Juan Pablo II supuso una parálisis para el “aggiornamento” de la Iglesia LA PARROQUIA, ESTACIÓN DE SERVICIO

La Iglesia tiene que reformar el modelo parroquial

Es el papa Francisco quien me proporciona el titular de hoy. Y él mismo justifica su afirmación: “Imparten sacramentos, pero no acompañan.”

¿Representa la Iglesia una mera empresa de “servicios religiosos”? Sabemos, y el Papa lo ha repetido en diversas ocasiones, que el clericalismo constituye uno de los problemas más duramente enquistados en la vida de la Iglesia. Se ha dibujado un tipo de Iglesia asentada férreamente sobre un ente eclesiástico “exclusivamente varón, clérigo y célibe”. Este modelo eclesial, hoy por hoy vigente, lejos de ayudar a la adecuada organización de las comunidades es con frecuencia un obstáculo para la vivencia de los valores evangélicos. Lo más negativo que ha originado este modelo clerical de Iglesia es que la “casta sacerdotal ” que ha detentado desde siempre el "poder sagrado", se ha erigido en la garante interventora de las "comunidades de creyentes" y ha generado "súbditos sumisos". Han domesticado la parroquia; tienen atrapada en sus manos la estructura parroquial con gran detrimento de la convivencia y los derechos de los seglares. Comunidades parroquiales donde el párroco condensa en su persona todo el poder, y acaudilla y gobierna a su talante cualquier actividad pastoral; donde no existe Consejo Parroquial o simplemente resulta meramente consultivo. Lamentablemente, sigue habiendo un divorcio entre los laicos y los diferentes miembros del clero. Lo afirma rotundamente Francisco: "Algunos piensan que en la Iglesia están los patrones (obispos, sacerdotes) y los obreros (todos los demás). Iglesia somos todos.  No enjaular al Espíritu Santo ni oponer resistencia al viento que sopla ni sofocar el fuego ardiente de la caridad.” (Audiencia, miércoles 6-06-2018)

Desgraciadamente este modelo de Iglesia, basado en un funcionariado elitista centrado en el abuso (de poder, de conciencia y sexual), es la plasmación del llamado “modelo polaco”, involutivo y autorreferencial que Juan Pablo II exportó a todo el orbe católico. Un modelo de cristiandad que tuvo miedo a las potencialidades del Concilio Vaticano II y lo congeló durante más de 30 años. Juan Pablo II supuso una parálisis para el “aggiornamento” de la Iglesia. La Iglesia heredada de Woytila es por antonomasia “trentista”, autoritaria, clerical e intolerante. El estricto régimen clerical establecido ha suscitado ministros más dedicados a las tareas cultuales y funcionariales que a la garantía de la evangelización y su presencia en el mundo. La parroquia parece más una oficina de atención al cliente que una comunidad.

Uno de los males que afectan a la Iglesia es que está aprisionada en los ritos, en inexpresivos gestos que el pueblo no entiende o le resultan "familiarmente extraños", aunque ya lo tengan asumido. La vida de la parroquia toda ella gira en torno al cura, no en torno a la comunidad. La imagen del sacerdote ritualista-funcionario continúa profundamente arraigada en la cultura de la Iglesia, en la rutina de los ritos de misas y sacramentos. Se ha caído en el ritualismo o sacramentalismo sociológico, que es el "modelo pastoral" que estamos padeciendo actualmente: celebrar ritos impersonales y masivos. Ritualismo y ceremonias protocolarias. Y este esquema parroquial-ritualista, en el que están obligados a vivir los sacerdotes, tiene una raíz fundamental. Los ministros, de hecho, no son enviados a evangelizar, sino a sostener los muros de la institución. Y es que los sacerdotes, según la orientación del seminario en el conservadurismo teológico y litúrgico, son “consagrados” para sustentar la institución eclesiástica, y no para priorizar (aunque sí de boquilla) la evangelización (proclamación del Evangelio).

Francisco no ha cesado de aclarar cuál es la misión del ministro. Ha clamado frecuentemente contra ese sacerdote "que no sale de sí y que en vez de mediador se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en un gestor (...) que ya tiene su paga, (...) en una especie de coleccionista de antigüedades o bien de novedades". No hace mucho, en un encuentro con el clero, los religiosos y los seminaristas en la catedral de Palermo (Sicilia), sin paños calientes, les invitó a ser "pastores y no funcionarios", a evitar la gran "perversión" del clericalismo: Y dirigiéndose a los seminaristas les avisa: “Queridos seminaristas, ustedes no se están preparando para realizar una profesión, para convertirse en funcionarios de una empresa o de un organismo burocrático. ¡Estén atentos a no caer en eso! Pastores, sí, funcionarios, no.

Hoy en día, la reagrupación de parroquias es un fenómeno común. Nos encontramos, por un lado, con una masa todavía grande de gente fidelizada que acude religiosamente a misa y solicita y recibe los sacramentos, a quienes hay que atender pastoralmente. Por otro, no hay suficientes curas y los pocos que hay tienen que hacerse cargo cada vez más de un número mayor de feligreses. Los sacerdotes que trabajan en el medio rural son quienes más sufren las consecuencias de esta carencia  y han de recorrer largas distancias para atender a unos pocos parroquianos. La parte más visible de su “extensa” labor es, ciertamente, la celebración de la Eucaristía (varias cada domingo y festivos), los sacramentos, entierros, fiestas patronales. Eso explica que "muchas veces se hace todo con prisa, pues no queda más remedio que multiplicarse para llegar a tiempo a todas las parroquias". 

Esta insuficiencia de clero repercute menos en las ciudades. Los párrocos urbanos encuentran mayor colaboración entre los seglares, y como consecuencia se ven más “liberados”. ¿Cómo se desarrolla la monótona jornada de un cura de ciudad? La atención a los despachos se limita a unas horas determinadas de unos días determinados, y normalmente son atendidos por seglares. Las catequesis de infancia son impartidas por voluntarios/as catequistas. Dígase lo mismo de Caritas parroquial y otras actividades más o menos pastorales (jóvenes, cursos prematrimoniales, pastoral de enfermos…) Generalmente los sacerdotes se limitan a las “funciones” cultuales (destaco “funciones” porque, con frecuencia, los ritos se convierten en una “puesta en escena” más que en una celebración comunitaria; se pasa de servicio a ser vicio), o imparten clases en algún colegio o instituto. Muchas veces me he preguntado dónde queda esa “dedicación exclusiva” que da pie a uno de los insistentes argumentos de la defensa a ultranza del celibato. Y presumen de “servidores del pueblo”.

La Iglesia tiene que reformar el modelo parroquial y la estructura centrada solamente en lo litúrgico y sacramental. De lo contrario, el compromiso pastoral quedará reducido a pura labor de funcionario; la liturgia, rebajada a un ritualismo supersticioso y vacío; la acción humanitaria convertida en un servicio de ONG,  y la evangelización, en celoso proselitismo.

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