III MARTES DE ADVIENTO
(Sof 3, 1-2. 9-13; Sal 33; Mt 21, 28-32)
EL RESTO DE ISRAEL
A menudo las noticias de cada día nos producen impactos violentos y llegan a transmitirnos pesimismo y desesperanza, pues contagian el ambiente de violencia, corrupción y radicalismos ideológicos.
Puede parecer que no hay remedio y que estamos destinados a ser víctimas o espectadores de una sociedad que se destruye y se desangra, sin líderes honestos ni pensamiento positivo.
La Biblia narra situaciones semejantes, por ejemplo, cuando Israel sufrió el exilio, la deportación, y todo indicaba que el pueblo de Dios quedaría aniquilado. En esas circunstancias, se levanta la voz del profeta: “Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera” (Sof 3, 13).
Hace falta tener el corazón rendido, libre de toda especulación pretenciosa y afán de poder, abierto a los valores trascendentes, para gustar la brisa esperanzadora. “Mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren” (Sal 33).
Puede parecer contrario a lo que se suele llamar políticamente correcto, pero Jesús llega a afirmar: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera. en el camino del reino de Dios” (Mt 21, 31).
El creyente no se arredra, ni se echa atrás, y en los momentos recios se convierte en testigo de la fuerza que recibe del Espíritu. Al acercarnos al octavario que precede a la Navidad, es momento propicio para no perecer en desesperanza, porque sabemos que un Niño nos trae la salvación y la posibilidad renovadora, si lo acogemos.
FORTALEZA
Santa Teresa, en su itinerario espiritual, enseña: “Llegada aquí el alma, no tiene qué temer si no es si no ha de merecer que Dios se quiera servir de ella en darla trabajos y ocasión para que pueda servirle, aunque sea muy a su costa” (Los “Conceptos del Amor de Dios”, 3, 3).
Ella fue mujer recia y fuerte en tiempos de intemperie y adversidades. Y quien vive la humildad y el desasimiento no tiene que temer. “No haya miedo de nadie, que suyo es el reino de los cielos. No tiene a quién temer, porque nada no se le da de perderlo todo ni lo tiene por pérdida; sólo teme descontentar a su Dios; y suplicarle las sustente en ellas porque no las pierda por su culpa” (Camino de Perfección 10, 3).
Como antídoto ante la adversidad, bien podríamos cantar el poema teresiano: “Sigamos estas banderas: pues Cristo va en delantera, no hay que temer, no durmáis, pues que no hay paz en la tierra” (Poesías 29).