Aventura de los toros en El Quijote



La vergüenza de don Quijote por el incidente de los toros se prolonga y amplifica, hasta el punto que no sólo no come, sino que dice querer dejarse morir de hambre, muerte la más cruel de las muertes.

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toro (doc. 1102, del lat. taurus) m. «Animal conocido, y feroz siendo irritado; en algunas partes donde son menos bravos que en Castilla, aran con ellos… Los españoles son apasionados por el correr de los toros, y frisa mucho con los juegos teatrales de los romanos, en los cuales lidiaban diversas fieras en sus anfiteatros, y entre las demás los toros, como consta de Marcial en algunos lugares suyos… sospecho que los romanos introdujeron el correr los toros en España.», Cov. 968.b.37.

|| ciertos son los toros: loc.exclam. «Encerrar los toros, traerlos al corral en la plaza, y entonces dicen los incrédulos, Ciertos son los toros», Cov. 513.b.54. ^ 'no cabe duda que tendrá lugar lo anunciado'

En boca de Sancho, al final de la "Aventura de los cueros de vino":

10. Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo, y como no la hallaba, dijo:
11. —Ya yo sé que todo lo desta casa es encantamento; que la otra vez, en este mesmo lugar donde ahora me hallo, me dieron muchos mojicones y porrazos, sin saber quién me los daba, y nunca pude ver a nadie; y ahora no parece por aquí esta cabeza que vi cortar por mis mismísimos ojos, y la sangre corría del cuerpo como de una fuente.
12. —¿Qué sangre ni qué fuente dices, enemigo de Dios y de sus santos?—dijo el ventero—. ¿No vees, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos cueros que aquí están horadados y el vino tinto que nada en este aposento, que nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadó?
13. —No sé nada—respondió Sancho—: sólo sé que vendré a ser tan desdichado, que, por no hallar esta cabeza, se me ha de deshacer mi condado como la sal en el agua.
14. Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo: tal le tenían las promesas que su amo le había hecho. El ventero se desesperaba de ver la flema del escudero y el maleficio del señor, y juraba que no había de ser como la vez pasada, que se le fueron sin pagar, y que ahora no le habían de valer los previlegios de su caballería para dejar de pagar lo uno y lo otro, aun hasta lo que pudiesen costar las botanas que se habían de echar a los rotos cueros.
15. Tenía el cura de las manos a don Quijote, el cual, creyendo que ya había acabado la aventura, y que se hallaba delante de la princesa Micomicona, se hincó de rodillas delante del cura, diciendo:
16. —Bien puede la vuestra grandeza, alta y famosa señora, vivir, de hoy más, segura que le pueda hacer mal esta mal nacida criatura; y yo también, de hoy más, soy quito de la palabra que os di, pues, con el ayuda del alto Dios y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro, tan bien la he cumplido.
17. —¿No lo dije yo?—dijo oyendo esto Sancho—. Sí que no estaba yo borracho: ¡mirad si tiene puesto ya en sal mi amo al gigante! ¡Ciertos son los toros: mi condado está de molde!
18. ¿Quién no había de reír con los disparates de los dos amo y mozo? Todos reían sino el ventero, que se daba a Satanás; pero, en fin, tanto hicieron el barbero, Cardenio y el cura, que, con no poco trabajo, dieron con don Quijote en la cama, el cual se quedó dormido, con muestras de grandísimo cansancio. Dejáronle dormir, y saliéronse al portal de la venta a consolar a Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante; aunque más tuvieron que hacer en aplacar al ventero, que estaba desesperado por la repentina muerte de sus cueros. Y la ventera decía en voz y en grito:
19. —En mal punto y en hora menguada entró en mi casa este caballero andante, que nunca mis ojos le hubieran visto, que tan caro me cuesta.

El Q.I.35.10-19.

|| corrían toros: «Las fiestas de toros se mencionan ya en la crónica latina del Emperador don Alonso VII, publicada en el tomo XXI de la España sagrada (lib. I, núm. 37), al describir los regocijos de las bodas que se celebraron en León el año 1144, entre la Infanta doña Urraca, hija del Emperador, y don García, Rey de Navarra. La manera de lidiar los toros era diferente. "Alii latratu canum ad iram pravocatis tauris, protento venabulo occidebant". Otra función hubo que indica la rusticidad y grosería de aquellos tiempos: "Ad ultimum caecis porcum, quem occidendo suum facerent, campi medio constituerent; et volentes porcum occidere, sese ad invicem saepius laeserunt, et in risum omnes circunstantes ire coegerunt".

Nombráronse después las corridas de toros en las Partidas del Rey don Alonso (partida I, tit. V, ley LVII), y desde entonces comúnmente en nuestras crónicas, como se ve por las de don Pero Niño, Conde de Buelna, y del Rey don Juan el II, continuando la costumbre de celebrarlas hasta nuestros tiempos. Muchos de los antiguos caballeros adquirieron fama y reputación por su destreza en estos peligrosos ejercicios.», Clem. 1606.b.

