Cerebros políglotas
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Hoy podemos decir sin exceso de optimismo que el poliglotismo no solamente contribuye a la salud cerebral de la persona políglota, sino que libera energías para otras actividades cognitivas como, por ejemplo, para la música, para el deporte o para el cálculo mental.
Si se compara la actividad cerebral de niños unilingües y bilingües aparecen diferencias sumamente elocuentes. Hoy sabemos empíricamente que la competencia lingüística del niño bilingüe, y a fortiori del políglota, se acompaña de una mayor competencia general que la del monolingüe para efectuar otras tareas cognitivas.
La prueba la ha aportado recientemente la resonancia magnética nuclear, puesta al servicio de la imaginería neurolingüística. Mediante esta técnica se visualiza de forma continua la actividad cerebral. Esta visualización permite ver la incidencia en diferentes partes del cerebro de la elocución, de la lectura, de la audición, de la música, del cálculo, etc.
Ahora bien si se somete a niños monolingües y bilingües a la tarea de resolver los mismos problemas lingüísticos, se observa que los cerebros de los niños monolingües deben realizar mayores esfuerzos, ocupando más área cerebral, que los cerebros de los niños bilingües. El experimentador neuro-lingüista constata que si a la tarea lingüística se añade otra tarea cognitiva, los niños bilingües disponen de mayor energía, pericia y tiempo para resolverlos que los monolingües.
Consecuencia pedagógica: si los padres desean que sus hijos sean personas bilingües o políglotas, mientras antes comiencen la enseñanza paralela de dos o más lenguas mejor, por la simple razón que tanto la capacidad auditiva como la riqueza neuronal de los bebés y de los niños son superiores a las de los adolescentes y a las de los adultos. Nos referimos evidentemente a personas que no sufren ni de insuficiencias congénitas ni de enfermedades degenerativas.
Hasta hace poco se pensaba que en las familias bilingües era preferible favorecer una lengua, fatalmente en detrimento de la otra, para evitar que los niños fueran víctimas de retraso verbal en la lengua principal del país donde la familia habita. Hoy se piensa que esta política ha tenido como efecto el que los niños educados en este sistema son peores bilingües que los que beneficiaron del paralelismo de las dos lenguas.
No olvidemos, para no caer de nuevo en este error, cuyo clasismo lingüístico es innegable, que el grado extremo del unilingüismo es lo que ya lo griegos llamaban la idiotez, cuyo síntoma más grave es que la persona no logra comunicar con nadie.