"Este mazazo brutal en la conciencia pública es un aviso que seguramente tendrá sus efectos" Torres Queiruga sobre el robo del Códice: "Ha sido un golpe muy rudo para nuestra cultura y para la tradición jacobea"
Le duele el robo del Códice Calixtino por gallego y por teólogo y hombre de la cultura. Andrés Torres Quieruga, uno de los referentes intelectuales de Galicia, asegura que "el golpe ha sido muy rudo", pero puede covertirse en "un aviso que seguramente tendrá sus efectos positivos". Pero no sólo le duele el robo del Códice, sino también el abandono del patrimonio religioso, que la Iglesia cuida, pero con métodos y medios de antaño. Y pone el ejemplo del monasterio de Sobrado dos Monxes que, por no limpiar la vegetación, "está sufriendo daños gravísimos, tal vez irreparables".
¿Qué sintió al enterarse de la noticia del robo del Códice Calixtino?
Puede imaginarse. Recoger el periódico y ver la noticia en primera página, fue un sobresalto. No me gustan los tacos; pero, como decía un famoso vecino mío, ¡"merecer merecíao"! En serio: ha sido un golpe muy rudo para nuestra cultura y para la tradición jacobea. Esperemos que de algún modo acabe siendo reparado.
¿Qué valor teológico tiene la obra robada?
Más que teológico, su valor es histórico. Y en este sentido resulta incalculable como hito en la constitución de una conciencia de identidad, no sólo compostelana y gallega, sino europea: recuérdese el auténtico grito de Juan Pablo II desde la Catedral.
¿Son suficientes las medidas de seguridad con las que cuenta la Iglesia para proteger estas y otras muchas obras de su patrimonio?
Este es el problema. Aunque conviene distinguir entre lo que llamaría el aspecto personal y el aspecto técnico. En cuanto al Códice Calixtino, del primer aspecto es de justicia decir que el cuidado ha sido exquisito. Todavía recuerdo el día en que tuve la suerte de verlo y tocarlo: el archivero José María Díaz, abriendo personalmente el recinto y en él la caja fuerte, me lo mostró en su propia mano, con un respeto literalmente religioso. Distinto es el otro aspecto, el técnico. Y aquí salta una llamada urgente. La iglesia cuida el patrimonio artístico y cultural que está en sus manos, pero lo hace en general conforme a rutinas y previsiones tradicionales. Como en tantas cosas, internas y externas, se hace sentir su insuficiente sintonía con el mundo moderno, que este caso se concreta en una evidente insuficiencia de los medios técnicos empleados para custodiar un tesoro de tal trascendencia.
El abandono de iglesias, parroquias, ermitas y monasterios clama al cielo, ¿verdad?
No clama al cielo, porque no hay mala voluntad en nadie, pero sí convoca a una nueva responsabilidad: a usar los medios técnicos adecuados, que hoy están a disposición de todos. El coste de una transformación resultará sin duda elevado. Pero en modo alguno, resulta imposible, si nos implicamos todos. La enorme cantidad de obras que el tiempo y el cuidado han ido dejando en manos de la iglesia constituye un legado inapreciable para la cultura común. Modos ajustados y razonables de colaboración con el gobierno político pueden, y deben, ir encontrando el modo y los protocolos para una protección adecuada. Nunca será perfecta, pero tenemos el derecho a que sea razonable. Este mazazo brutal en la conciencia pública es un aviso que seguramente tendrá sus efectos positivos. La experiencia muestra que, de ordinario, las curvas peligrosas solo acaban arreglándose cuando se produce un accidente grave. De hecho, cabe alegrarse de que, por fin, el robo del códice ha hecho que las autoridades civiles y religiosas hayan tomado ya la iniciativa de un estudio concreto en busca de medidas eficaces.
¿Algún caso concreto de abandono que conozca?
Por desgracia, los casos son muchos. Cada día resulta angustioso el temor que, abierto el periódico, te encuentres con un nuevo robo o un grave deterioro en alguna iglesia o en cualquier monumento religioso. Otras veces, es simplemente la incuria o la falta de medios para proteger auténticas joyas arquitectónicas, impidiendo su deterioro y asegurando su conservación. Digo esto impresionado por una experiencia reciente. Durante una convivencia en el Monasterio de Sobrado dos Monxes todos hemos visto con auténtica angustia como la vegetación, que no es de solo hierba sino de auténticos arbustos, está haciendo daños irreparables en la impresionante fachada, sobre todo en las magníficas torres de la iglesia. Mi impresión ante el auténtico desastre fue tal que me atreví a preguntar a los monjes cómo es que no se le ponía remedio. La contestación fue acaso más impresionante: lo hemos intentado con nuestros escasos medios, pero nos lo prohibieron de manera tajante. La prohibición, dado el posible peligro y la indudable delicadeza de la operación, tal vez esté justificada. Lo grave es que todo se ha quedado ahí, y el monumento sigue sufriendo daños gravísimos, tal vez irreparables.
¿Qué se debería hacer para solucionar este problema concreto del monasterio de Sobrado de los Monjes?
No soy técnico. Me limito a decir lo obvio y elemental: que la autoridad ejercida para la prohibición, siga con el complemento obligado: limpiar y reparar.
Y a nivel general, ¿qué medidas habría que adoptar para subsanar estas flagrantes deficiencias en la protección del patrimonio religioso que es de todos?
Mi falta de competencia no me permite señalar normas o procedimientos concretos. Repito lo que seguramente todos pensamos: diálogo y cooperación. Posibilitar el cuidado para preservar el valor cultural, asegurando su apertura y disponibilidad para el goce y cultivo de todas las personas.