la región latinoamericana experiencias de ayuda a personas en situación de marginación y dependencia, basadas en el método comunitario impulsado por la red Familia Grande Hogar de Cristo, nacida en Argentina a partir de la experiencia de los Curas Villeros en las Villas Miseria de Buenos Aires.

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Con el tiempo, este barrio se ha convertido en el principal punto de tráfico de drogas de Bogotá, con calles llenas de personas en situación de consumo y sin hogar, multitudes sin identidad aparente que piden y ofrecen drogas día y noche. El cambio radical se produjo cuando habitantes de un barrio pobre cercano fueron desalojados para dar paso a un gran proyecto urbanístico. Una gran masa de personas sin techo se trasladó entonces a San Bernardo.

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«Durante la segunda mitad del siglo XX, Bogotá sufrió profundos cambios demográficos que ampliaron sus límites y transformaron su estructura urbana», explica el padre Juan Felipe. «Estos procesos generaron una división geográfica entre zonas productivas y residenciales, creando barrios con problemas sociales complejos, como San Bernardo».

En la plaza frente a la parroquia resuenan incesantes gritos que anuncian la disponibilidad de drogas o, en jerga, la llegada de la policía. Por todas partes se ven personas sin hogar, con la piel marcada por la calle y las adicciones, que se arrastran para después desplomarse en el barro que cubre las calles.

"El otro ya no se reconoce como persona, como parte de la comunidad, sino como una amenaza"

«El rápido aumento del número de personas sin hogar en nuestra zona», continúa el padre Felipe, «ha intensificado los conflictos sociales y ha transformado la vida cotidiana del barrio, agravando problemas como el abandono escolar, los robos y la consolidación de grupos criminales».

«Las relaciones entre los habitantes tradicionales y las personas sin hogar se han vuelto conflictivas, y el sentido de comunidad se ha difuminado. El otro ya no se reconoce como persona, como parte de la comunidad, sino como una amenaza. El deterioro físico y las montañas de basura abandonadas contribuyen a la pérdida de esperanza de los vecinos». Hoy, el nombre de “Sanber” se asocia con violencia y marginación.

"Aquí se ve que no hay respuesta del Estado ni de la sociedad civil. Se percibe una impotencia tan grande que es difícil sostener la esperanza"

El padre Charly conoce bien los lugares de sufrimiento y exclusión: toda su vida sacerdotal la ha desarrollado en las villas miseria argentinas «entre gente muy desamparada que vive en la calle, pasa hambre, ha cortado todos sus lazos y consume mucho». Sin embargo, confiesa que lo que encontró aquí va más allá: «Es impresionante la cantidad de personas que viven en la calle. Una investigación habla de 5.000 en un solo barrio. Un número tan grande que resulta difícil pensar en cualquier tipo de modo de abordarlo». Y añade: «Aquí se ve que no hay respuesta del Estado ni de la sociedad civil. Se percibe una impotencia tan grande que es difícil sostener la esperanza».

Cuando el padre Charly, el padre Felipe y algunos feligreses salen a repartir comida, la gente corre porque tiene hambre. «Es algo desgarrador –explica el padre Charly–, tan urgente que hay que empezar por ahí: por dar pan».

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Pero además de responder a la urgencia, es necesario involucrar a toda la comunidad, abrumada por la presencia masiva de personas «rotas», que trafican y consumen drogas, haciendo el barrio casi inhabitable. Para el padre Charly, «hay que generar conciencia para que los habitantes de siempre comprendan que las personas sin hogar son hermanos y hermanas; que esto nos podría pasar a nosotros o a nuestros hijos, y que corresponde dar una respuesta humana a este drama. Nuestra tarea no es suplir las respuestas sociales del Estado, sino tender puentes».

El padre Felipe añade: «La esperanza cristiana, según enseña la tradición bíblica, no es una huida del presente, sino una fuerza transformadora. Vivimos con la certeza de que el amor de Dios nos sostiene incluso en medio de la oscuridad. La esperanza cristiana es esencialmente comunitaria, no individualista ni aislada. Uno de los retos de nuestro tiempo es la reducción de la esperanza a una salvación privada, desconectada del sufrimiento de la gente. Pero es el rostro sufriente de Cristo el que encontramos entre los descartados de nuestro barrio. Él no espera a que se curen para acercarse, y no se avergüenza de acercarse a ellos».

"La esperanza no consiste en negar el drama de las adicciones, sino en afirmar que ningún abismo es más profundo que la misericordia"

Por eso, añade el padre Charly, «nuestra comunidad quiere ser cada vez más un espacio de acogida radical, donde la ternura y la paciencia acompañan a las personas en sus procesos. La esperanza no consiste en negar el drama de las adicciones, sino en afirmar que ningún abismo es más profundo que la misericordia».

Ese espacio también quiere ser físico. «No solo un servicio –explica el padre Charly–, sino un lugar de encuentro. Esto es muy importante porque a partir del encuentro la persona se transforma. Nos convertimos cuando empezamos a descubrir cómo ve, cómo siente, qué le pasa, qué está sufriendo la otra persona. Este espacio físico que hemos comenzado a construir nos irá revelando el camino, y es fundamental que sea un lugar al que puedan acudir tanto las personas “más rotas” que pueblan las calles del barrio como los demás miembros de la comunidad, y que se produzca allí un encuentro. Un espacio donde los más rotos puedan lavarse, ser atendidos, comer; donde quien lo desee pueda empezar a plantearse dejar las drogas.

Se pueden ofrecer servicios, sí, pero siempre en el marco de la integración en la comunidad. Estas personas, que son “los otros”, se convierten en parte de nosotros. Porque la comunidad, si se abre, si abraza, si acoge a los que más sufren, crece, se enriquece, descubre a Jesús y se contagia de su bendición».
En el barrio San Bernardo está comenzando algo nuevo.

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