El encuentro entre Francisco de Asís y el Sultán Melek-el-Kamel, una referencia del diálogo interreligioso

Este año de 2019 hace los ochocientos de un evento contado en numerosas fuentes cristianas como una de las magníficas expresiones del espíritu franciscano marcado por el diálogo y la paz, aunque bastante ignorado en el mundo islámico: el encuentro entre Francisco de Asís y el Sultán en plena Quinta Cruzada. En este blog, que busca la armonía en la diversidad, no podemos olvidarlo.

Francisco de Asís es “mi santo” desde hace muchos años, con gran diferencia a cualquier otro. Como para muchos, San Francisco es el santo que uno desearía ser: un hombre libre frente a todos y frente a todo, en perfecta armonía consigo mismo, con la gente y con la naturaleza; que ayuda a liberarse a los que le rodean –si quieren- con su bondad y seguridad, asentada en la sencillez del Evangelio, seguidor incondicional de Jesús. Pienso que somos legión en esta preferencia, no solo la amplísima familia franciscana, sino muchos otros cristianos que vieron en él la más perfecta imagen del seguimiento radical, sin glosa, de Jesucristo en su Evangelio. El mismo Pablo VI, ya hacia el final de su papado, llegó a decir: “Parece que nunca jamás hubo ninguna otra persona que, como Francisco, reflejase de manera más semejante y expresivo la imagen de Jesús y la forma de vida evangélica” (24 de junio de 1978).

Hay tres aspectos en los que destaca hoy la figura de Francisco de Asís:
. El primero como santo patrono de los ecologistas. Desde que Lynn White -el primero en echarle en cara al cristianismo estar en la raíz de los males que denuncia la ecología- lo sugirió en 1967 en un conocido artículo (“The Historical Roots of our Ecological Crises”, Science 155), porque “quiso derrocar la monarquía absolutista del hombre sobre la naturaleza para implantar una democracia de todas las criaturas de Dios”.
. El segundo, lo hizo popular el actual papa, Francisco, cuando quiso hacer suyas las palabras del santo de Asís, al comienzo de su pontificado: “Francisco restaura mi Iglesia”.
. Pero hay un tercer aspecto, quizás menos conocido para algunos lectores, que es el que me interesa destacar ahora: su compromiso en un diálogo interreligioso y pacífico. Esto quedó de manifiesto en el encuentro entre Francisco de Asís y el Sultán en plena Quinta Cruzada, uno de los momentos más tristes de la historia cristiana. Este evento fue acertadamente definido como uno de los más extraordinarios gestos de paz en la historia del diálogo entre cristianismo e islam.

El encuentro entre el poverello de Asís y el Sultán de Egipto Melek-el-Kamel, nieto del famoso Saladino, fue en junio del 1219 (en la imagen de al lado según Giotto). Era el pontificado de Honorio III, que promovió la Quinta Cruzada, ya decretada en el Cuarto Concilio de Letrán. Honorio habia sucedido a Inocencio III, defensor de la plena potestad de la Iglesia Católica (plenitudo potestatis), y cuyo pontificado es considerado por los historiadores como el “apogeo del Papado”. Inocencio fue el papa que aprobó la orden franciscana; pero también el que impulsó cuatro Cruzadas (¡!): la Cruzada albigense en Francia (1209) contra los cátaros, la Cuarta Cruzada en Tierra Santa (que, de paso, saqueó Constantinopla en 1204, a pesar de ser ciudad cristiana...), la Cruzada contra los almohades en España (1212) e incluso la Cruzada de los niños (entre la realidad y la ficción, tras la Cuarta Cruzada). La Iglesia aparecía en la cumbre de su poder y autoridad: dominio sobre el Imperio, sobre los reyes cristianos y el emperador, riqueza y boato. Puro triunfalismo de la Iglesia, que ocultaba la pobreza y la violencia en la sociedad y que no representaba precisamente vitalidad evangélica.
Con una perspectiva completamente distinta, Francisco dejó su ciudad de Asís para ir al encuentro pacífico de los musulmanes, después de tentativas frustradas en la búsqueda de un acuerdo de paz (los cruzados habían rechazado un acuerdo por el que el sultán el-Kamel ofrecía todas las posesiones musulmanas en Tierra Santa a cambio de que las tropas cristianas abandonaran Egipto). Junto con algunos frailes de su congregación, y haciendo caso omiso de la postura oficial (el cardenal Pelagio Galván, delegado papal, se opuso a su ofrecimiento diciendo: “El Concilio ha querido la cruzada, es una clara expresión de la voluntad de Dios; hay que llevarla, por tanto, hasta la victoria total”) y de los que le avisaban de los graves peligros que suponía, parte en barco de Italia y llega al puerto de Damietta, sobre el delta del Nilo, 200 km al Norte de El Cairo, dónde el sultán acogió a los frailes con gran cortesía, a pesar de la adversidad del resto de la corte.

