“La versión sacerdotal del cristianismo se ha convertido en una expresión patológica del mismo” (Jorge Costadoat). “Que desaparezca toda connotación “sacerdotal” en el ministerio eclesiástico” (González Faus) Menos sacerdocio clerical y más sacerdocio común

Democratizar la Iglesia, camino para hacerla más comunión (5)

Sólo la Carta a los Hebreos, llama “sacerdote”a Jesús. Se dirige a cristianos, venidos del judaísmo, a punto de dejar la eucaristía. Les anima a mirar la vida real de Jesús, llena del esplendor de Dios. La interpreta como vida sacerdotal: “da lo sagrado”, el Espíritu divino, que hace vivir como Dios quiere. Jesús no pertenece a casta sacerdotal (Hebr 7, 13-14). Su sacerdocio es vivir la vida como Hijo de Dios (Hebr 5, 7-10). Fiel al amor de Dios cuida de la vida necesitada, crea un grupo fraterno, anuncia la bienaventuranza, ora, deja memoria de su vida en el pan y vino compartidos, se enfrenta a la religión oficial de su pueblo. La fidelidad al modo de vida, “reinado de Dios”, le lleva a la muerte. Puesto en manos de Dios que le escucha y resucita, revela así ser el proyecto humano de Dios.

Resucitado sigue siendo sacerdote para siempre. Así “puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos” (Hebr 7,25). La experiencia de la resurrección iluminó a quienes le habían seguido hasta la muerte. Se afianzaron más en el Amor de Dios y sintieron fortaleza para vivirlo. Siguen la pauta de Jesús: se organizan en comunidades para vivir y extender el Reino. Sienten la urgencia de Jesús: “haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19-20). En sus comunidades, el Espíritu les guía en la creación de servicios para anunciar y vivir el Evangelio. El Bautismo es la consagración sacerdotal: el Espíritu Santo capacita para vivir sacerdotalmente como Jesús. 

Los cristianos no llamaban “sacerdotes” a los que la Iglesia llama hoy sacerdotes. El Nuevo Testamento sólo habla del sacerdocio como el del de Jesús (1Pe 2, 4-10; Ap 1, 9). En la carta a los Hebreos se habla del sacerdocio de Jesús como único válido. No ritual, sino vital, existencial: “Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de la puerta. Salgamos, pues, hacia él, fuera del campamento, cargados con su oprobio.. Por medio de él, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que confiesan su nombre. No os olvidéis hacer el bien y ayudaros mutuamente; esos son los sacrificios que agradan a Dios” (Hebr 13,12-16). Todos podemos “cargar con su oprobio”: la cruz del Amor cristiano. “Por medio de él”, en su Espíritu, somos sacerdotes: “ofrecemos a Dios un sacrificio de alabanza.., hacemos el bien y nos ayudamos..”. Esta vida es sacerdotal: “los sacrificios que Dios quiere”.

La realidad sacerdotal, aplicada a Jesús, se aplica a los cristianos. Para los ministros eclesiales recurren a nombres griegos o judíos: “mayor” (anciano, presbítero), presidente, supervisor (eso significa la palabra griega “epíscopo”, en castellano “obispo”), sirviente (diácono), “apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, doctores” (Ef 4, 11). Servicios dados y queridos por Cristo “para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud” (Ef 4,12-13). “Santos” son los bautizados, cuyo “ministerio” vital es el mismo de Jesús: dar el Espíritu de Dios a la humanidad. Hay un don, el mejor, que Dios entrega a todos: es su Amor gratuito, obra del Espíritu. Este don hace la vida enteramente sacerdotal: actualiza el Espíritu, vincula toda realidad con el aliento de Vida que hay en todo. Otros dones más exclusivos, carismas, los reparte el Espíritu según su voluntad. La Iglesia los cuidará y ordenará su ejercicio en el amor.

Sin sacerdotes “ordenados”, podemos acercarnos al Padre por medio de él (Cristo) en un mismo Espíritu” (Ef 2,18). Por Cristo “tenemos libre y confiado acceso a Dios por la fe en él” (Ef 3,12). “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí” (Jn 6, 44-45). “En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis... En cuanto a vosotros, la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros, y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas —y es verdadera y no mentirosa—, según os enseñó, permaneced en él” (1Jn 2,20.27).

La fe en Jesús, ratificada y expresada en el bautismo, nos da “acceso a esta gracia en que estamos” (Rm 5,2). La gracia de ser hijos de Dios. En el Espíritu de Jesús llegamos al Padre. En toda circunstancia podemos dirigirnos al Padre, personal y comunitariamente. Podemos ejercer toda clase de oración: petición, acción de gracias, ofrendas... No dispone de acceso exclusivo a Dios ni le conoce mejor el sacerdote “ordenado”. Todo cristiano tiene libre acceso al Padre.

Pronto los dirigentes eclesiales reprodujeron el esquema de las religiones, sobre todo del judaísmo. La estructura sacerdotal surge de la división del mundo: sagrado y profano. Para superar la distancia abismal entre Dios y el mundo humano, imaginan expertos. Son los sacerdotes, pontífices (“hacedores de puentes”), que conectan con el mundo divino, ofreciendo sacrificios agradable a la divinidad. Los sacerdotes judíos son uno de los tres pilares del pueblo, junto con ancianos y letrados. La vida religiosa estaba centrada en el templo. Se organizan en jerarquía de sumos sacerdotes, de segundo rango y ayudantes. Para ser sacerdote había que pertenecer a la tribu de Leví (Núm 3,6-13). Segregados, se dedican al servicio del templo: culto, ofrendas, purificar personas u objetos, denunciar y excluir a los que no cumplían las leyes religiosas.. Tenían obligaciones propias, como no casarse con extranjeras,, divorciadas, prostitutas.. El sumo sacerdote presidía el Sanedrín.

Está claro que Jesús no pertenecía a la casta sacerdotal. Su misión se encuadra en la línea profética del judaísmo, protestando por el divorcio entre el culto y la vida. Empatiza con el movimiento del Bautista, se hace bautizar por él, protesta por la situación popular. Siente en su interior el Espíritu del Padre que le conduce al desierto y a iniciar un modo de vida que llama “reino de los cielos o de Dios”. Su mensaje está en los evangelios que formaron la primera Iglesia. Asambleas para recordar su enseñanza, celebrar su memoria, vivir su amor. A estas asambleas habría que volver para recuperar la estructura eclesial.

Recientemente dos teólogos actuales, relevantes por su magisterio durante años, han planteado esta misma tesis y su urgencia. El teólogo chileno, Jorge Costadoat SJ, ha escrito dos artículos sobre esto: “Necesidad de desacerdotalizar la Iglesia Católica... La versión sacerdotal del cristianismo se ha convertido en una expresión patológica del mismo” (Religión Digital 17.02.2022) y “Agotamiento de la versión sacerdotal de la Iglesia Católica” (Redes Cristianas 19/08/2022).  González Faus pide profunda reforma del ministerio: “que desaparezca toda connotación “sacerdotal” en el ministerio... La rica teología de los evangelios sobre el pastor, puede suministrar enfoques mucho más cristianos del ministerio que esa especie de “divinización” que sugiere el término “sacerdote”. Para el Nuevo Testamento no hay más sacerdote que Cristo y el pueblo sacerdotal.” (Reforma de la Iglesia, ¿más de lo mismo? Religión Digital 01.08.2022).

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