Avellaneda vs. Cervantes

Ilustración por Gustave Doré: Declaración ante escribano de don Alvaro Tarfe sobre la "Segunda parte de Don Quijote de la Mancha" compuesta por un tal Avellaneda (Tema de la autenticidad de El Quijote) ): «Entró acaso el alcalde del pueblo en el mesón, con un escribano, ante el cual alcalde pidió don Quijote, por una petición, de que a su derecho convenía de que don Álvaro Tarfe, aquel caballero que allí estaba presente [como personaje tránsfuga del plagio], declarase ante su merced cómo no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquél que andaba impreso en una historia intitulada: Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas.», II.72.27.
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Si Avellaneda es un seudónimo es muy posible que su autor se inspirara de esta frase del Q.:
«¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno», I.Pról.1.
Aún más: «Aquí pudiera ocurrir que tal vez el encontrarse el apellido Avellaneda en la ascendencia de Cervantes [la bisabuela de éste, doña Juana Avellaneda, conservó este apellido y no el de Arias de Saavedra, que era el de su padre] hubo de influir en la elección del que adoptó el continuador de Tordesillas en la segunda parte del QUIJOTE.», Clemencín, 1923.b.
Ahora bien, de las afirmaciones de Cervantes se deduce efectivamente que Alonso Fernández de Avellaneda es un seudónimo («no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad», II.Pr.3) y que es aragonés («el lenguaje es aragonés», «el aragonés», «un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas», II.72.27). Es nuestra convicción y la de Martín de Riquer, Introd. a DQA, p. XXVIII.
«El Quijote de Avellaneda es una continuación del de Cervantes de 1605, y, por lo tanto, es también una imitación. El continuador trabaja sobre unos personajes principales ya creados (don Quijote y Sancho), sobre un problema ya planteado (la locura caballeresca) y sobre la técnica narrativa de sucesión yuxtapuesta de aventuras que se suceden en España y en tiempos rigurosamente contemporáneos.», ib, p. XXXIV.
Transformador más que plagiario de la obra cervantina, Avellaneda concibió su libro como la participación apasionada en una justa literaria de un autor novel, él mismo, contra un autor consagrado, Cervantes: «por mucho que imite a Cervantes, a Avellaneda jamás lo podremos tildar de plagiario, pues su obligación es seguirlo bien de cerca… Avellaneda confiesa en el prólogo que él también pretende, con el Quijote, «desterrar la perniciosa lición de los vanos libros de cavallerías, tan ordinaria en gente rústica y ociosa» (I, 8, 13).», MdeR.
A nuestro entender Avellaneda creyó poder enmendar la plana a Cervantes concibiendo un don Quijote celestinesco. Nuestra idea es que Avellaneda era un joven universitario con ideas integristas, cuya visión celestinesca del personaje de don Quijote, que veía como un nuevo Calisto, le llevó a querer corregir la plana a Cervantes, pretendiendo transformar la historia verdadera de las aventuras de un hombre libre en la historia de una condenación sin apelación.
Nótese que Fernando de Rojas, el autor de La Celestina, fué un siglo antes un joven universitario Salmanticense —Avellaneda lo fué complutense— cuya intención fué probar que era imposible vivir como un amante cortesano en un mundo realista. Para ello presentó al público un «héroe» que no provoca ni la proyección del lector en su personalidad de mentecato ni la identificación de ambos; «el «héroe» de la obra celestinesca es el blanco de las burlas y, por lo tanto, no es susceptible de provocar esa identificación, o de merecer tan siquiera un gran desarrollo de su carácter más allá de su naturaleza paródica unidimensional. Calisto es un personaje cómico, no un personaje trágico, independientemente de que su muerte arrastre la obra hacia la tragedia más genuina: la muerte de Melibea.». D. S. Severin.
Si Cervantes pretendía comprender a don Quijote, loco atreguado, pero hombre libre, abierto al error, a la duda y a la conversión, Avellaneda deseaba confundirlo, tanto como su fanático don Quijote, loco perenal, deseaba confundir a los infieles:
«—Quítate, Sancho, no hagas paces con gente infiel y pagana, porque los que somos cristianos no podemos hacer con éstos más que treguas, cuando mucho.», DQA, 6.38.
