Queremos seguir tus huellas: ser señores como tú, vinculados al Amor, fuente de vida Nosotros, la Iglesia, hacemos lo contrario (Exaltación de la Santa Cruz 14 septiembre 2025)
Cristo Jesús, queremos contempla tu existencia
| Rufo González
Comentario: “no retuvo ávidamente el ser igual a Dios” (Flp 2,6-11)
Este himno se cree un cántico litúrgico, anónimo, de la Iglesia primitiva. Pablo lo ha puesto en una exhortación, coherente con su visión cristológica. Hay quien piensa que lo compuso el mismo Pablo, cuyo vigor poético brilla en el himno al Amor (1Co 13,1-13). Conviene leer los primeros versículos del capítulo para entender la exhortación. Sobre todo, el v. 5:“Tened entre vosotros los sentimientos (“froneite”: “sentid, pensad”) propios de Cristo Jesús”.
Similar al prólogo de Juan, se alude a tres etapas o momentos de la vida de Jesús: “existir en forma de Dios” (preexistencia como Verbo de Dios), humanización como “despojarse de sí mismo” (vaciamiento, kénosis) para asumir nuestra naturaleza histórica, y “exaltación sobre todo”. Jesús manifiesta al Dios verdadero y al ser humano auténtico.
El himno se divide en dos partes. El sujeto de sus afirmaciones es distinto: “Cristo Jesús” en la primera (2, 6-8), y “Dios” (2, 9-11), en la segunda:
a) Cristo se abaja: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios”.“Condición” (morfé): forma, naturaleza, condición, ser profundo. Se afirma la divinidad de Jesús. Aunque era igual a Dios, no quiso aferrarse a su estado de gloria divina: no consideró “presa” ser-como-Dios, vivir externamente “como Dios”. Nosotros hacemos lo contrario. Queremos destacar, reconocer rangos, clases, títulos grandiosos, ser “como-Dios” (“beatitud”, “santidad”, “eminencia”, “monseñor” ...). El afán de sobresalir e imponerse es muy fuerte. Origina rivalidad innecesaria. Cristo, “al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (vv. 7-8). La “morfê theoû”, incomprensible para nosotros, “se hizo vacío a sí mismo” (heautón ekénôsen), se anuló. Jesús renunció a la gloria divina, no a la naturaleza divina. Elige libremente (según la expresión “a sí mismo”: heautón) la “condición de esclavo”, puesto más bajo de la sociedad, identificándose con los más desfavorecidos. Es el amor divino que le lleva de un extremo a otro: de la “morfê theoû” (condición de Dios) a la “morfê doúlou” (condición de esclavo). Acepta la historia humana con sus condicionantes frágiles, sujetos al devenir histórico… En Jesús Dios se humaniza de verdad, no de apariencia, como interpreta el docetismo. Verdad humana que llega hasta morir como mueren los humanos. Él, dada su historia concreta, muere asesinado, con una de las ejecuciones más terribles que infligen los poderes mundanos. Es el camino más definitivo para contagiar el Evangelio del amor radical de Dios.
b) Dios responde a la vida de Jesús y a la nuestra: “Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que Cristo es ahora el objeto directo de la acción divina. “Dios lo ha exaltado sobre todo” (hyperypsóo: exaltar hasta lo sumo). Mismo verbo, sin “hyper”, se utiliza en He 2,33: “exaltado (hypsozeís) por la diestra de Dios” y en Heb 1,3 el adjetivo derivado del mismo verbo: “está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas” (en hypseloîs). Verbo aplicado únicamente a Yahvé en el Antiguo Testamento. La exaltación implica “nombre sobre todo nombre”. Es el nombre de “Señor” (Kyrios). Los LXX traducen así el nombre de Yahvé, nombre divino por excelencia. Ante el politeísmo reinante grecorromano (muchos “kyrioi”), los cristianos creen que Cristo es el único verdadero Kyrios. Por eso, “al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (vv. 9-11).
Oración: “Cristo se anonadó, tomando la condición de siervo” (Flp 2, 6-11)
Jesús, siervo de los siervos del Amor:
tú, “señor”; nosotros, “señores”;
la cultura actual reconoce a todo ser humano
“señor”, dueño de sí mismo;
no podemos ser siervos de nadie,
porque el Creador nos ha hecho libres,
capaces de elegir lo que creemos mejor;
la libertad es un derecho humano original, nativo,
dentro del regalo de la vida.
Tu libertad, Jesús, estuvo vinculada al Amor:
lo dicen tus obras y palabras;
tus entrañas de amor quedaron al descubierto
mientras “actuabas” en aquella sociedad
apasionada de dinero, honores y poder;
te vemos acercarte a los que “apenas eran”:
enfermos, leprosos, niños, mujeres, descreídos...;
contemplamos tu rostro “endurecido” ante los injustos:
les llamas “sepulcros blanqueados” por su hipocresía;
criticas su pretensión de poder y de dinero;
desenmascaras su afán de cargar la conciencia ajena;
ridiculizas sus vestimentas ostentosas y sus títulos vacuos.
Tú estás habitado por el Espíritu del Dios:
que “hace salir el sol y bajar la lluvia para justos e injustos” (Mt 5,45);
construyes una familia nueva desde el amor del Padre;
los haces sentirse hijos del mismo Padre y hermanos mutuos;
su riqueza se convierte en “pan nuestro”;
vida entregada a los hermanos es prodigio del cielo;
la autoridad “no domina”, hace crecer en servicio gratuito.
De este amor habla Pablo a los filipenses,
primeros cristianos europeos:
“Si queréis darme el consuelo de Cristo…,
si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas,
dadme esta gran alegría:
manteneos unánimes y concordes
con un mismo amor y un mismo sentir.
No obréis por rivalidad ni por ostentación,
considerando por la humildad a los demás
superiores a vosotros.
No os encerréis en vuestros intereses,
sino buscad todos el interés de los demás.
Tened los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2,1-5).
Cristo Jesús, necesitamos contempla tu existencia:
“siendo tú de condición divina,
no retuviste ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, te despojaste de ti mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los humanos.
Y así, reconocido como hombre por tu presencia,
te humillaste a ti mismo,
hecho obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios te exaltó sobre todo
y te concedió el Nombre-sobre-todo-nombre;
de modo que, a tu nombre, Jesús,
toda rodilla se doble en el cielo,
en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
tú, Jesucristo eres Señor,
para gloria de Dios Padre” (Flp 2,6-11).
Queremos seguir tus huellas hasta el final:
ser señores como tú, vinculados al Amor, fuente de nuestra vida;
compartiendo nuestra vida como “pan nuestro”, de todos;
viviendo el amor que libera y promociona la vida de todos;
no imponiendo nada, sino llamando a la puerta con amor;
“nuestro Dios es uno,
y único también el mediador entre Dios y los hombres:
tú, hombre Cristo Jesús,
que te entregaste en rescate por todos”
(1Tim 2,5-6; Mc 10,45).
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