Jesús de Nazaret vive escuchando la bondad del Espíritu que habita todo corazón Velar contigo, Señor, es atender la vida contigo y como tú (Domingo primero Adviento 30.11.2025)
Despiértanos, Señor, para vivir tu Evangelio
| Rufo González
Comentario:Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor (Mt 24,37-44)
Adviento significa “venida”. Cuatro semanas dedicadas a preparar la celebración de la Navidad. Para los cristianos, la presencia de Jesús en la historia es un hecho decisivo. Es la manifestación principal del misterio fontal de toda realidad. Él lo llamaba “Padre”. Recordar su venida, celebrarla, es tomar conciencia de que sigue con nosotros. Ya es Navidad cada día. Cada día podemos contactar con su Espíritu. Es cierto lo que él decía: “sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20).
Mateo agrupa la enseñanza de Jesús en cinco unidades, llamadas “discursos” (lógoi): “Al terminar Jesús este discurso (lit.: τοὺς λόγους τούτους: los discursos estos), la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como sus escribas” (Mt 7,28). Los capítulos 24-25 son la quinta agrupación de discursos. Discursos ominosos (del latín: “omen”: augurio, presagio, auspicio, vaticinio), en especial de calamidades: destrucción del templo, tribulaciones, parábolas de vigilancia, juicio final.
De estos discursos leemos hoy la llamada a “vigilar” ante el final de los tiempos. La primera generación cristiana creía inminente la vuelta de Jesús. Basta leer este texto de Pablo, escrito unos treinta años después de la muerte de Jesús (año 50 ó 51): “nosotros, los que quedemos hasta la venida del Señor, no precederemos a los que hayan muerto…; los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar; después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos entre nubes al encuentro del Señor, por los aires. Y así estaremos siempre con el Señor…” (1Tes 4,15ss). Los versículos anteriores a los leídos hoy, dicen: “no pasará esta generación sin que todo suceda... En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles de los cielos ni el Hijo, sino solo el Padre” (Mt 24,34-36). Uno de los últimos escritos del NT(sobre los años 20-35 del s. II), tuvo que justificar la tardanza: “para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos accedan a la conversión. Pero el Día del Señor llegará como un ladrón” (2Pe 3,8-10a).
Buena advertencia es siempre: “estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”. Vigilar es estar despierto, atento a la vida, a los acontecimientos, a la realidad tal cual es aquí y ahora. La atención de Jesús, su vigilancia vital, puede medirse por el empleo que hacía del tiempo. Ahí se ve a dónde le conducía su Espíritu. Según los evangelios, su actividad principal fue atender y curar enfermos. Para esta actividad no tenía prisa ni excusa. Suprimir o aminorar el sufrimiento era un potente deseo de su vida. En segundo lugar, estaba enseñar a la gente y a los discípulos. Desde su análisis de la vida real, abría los ojos a la gente para que percibieran de verdad lo que realmente les hacía felices, los engaños de los dirigentes religiosos y políticos, la importancia de la bondad y la honradez sin papujos. La tercera opción prioritaria era la oración. Contacta con el Amor del Padre, misterio fontal, ser enteramente bueno, “que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5,45). Para orar reservaba tiempo y lugar, a solas y en grupo, en descampado y en el cuarto. También dedicaba tiempo al encuentro con la gente, a dialogar, a trabar amistad, a comer con “publicanos y pecadores”. Disfrutaba la buena amistad, compartía alegrías y llanto… Dedicaba tiempo al descanso, a estar solo… Participaba en fiestas y acontecimientos populares...
Siempre hay que vigilar. Lo dijo Jesús a los discípulos, orando antes de la pasión: “quedaos aquí y velad conmigo…Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt 26,38.41). Vivir la realidad, la situación… con Él y como Él. Hacer lo que hay que hacer, sin miedo, con paz, con honradez, con alegría, con esperanza… Jesús no vive asustado, ni inculca miedo a nadie. Invita a vivir la vida responsablemente. No propone tareas o “deberes religiosos”, que hay que observar en días determinados, bajo amenaza de condenación. Jesús vive e invita a vivir honradamente, cumpliendo las tareas profesionales, aminorando sufrimientos, ayudando a vivir sanamente, cultivando relaciones armoniosas, escuchando la bondad del Espíritu que todos llevamos en nuestro corazón.
Oración: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor” (Mt 24,37-44)
Estamos, Jesús, preparando la Navidad:
el evangelio de hoy habla de tu venida final;
aunque sabemos que no te has ido del todo:
“yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20);
tu Espíritu sigue con nosotros:
reuniendo a los hermanos dispersos,
sentándolos a la mesa común,
realizando nuestras vidas de modo pleno.
Siempre es válida tu invitación:
“Estad en vela, porque no sabéis qué día
vendrá vuestro Señor”.
Vigilancia que actualiza Pablo a los de Roma:
“comportaos así, reconociendo el momento en que vivís,
pues ya es hora de despertaros del sueño,
porque ahora la salvación está más cerca de nosotros
que cuando abrazamos la fe.
La noche está avanzada, el día está cerca:
dejemos, pues, las obras de las tinieblas
y pongámonos las armas de la luz.
Andemos como en pleno día, con dignidad.
Nada de comilonas y borracheras,
nada de lujuria y desenfreno,
nada de riñas y envidias.
Revestíos más bien del Señor Jesucristo,
y no deis pábulo a la carne siguiendo sus deseos” (Rm 13,11-14).
Queremos, Jesús, vigilar contigo:
como les dijiste a los discípulos, antes de la pasión:
“quedaos aquí y velad conmigo…
Velad y orad para no caer en la tentación,
pues el espíritu está pronto,
pero la carne es débil” (Mt 26,38.41).
Velar contigo, Señor, es vivir la realidad:
atender la vida contigo y como tú;
hacer lo que hay que hacer, sin miedo, con paz,
con honradez, con alegría, con esperanza…;
tú no vives asustado, ni inculcas miedo a nadie;
tú no propones “deberes religiosos”,
que hay que observar en días determinados,
bajo amenaza de condenación;
tú vives e invitas a vivir honradamente,
cumpliendo las tareas profesionales,
aminorando sufrimientos,
ayudando a vivir sanamente,
cultivando relaciones armoniosas,
escuchando la bondad del Espíritu
que habita nuestro corazón.
Este es el camino para librarnos el infierno:
del odio que cierra horizontes y reseca el corazón;
de la avaricia de poder y dinero,
“pozo sin fondo que agota a la persona
en un esfuerzo interminable de satisfacer la necesidad
sin alcanzar nunca la satisfacción” (Erich Fromm);
de la vida falsa, aparente, hipócrita;
de la amargura que conduce a la desesperación;
de la inconsciencia que aturde y deshumaniza;
de la añoranza de la alegría inalcanzable…
Despiértanos, Señor, para vivir tu Evangelio:
A los dirigentes de la sociedad:
que busquen el bien común;
que sean servidores honestos;
que trabajen por la justicia, la libertad, la paz...
A quienes presiden la Iglesia:
“destierren de sus cosas toda apariencia de vanidad” (PO 17);
“no impongan más cargas que las indispensables” (He 15,28);
que vuelvan a la sinodalidad de elección comunitaria:
“escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría,
y los encargaremos de esta tarea” (He 6,3-6);
que rehabiliten para el ministerio a la mujer y a los casados.
A cada uno de nosotros:
que escuchemos al Espíritu que nos habita;
que nuestras prioridades estén llenas de tu Espíritu:
de tus sentimientos y actitudes,
de tus bienaventuranzas.
rufo.go@hotmail.com