El origen aragonés de Avellaneda, su talante piadoso, su devoción del rosario y su amistad con los dominicos explican muchos aspectos de la novela, pero no el esencial: su condenación sin recurso de don Quijote. Ésta es obra sobre todo del catolicismo severamente integrista del autor, cuyo rigorismo era hipócrita y falso. Más que un autorreformista o un contrarreformista de buena ley, del tipo cisneriano, teresiano, abulense, ignaciano o erasmiano, como lo fueron los muy diversos catolicismos españoles de los ss. XV, XVI y XVII, respectivamente, Avellaneda fue un proto-evangelista del Tartufo, cuyo pseudoevangelio escribiría años más tarde como parodia Molière.
A nuestro entender, la animosidad de Avellaneda hacia Cervantes, una animosidad marcada con los estigmas de la juventud y de la mal disimulada envidia literaria, se debe, tal vez mucho más que a otras razones que se invocan para explicar las que desconocemos, a que Cervantes adoptó en la primera parte del Quijote una ideología totalmente contraria a la suya. Cervantes es hombre de compasión; Avellaneda es hombre de condenación. «Cuanto más se penetra en Avellaneda se advierte que hay en él una actitud mental, literaria y de pensamiento, que le llevó a dar «su» Quijote no tan sólo para continuar el de Cervantes, sino para oponerle otra ideología más afín, no a los tiempos, sino a la especial mentalidad contrarreformista, ortodoxa a macha martillo y tradicionalmente piadosa del autor y de muchos de sus contemporáneos.», MdR, DQA, Introd. XCIII-XCIV.
La acusación de que Cervantes lo ofendiera haciendo figurar «sinónimos de su nombre» tras el nombre de tal o cual personaje puede ser interpretada como un producto de la manía de persecución del propio Avellaneda.
No es nada extraño que Avellaneda fuera para don Quijote y para su autor «un tal de Avellaneda», algo así como un fulano sin honor del que se evita hablar demasiado, para que su nombre y sus hechos no acaparen la memoria del que tiene que evocarlos para condenarlos:
Texto ilustrado por Gustave Doré:
Articulación diegética: Declaración ante escribano de don Alvaro Tarfe sobre la Segunda parte de Don Quijote de la Mancha compuesta por un tal Avellaneda.
"Entró acaso el alcalde del pueblo en el mesón, con un escribano, ante el cual alcalde pidió don Quijote, por una petición, de que a su derecho convenía de que don Alvaro Tarfe, aquel caballero que allí estaba presente, declarase ante su merced cómo no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquél que andaba impreso en una historia intitulada Segunda parte de Don Quijote de la Mancha compuesta por un tal Avellaneda, natural de Tordesillas. "
El Q.II.72.27.
Légende de l'édition francaise :
[Tome II. Seconde partie. Fig. en bandeau du chap. LXXII : Dans une auberge, ayant rencontré don Alvaro Tarfé, Don Quichotte demande devant notaire que confirmation soit faite qu'il n'est pas le Don Quichotte fantastique de l'écrivain Avellanéda de Tordésillas.]
Contexto del texto ilustrado:
Capítulo Setenta y dos. De como don Quijote y Sancho llegaron a su aldea.
27. Llegóse en esto la hora de comer; comieron juntos don Quijote y don Álvaro. Entró acaso el alcalde del pueblo en el mesón, con un escribano, ante el cual alcalde pidió don Quijote, por una petición, de que a su derecho convenía de que don Alvaro Tarfe, aquel caballero que allí estaba presente, declarase ante su merced cómo no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquél que andaba impreso en una historia intitulada Segunda parte de Don Quijote de la Mancha compuesta por un tal Avellaneda, natural de Tordesillas. Finalmente, el alcalde proveyó jurídicamente; la declaración se hizo con todas las fuerzas que en tales casos debían hacerse; con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy alegres, como si les importara mucho semejante declaración y no mostrara claro la diferencia de los dos don Quijotes y la de los dos Sanchos sus obras y sus palabras. . Muchas de cortesías y ofrecimientos pasaron entre don Álvaro y don Quijote, en las cuales mostró el gran manchego su discreción, de modo que desengañó a don Álvaro Tarfe del error en que estaba; el cual se dio a entender que debía de estar encantado, pues tocaba con la mano dos tan contrarios don Quijotes.