• Las corridas de toros del tiempo del Quijote eran a caballo, y los caballeros corrían con rejones. • Relato de la doncella de la ínsula Barataria encerrada por su padre:

«Cuando oía decir que corrían toros y jugaban cañas, y se representaban comedias, preguntaba a mi hermano, que es un año menor que yo, que me dijese qué cosas eran aquéllas y otras muchas que yo no he visto» , II.49.62.

|| los {toros} más bravos que cría Jarama en sus riberas: En los siglos en que el toreo caballeresco predominaba, solíase mencionar la procedencia del ganado bravo adscribiéndolo a un lugar geográfico, hidrográfico más bien, toda vez que a los nombres de ciertos ríos se asociaba la bravura y la acometividad de los ejemplares que en sus riberas se criaban.

Para la entrada en Madrid de la Reina Margarita, esposa de Felipe III, en el mes de octubre de 1599, mandó el concejo de la Villa se compraran cuarenta toros "procurando sean muy buenos, así de los que suelen traer otras veces de Zamora como los de la ribera del Jarama".

El Jarama tuvo, en efecto, gran predicamento entre los buenos aficionados. Y los caballeros alanceadores y rejoneadores los preferían. En Madrid, por su cercanía se lidiaban muchos jarameños.

Nuestros literatos citan con frecuencia esos lugares geográficos e hidrográficos en sus escritos.

Fuente: Francisco López Izquierdo: Historia del toro de lidia, De la Prehistoria a nuestros días, edición Agualarga, p. 91.

"54. —¡Apártate, hombre del diablo, del camino, que te harán pedazos estos toros!
55. —¡Ea, canalla—respondió don Quijote—, para mí no hay toros que valgan, aunque sean de los más bravos que cría Jarama en sus riberas! Confesad, malandrines, así, a carga cerrada, que es verdad lo que yo aquí he publicado; si no, conmigo sois en batalla." El Q.II.58.54-55.

|| toros… animales inmundos y soeces: Algunos críticos creen ver en estos calificativos, más apropiados para cerdos que para toros, la huella de una primera redacción de la Cerdosa aventura, II.68.Epígr., desplazada por Cervantes tras leer el apócrifo de Avellaneda.

Capítulo Cincuenta y ocho. Que trata de cómo menudearon sobre don Quijote aventuras tantas, que no se daban vagar unas a otras.

Aventura de los toros o de los lanceros vaqueros.

49. Puesto, pues, don Quijote en mitad del camino—como os he dicho—, hirió el aire con semejantes palabras:

50. —¡Oh vosotros, pasajeros y viandantes, caballeros, escuderos, gente de a pie y de a caballo que por este camino pasáis, o habéis de pasar en estos dos días siguientes! Sabed que don Quijote de la Mancha, caballero andante, está aquí puesto para defender que a todas las hermosuras y cortesías del mundo exceden las que se encierran en las ninfas habitadoras destos prados y bosques, dejando a un lado a la señora de mi alma Dulcinea del Toboso. Por eso, el que fuere de parecer contrario, acuda; que aquí le espero.

51. Dos veces repitió estas mismas razones, y dos veces no fueron oídas de ningún aventurero; pero la suerte, que sus cosas iba encaminando de mejor en mejor, ordenó que de allí a poco se descubriese por el camino muchedumbre de hombres de a caballo, y muchos dellos con lanzas en las manos, caminando todos apiñados, de tropel y a gran priesa.

52. No los hubieron bien visto los que con don Quijote estaban, cuando, volviendo las espaldas, se apartaron bien lejos del camino, porque conocieron que si esperaban les podía suceder algún peligro; sólo don Quijote, con intrépido corazón, se estuvo quedo, y Sancho Panza se escudó con las ancas de Rocinante.

53. Llegó el tropel de los lanceros, y uno dellos, que venía más delante, a grandes voces comenzó a decir a don Quijote:

54. —¡Apártate, hombre del diablo, del camino, que te harán pedazos estos toros!

55. —¡Ea, canalla—respondió don Quijote—, para mí no hay toros que valgan, aunque sean de los más bravos que cría Jarama en sus riberas! Confesad, malandrines, así, a carga cerrada, que es verdad lo que yo aquí he publicado; si no, conmigo sois en batalla.

56. No tuvo lugar de responder el vaquero, ni don Quijote le tuvo de desviarse, aunque quisiera; y así, el tropel de los toros bravos y el de los mansos cabestros, con la multitud de los vaqueros y otras gentes que a encerrar los llevaban a un lugar donde otro día habían de correrse, pasaron sobre don Quijote, y sobre Sancho, Rocinante y el rucio, dando con todos ellos en tierra, echándole a rodar por el suelo. Quedó molido Sancho, espantado don Quijote, aporreado el rucio y no muy católico Rocinante; pero, en fin, se levantaron todos, y don Quijote, a gran priesa, tropezando aquí y cayendo allí, comenzó a correr tras la vacada, diciendo a voces:

57. —¡Deteneos y esperad, canalla malandrina; que un solo caballero os espera, el cual no tiene condición ni es de parecer de los que dicen que al enemigo que huye, hacerle la puente de plata!