Diversas fuentes cristianas cuentan este episodio: Las Florecillas (cap. 24), la Vida Primera de Tomás de Celano (cap. 20), la Leyenda mayor de san Buenaventura (cap. 9), y otras fuentes posteriores más “históricas”, menos claramente hagiográficas que las anteriores: “No tuvo miedo de ir en medio del ejército de nuestros enemigos y por durante unos días les predicó a los sarracenos la palabra de Dios, aunque con poco provecho”, escribe Jacques de Vitry (Cartas de Jacques de Vitry). En cambio, en el campo islámico parece que ningún historiador contemporáneo o posterior a Francisco de Asís ha dejado descripción alguna (cf. Bartolomeo Pirone, estudioso de historiografía islámica y miembro del Centro Franciscano de Estudios Orientales de El Cairo, según la de información de Maria Teresa Pontara Pederiva, “Ottocento anni fa l’incontro di Francesco col Sultano, Patton: un invito a coltivare il dialogo”, publicado en La Stampa); aunque puede verse un texto en Web-Islam el_pobre_de_asis_y_el_sultan.html" target="_blank">https://www.webislam.com/articulos/62058-el_pobre_de_asis_y_el_sultan.html.

A lo largo de los siglos este encuentro ha suscitado también, en el mundo occidental, la fantasía de muchos creadores en el campo de la literatura y de la pintura, y luego del cine. Destacan al respecto los versos de Dante en la divinas comedia (XI Canto del Paraíso), un fresco de la Escuela de Giotto en la basílica Superior Asís (donde se representa la ordalía o prueba de fuego contada por san a Buenaventura, según la cual Francisco habría propuesto al sultán la prueba para establecer cuál es la verdadera fe; un detalle claramente hagiográfico e inverosímil, como otros contados por ingenuas historias franciscanas), o de Fra Angelico (imagen al lado).

Por las mismas palabras de Francisco podemos conocer sus intenciones, al leer lo que escribe en la Primera Regla (cap. XVI, “De los que fueren entre los sarracenos y otros infieles”):
“Dice el Señor: He aquí que yo os envío como ovejas entre lobos; sed, pues, prudentes como serpiente y sencillos como palomas. Por tanto, cualesquiera de los frailes que por divina inspiración quisieran ir entre los sarracenos y otros infieles, vayan con licencia de su Ministro y sirvo. Y el Ministro les dé licencia y no se la niegue si viera que son idóneos para enviar... Y los frailes que van entre los infieles, puedan tratar con ellos espiritualmente de dos modos. La primera que no muevan pleitos ni contiendas, más sean sujetos a toda humana criatura por Dios y confiesen sie,pre que son cristianos. La segunda, que cuando vieren ser voluntad de Dios, anuncien su palabra,para que creen en Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Criador de todas las cosas, y en el Redentor y salvador del mundo, y para que se bauticen y se hagan cristianos, porque el que no renaciere por el agua y el Espíritu Santo no puede entrar en el reino de Dios”.
Como manifestaba el franciscano Gwénolé Jeusset -de la Hermandad Internacional de Estambul para el Diálogo Interreligioso y autor del libro Francesco e il sultano, Milán 2008-, este gesto de Francisco -siete siglos antes que Charles de Foucauld manifestara el método de la presencia y el compartir fraterno sembrando paz y justicia con los hermanos no cristianos, dando testimonio hasta entregar la propia vida- es profundamente profético y adelantado a su tiempo.

En fin, como reconocía en una entrevista el franciscano Francesco Patton, custodio de Tierra Santa (en el artículo citado más arriba): “El modo más significativo de celebrar este acontecimiento histórico será seguir cultivando todas aquellos iniciativas de diálogo, de encuentro y de amistad que ya estamos cultivando y que van en la dirección opuesta de la cultura del choque de civilizaciones. Aquí tenemos la posibilidad hacer esto en la vida de cada día, por los encuentros de conocimiento recíproco y el compartir que ya están haciéndose regularmente con los musulmanas y con los judíos”. Esos hermanos cultivan lo que llaman el “espíritu de Damietta” o del encuentro profundo y recíproco del “soñador Francisco” y el Sultán Malek-El-Kamel, en medio de la Quinta Cruzada. “Nosotros no encontramos a ‘musulmanes’ o ‘judíos’ –añade-, nosotros encontramos personas que viven su fe musulmana o judía, y también personas que no viven dentro del horizonte de la fe, pero que son personas con las que es posible entrar en relación, hacer juntos un camino y hasta cooperar”.

Ojalá este espíritu de Francisco y las apuestas de diálogo, acogida, aprender del otro, trabajo en común y oración, que se llevan haciendo desde hace décadas por parte de cristianos y no cristianos, ayuden a ir construyendo la armonía en la diversidad a la que estamos llamados; frente a las voces intolerantes que quieren imponerse en este mundo en el que va creciendo la xenofobia contra los inmigrantes y los diferentes y la aporofobia contra los más pobres.

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