28. Llegó la tarde, partiéronse de aquel lugar, y a obra de media legua se apartaban dos caminos diferentes, el uno que guiaba a la aldea de don Quijote, y el otro el que había de llevar don Álvaro. En este poco espacio le contó don Quijote la desgracia de su vencimiento y el encanto y el remedio de Dulcinea, que todo puso en nueva admiración a don Álvaro, el cual, abrazando a don Quijote y a Sancho, siguió su camino, y don Quijote el suyo, que aquella noche la pasó entre otros árboles, por dar lugar a Sancho de cumplir su penitencia, que la cumplió del mismo modo que la pasada noche, a costa de las cortezas de las hayas, harto más que de sus espaldas, que las guardó tanto, que no pudieran quitar los azotes una mosca, aunque la tuviera encima.
29. No perdió el engañado don Quijote un solo golpe de la cuenta, y halló que con los de la noche pasada eran tres mil y veinte y nueve. Parece que había madrugado el sol a ver el sacrificio, con cuya luz volvieron a proseguir su camino, tratando entre los dos del engaño de don Álvaro y de cuán bien acordado había sido tomar su declaración ante la justicia, y tan auténticamente.
El Q.II.72.27-28.
Avellaneda acusa en su prólogo de haber sido ofendido por Cervantes en su Quijote mediante el empleo de sinónimos voluntarios: «huyendo de ofender a nadie ni de hacer ostentación de sinónimos voluntarios», DQA, Pról. § 2.
¿Reacciona Cervantes en su segunda parte cargando tintas, al llamar Alonso Quijano al don Quijote auténtico convertido? Si así lo hizo tuvo una reacción típica de justa literaria (® Alonso Quijano).
¿Era Avellaneda un dominico? Contra siete alusiones al rosario en el Quijote cervantino, en la imitación de Avellaneda hay un total de veintinueve alusiones en singular y una en plural (al mismo rosario, a la Virgen del Rosario o a la cofradía del Rosario), veintidós de las cuales se encuentran en las dos novelas intercaladas o en sus comentarios.
Más de un crítico ha visto en estas alusiones repetidas al rosario, así como en la devoción de Avellaneda por la orden de los dominicos, que eran sus propagadores, una confesión indirecta de su condición de religioso dominico. Sin embargo, nosotros creemos con Martín de Riquer que «Todos estos datos convencen de que Avellaneda era hombre de gran religiosidad y devoto del rosario. Pero deducir de ello que pertenecía al estamento religioso y, concretamente, que era dominico, me parece aventurado. Su religiosidad, sus devociones, su odio a los herejes e incluso sus citas bíblicas, aun en latín, pueden darse perfectamente en un seglar.», MdR, DQA, p. XLIII.
Se impone una última reflexión y la inevitable pregunta insoluble, que compartimos con Riquer: sin la continuación de Avellaneda y la subsiguiente reacción de Cervantes, ¿hubiéramos podido gozar de una Segunda parte, cuya genialidad se alimenta omnívoramente incluso de sus lectores y del apócrifo, y cuya impresión se aprobó un año y un mes antes de la muerte del gran escritor?
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Fuente: Salvador García Bardón, Taller cervantino del “Quijote”, Textos originales de 1605 y 1615 con Diccionario enciclopédico, Academia de lexicología española, Trabajos de ingeniería lingüística, Bruselas, Lovaina la Nueva y Madrid, 2005. Este artículo apareció aquí y en otros soportes virtuales el 28.02.05 | 15:10. Archivado en El Quijote, Poética.