58. Pero no por eso se detuvieron los apresurados corredores, ni hicieron más caso de sus amenazas que de las nubes de antaño. Detúvole el cansancio a don Quijote, y, más enojado que vengado, se sentó en el camino, esperando a que Sancho, Rocinante y el rucio llegasen. Llegaron, volvieron a subir amo y mozo, y sin volver a despedirse de la Arcadia fingida o contrahecha, y con más vergüenza que gusto, siguieron su camino.

El Q.II.58.49-58.

Texto de la "Aventura de los toros o de los lanceros vaqueros" ilustrado por Gustave Doré.

"53. Llegó el tropel de los lanceros, y uno dellos, que venía más delante, a grandes voces comenzó a decir a don Quijote:

54. —¡Apártate, hombre del diablo, del camino, que te harán pedazos estos toros!
...
56. No tuvo lugar de responder el vaquero, ni don Quijote le tuvo de desviarse, aunque quisiera; y así, el tropel de los toros bravos y el de los mansos cabestros, con la multitud de los vaqueros y otras gentes que a encerrar los llevaban a un lugar donde otro día habían de correrse, pasaron sobre don Quijote, y sobre Sancho, Rocinante y el rucio, dando con todos ellos en tierra, echándole a rodar por el suelo."

El Q. II.58.53-54.

[Tome II. Seconde partie. Pl. en reg. p. 466 : Don Quichotte et Sancho Panza renversés par un troupeau de taureaux auxquels les deux aventuriers tentaient de barrer la route.] De l'aventure, Sancho resta moulu, Don Quichotte épouvanté.


La humillación por el incidente de los toros (Aventura de los toros, II.58.51), animales normalmente no considerados como inmundos, prefigura la de los cerdos (II.68.), animales considerados como los más inmundos entre todos los animales, por razones religiosas. La aventura de los cerdos llegará después de que Don Quijote haya sido vencido por el Caballero de la Blanca Luna. La vergüenza de DQ por el incidente de los toros se prolonga y amplifica, hasta el punto que no sólo no come, sino que dice querer dejarse morir de hambre, muerte la más cruel de las muertes:

«No comía Don Quijote, de puro pesaroso, ni Sancho no osaba tocar a los manjares que delante tenía, de puro comedido…

—Come, Sancho amigo -dijo Don Quijote-; sustenta la vida, y déjame morir a mí a manos de mis pensamientos y a fuerzas de mis desgracias. Yo, Sancho, nací para vivir muriendo, y tú para morir comiendo… cuando esperaba palmas… por mis valerosas hazañas, me he visto esta mañana pisado y acoceado, y molido, de los pies de animales inmundos y soeces. Esta consideración me embota los dientes, entorpece las muelas y entomece las manos, y quita del todo la gana de comer, de manera que pienso dejarme morir de hambre, muerte la más cruel de las muertes.», II.59 § 1-2

• ¿A quien se lo dice Don Quijote, si Sancho ha tenido en menos el gobierno de una ínsula por haber padecido hambre en él?. SP replica a la actitud pesarosa de DQ, que se traduce en el no querer comer hasta la muerte:

«Yo, a lo menos, no pienso matarme a mí mismo (de hambre)… yo tiraré de mi vida comiendo hasta que llegue al fin que tiene determinado el cielo», II.59 § 3.

|| Toros de Guisando: Grandes figuras de jabalí, de verraco (cerdo semental) o de toro, presuntamente ibérico, en piedra berroqueña que hay en una viña del cerro del monasterio de jerónimos cerca de Guisando, en los confines de la actual provincia de Ávila con la de Madrid. Aunque su datación es más que dudosa, ciertos arqueólogos piensan que estas figuras corresponden a la cultura celta de los verracos del siglo III a. C. Sin embargo algunos historiadores, al igual que Covarrubias, las consideran de época romana (Clemencín, Cortejón, Schevill-Bonilla, Rgz Marín): «se presume que en este campo de Guisando devió de aver alguna gran rota, y por esso [los romanos] pusieron en él dos toros de piedra», Cov. 969.a.50.

• El Caballero del Bosque enumera los trabajos que le ha impuesto su señora:

«Vez también hubo que me mandó fuese a tomar en peso las antiguas piedras de los valientes Toros de Guisando, empresa más para encomendarse a ganapanes que a caballeros.», II.14.2.

Como antes con la Giralda, estatua y mujer a la vez, el Caballero del Bosque califica de valientes los Toros de Guisando en el doble sentido de 'enormes' piedras y de toros 'bravos'.

• El humanista tiene un libro, a quien ha de llamar Metamorfoseos, o Ovidio español, donde pinta a lo burlesco entre otras curiosidades «quiénes [fueron] los Toros de Guisando», II.22.16. ® Guisando

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Fuente de los textos:

1) Salvador García Bardón, "Diccionario enciclopédico de El Quijote", 2005.

2) Salvador García Bardón, "El Quijote para citarlo", Skynet, Bruxelles, 2005.

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